Decir de una película que asume una determinada postura ideológica es muy fácil. Demostrarlo con argumentos creíbles lo es menos. Y cederle la palabra para que sea ella la que se explique al respecto termina siendo una proeza. Todo esto viene a cuento porque Wuhai, el segundo largo de Zhou Ziyang, se propone a sí misma como un análisis virulento del capitalismo rampante, y bastardo, en la China contemporánea. Pero ahí acaba todo. No hay más. O quizá sí: la huida hacia adelante que emprende el protagonista, un pobre tipo asediado por las deudas y en plena crisis matrimonial, es la misma que le gustaría asumir al director, igualmente empeñado en un rien ne va plus más bien suicida que le conduce de lo costumbrista a lo grotesco, convirtiendo así su propio film en un objeto volador no identificado (y hay que ver cómo vuela) en perpetuo estado de crispación.
No se puede negar que Zhou encuentra imágenes poderosamente bizarras en este camino de perdición, desde la pierna ortopédica de un gánster de pacotilla perdida en un ascensor hasta la obsesión del protagonista por introducirse en la boca del dinosaurio de cartón piedra que preside un frustrado parque jurásico. Pero todo ello queda diluido en una trama disparatada que ni siquiera aprovecha su condición estrafalaria para convertir la función en el feroz esperpento que hubiera podido ser. Al contrario, Wuhai acumula un montón de incidencias estrambóticas solo para dejarse confundir por un histérico batiburrillo de situaciones que finalmente la lleva hacia una alarmante contradicción. Pues, en efecto, esta fábula que quiere combatir desesperadamente la hipermodernidad tecnológica con sus propias armas (solo hay que ver el papel que desempeñan en ella los teléfonos móviles y las imágenes y sonidos que fabrican), termina siendo un cuento moral tan viejo como el mundo, un melodrama desaforado cuya parte final se desmelena de tal modo, y de manera tan desmedida, que resulta imposible entender qué pretende.