Print Friendly, PDF & Email

Ya no duermo es una película en dos actos. Dos mitades separadas por una ruptura del código que Marina Palacio utiliza al comienzo del film. Desde cierta distancia, la escena inicial registra la conversación de Miguel y su sobrino de doce años, Kechus (que se interpretan a sí mismos en este híbrido entre documental y ficción) sobre la posibilidad de hacer una película de vampiros. Con una cámara cargada de estatismo a a pesar de su multiplicidad de perspectivas, la escena se centra en la complicidad y la naturalidad con que tío y sobrino se relacionan y mueven por el espacio. Hay algo lúdico en sus tentativas de hacer cine y de manipular el posible atrezzo, pero también hay un deseo real de convertir la idea en una verdadera película. Una de las virtudes de Ya no duermo se encuentra en el vínculo que ambos personajes crean ante la cámara y que culmina con un honesto despido y una vocación actoral frustrada.

Es aquí, precisamente, cuando el cortometraje se encamina hacia otra dirección, donde el lenguaje adquiere tintes oníricos y la ficción se despoja del carácter metanarrativo que, en cierta manera, exhibía. El espacio se convierte en un escenario con focos y decorados que imprimen una teatralidad a la secuencia, pero también con trucos de luces y sombras, donde el movimiento adquiere especial trascendencia. Se trata, en definitiva, de una secuencia que enumera los elementos que son imprescindibles en la imagen cinematográfica. En esta segunda parte del film se encuentra una película de vampiros que quizá nazca de la primera mitad, o que tal vez no sea más que la película imaginada de un hombre frustrado.