El remake de Hazanavicius, a partir de la comedia japonesa de serie Z One Cut of The Dead (Shinichirô Ueda, 2017) reproduce tal cual tanto la trama como la estructura del film original para narrar (y sobreexplicar) la historia de un equipo de rodaje que debe filmar una película de zombis para la televisión con la única condición de ser en plano secuencia. Pero ni la excusa metacinematográfica permite que Hazanavicius encuentre algo más allá de alguna broma perdida. Porque tampoco el hecho de estar trabajando sobre un film de serie Z le posibilita encontrar el camino para ofrecer un guiño inteligente en torno a los códigos propios del género. Y así, el film se llena de chistes escatológicos, situaciones inverosímiles (que no son solo las que se pretenden justificar como bromas) e interpretaciones histriónicas (cuando se trata de los actores actuando para la película dentro de la película, pero también, y esto se justifica con bastante más dificultad, cuando se supone que están interpretándose ‘a sí mismos’). Llama la atención en este sentido la obsesión del personaje de Rémi (Romain Duris), el director de la película, por la sinceridad y la veracidad de sus actores (tratando de sacar recursos y técnicas para alcanzarlos a toda costa) cuando realmente muy poco de todo eso hay en el film de Hazanavicius. Y entonces, lo que quizá jugaba a ser un homenaje lúdico y ligero, acaba por transmitir un desapego (quizá una desidia creativa) que hace del pastiche un pastiche aún mayor que, además, se pierde por el camino. Y entonces solo cabe preguntarse un par de cuestiones: ¿qué interés honesto ofrece Hazanavicius por su propio film? Y sobre todo: ¿qué sentido tiene programarlo como arranque de un festival que unos minutos antes, en su gala inaugural, ha dado espacio para retransmitir en directo las palabras de Zelenski?
Jara Yáñez
Remake confeso y explícito de la japonesa One Cut of The Dead (Shinichirô Ueda, 2017), este juguete inofensivo, excesivamente autoconsciente y decididamente bobalicón firmado por el mismo realizador que perpetró la insufrible Mal genio (2017) no pasa de ser un artefacto tan obvio como puramente ortopédico, puesto que Hazanavicius es incapaz de conferir nada que no sea explicitud y autocomplacencia a este relato ‘deconstruido’ (dividido en tres fases que acaban por dejar al descubierto la tramoya de la ficción que ocupa la primera media hora) que da cuenta del rodaje de una película de zombis de serie Z, filmada en Francia y por técnicos y actores franceses, pero financiada por una anciana y caprichosa productora japonesa (un personaje, por cierto, del que se hace un retrato que bordea dudosas connotaciones racistas). El resultado no es más que la repetición mecánica, supuestamente autoirónica, pero con escasa gracia, de todos los lugares comunes del cine de terror de producción prácticamente casera destinado a mercados de consumo rápido y freakie. Y como la película en cuanto tal no da para casi nada (hacía mucho tiempo que la inauguración de Cannes no caía tan bajo), lo más oportuno es preguntarse cómo es posible que un producto tan ínfimo como este pueda inaugurar un festival que presume de ser el más importante del mundo y que enarbola, siempre con mayúsculas, las palabras Arte y Cultura. Y la respuesta parece fácil: el omnímodo poder de Wild Bunch (la todopoderosa agencia de ventas francesa, que lleva la película) sobre un certamen sometido a servidumbres industriales ya demasiado transparentes. Porque, si no es así, por favor, que nos explique Thierry Frémaux (Delegado General del certamen)…
Carlos F. Heredero
Hace cuatro años una pequeña película japonesa, One Cut of The Dead de Shinichirô Ueda, triunfó en el Festival de Sitges. Se trataba de una comedia de zombis que parecía retomar la idea de la obra teatral Por delante y por detrás (Noises Off) de Michel Fryan de mostrar la cara y el reverso de una película. En este caso se trataba de una película de serie Z con zombis rodada en un único plano secuencia, construida como una auténtica apología del mal gusto, de la que acabamos viendo su complicada y delirante construcción. Michel Hazanavicius puede ser considerado como el paradigma de un mal cineasta especialista en el pastiche postmoderno que no cesa de reciclar imágenes de otras películas para construir un cine pastiche de tercera fila que, desgraciadamente, ganó el Oscar a la Mejor Película en 2011 con The Artist. Desde que fuera coronado, Hazanavicius no ha cesado de hacer el ridículo ya sea caricaturizando a Godard, realizando un remake de Fred Zinnemann con aires de mala película con valores y retomando sus sueños de películas de agente secreto. Coupez! es un mal remake de la película japonesa, rodada sin imaginación, sin sentido del ridículo y con una serie de pequeñas bromas escatológicas sobre lo que puede ocurrir durante el rodaje de una nimiedad protagonizada por muertos vivientes. Hazanavicius no aporta nada nuevo, diluye la poca gracia de la película original y acaba rodando una especie de delirio sobre el delirio. No estamos ni ante una broma simpática, ni ante un homenaje a la serie Z en los tiempos del ‘frikismo’, ni ante un homenaje al cine como si fuera una especie de retorno a un Ed Wood de segunda fila. Romain Duris encarna el personaje del director, convirtiéndose en una especie de Louis de Funès, pero sin las barbas de Rabbi Jacob, mientras que Bérénice Bejo vuelve a demostrar que la gracia nunca la ha acompañado como actriz. El resultado de tal despropósito es una película que bate un curioso récord. Estamos ante la peor inauguración del Festival de Cannes desde que en otros tiempos un remake de Fanfan la Tulipe tuvo la osadía de inaugurar el autoproclamado mejor festival de cine del mundo.
Àngel Quintana