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En 2003 Marco Bellocchio realizó Buenos días, noche, su personal interpretación del secuestro y asesinato de Aldo Moro, en aquel entonces (1978) presidente de la Democracia Cristiana, aunque antes lo había sido casi todo en la política italiana de posguerra, ministro pero también primer ministro. Ser presidente de la DC no era un cargo menor u honorífico, de ahí que todos le llamasen Presidente, porque en el fondo él tenía más poder que el mismísimo Presidente de la República Italiana. Y en aquel momento, marzo de 1978, cuando el secuestro, había negociado un histórico acuerdo de coalición gubernamental con el Partido Comunista Italiano que no gustaba a casi nadie, ni a la derecha de la DC (el Vaticano, Estados Unidos, la OTAN), ni a la izquierda del PCI, en particular a los grupos terroristas de extrema izquierda, empezando por las Brigadas Rojas, autores del secuestro y posterior asesinato. La muerte de Aldo Moro constituyó un antes y un después en la política italiana, particularmente en la izquierda, algo que Bellocchio ejemplifica en todas las dudas de su protagonista, Chiara, una brigadista que participa en el secuestro pero que se opone al asesinato. Otra película del año pasado, Viaggio nel crepuscolo, de Augusto Contento, reinterpreta la década anterior italiana, la que va del post 68 al asesinato de Moro, a partir de las películas de Bellocchio, mostrando una trayectoria que conduce al más profundo desencanto.

Esterno Notte incide en el mismo tema, el secuestro de Moro, pero ahora desde una perspectiva más coral y ambiciosa, aunando lo público con lo íntimo. Buenos días, noche era una película intimista y, si se puede decir, de cámara, ambientada casi en su totalidad en el apartamento donde las Brigadas Rojas retenían a Moro, encerrado en un pequeño cubículo, y a quien solo veíamos fragmentariamente, desde el punto de vista de Chiara, como a través de una mirilla. Esterno Notte, “una serie di Marco Bellocchio”, está realizada para la televisión y dura cinco horas y media repartidas en seis capítulos, y se centra también en el mismo periodo histórico, esos 55 días que conmovieron a Italia; o quizás un poco más, porque la película vuelve al pasado de algunos personajes y la historia de Aldo Moro arranca el 14 de marzo, dos días antes del secuestro, cuando debe convencer a sus compañeros de partido de las bondades y la justicia del pacto con un PCI que representaba a un tercio de los italianos.

Bellocchio centra cada uno de esos seis episodios en distintos personajes: Moro en el primero, Pablo VI en el segundo, Francesco Cossiga, el Ministro del Interior, en el tercero. Son los episodios más públicos, por más que toda la serie esté llena de pequeños detalles íntimos que humanizan a los personajes: Moro abrazando a su nieto todas las noches buscando consuelo a conflictos políticos, Cossiga y su relación inexistente con su mujer, un fantasma que lo atormenta; cuando no los ridiculizan: tras conocerse que Moro había sido secuestrado, Pablo VI pide el cilicio mientras el primer ministro, Giulio Andreotti, sale corriendo al baño a vomitar, todo ello mientras escuchamos a Jeanette cantando aquello de ¿Por qué te vas?. Los dos siguientes episodios se inclinan directamente por lo íntimo, con el retrato de la brigadista Adriana Faranda, que formaba parte del grupo de apoyo pero que no participó directamente en el secuestro y que comparte muchos elementos de duda con la Chiara de Buenos días, noche. También ella acaba oponiéndose al asesinato, simplemente por una cuestión estratégica, y el tiempo acabará por darle la razón. El quinto episodio se centra en Eleonora (o Nora), la esposa de Moro, y es extraordinario, sobre todo en su progresiva toma de conciencia de que la muerte de su marido es algo que, en el fondo, interesa a casi todos (el paralelismo con Adriana es muy claro). Finalmente, el último capítulo es un episodio más coral y se centra en los dos últimos días de la vida de Moro, el 8 y el 9 de mayo de 1978. Por ahí desfilan de nuevo todos los personajes, desde un Pablo VI que ha enfermado a pasos agigantados a un misterioso agente norteamericano cuya retirada de escena es el presagio más certero de lo que se avecina, pasando por el propio Cossiga que sueña otro desenlace y otro futuro para la DC.

Hasta este último momento Bellocchio evita mostrar a Moro en su cautiverio, como si en realidad se abstuviese de confrontarse con el tema de Buenos días, noche. Por eso mismo resulta tan destacable su modo de acercarse a esa imagen que había querido evitar en los cinco primeros episodios, recurriendo, entre el final del quinto y el inicio del sexto, a un montaje teatral o película que imagina el secuestro y el juicio de Moro. La representación es el elemento de transición que necesitaba para poder abordar a Moro secuestrado, en buena medida porque toda la estructura de la serie se sostenía sobre este vacío central (de nuevo la sombra de su película de 2003). Esta idea de la representación o, mejor dicho, del fin de la representación, está también presente en el desenlace del secuestro, cuando los terroristas desmantelan el claustrofóbico cubículo donde escondían a Moro, dejando que la luz entre a raudales en la sala.

Hay otro elemento musical que me gustaría reseñar. En Buenos días, noche Chiara visitaba a su familia, burguesa, pero de una tradición de izquierdas, y se sorprendía cuando los escuchaba cantar Bandiera rossa, más que nada porque lo veía como una contradicción. En uno de los capítulos de Esterno Notte Bellocchio reconstruye el juicio contra la cúpula histórica de las Brigadas Rojas, en una de cuyas sesiones el público, simpatizante de los enjuiciados, rompe a cantar La Internacional. De algún modo, Bellocchio les sustrae la canción, pasándola de diegética a extradiegética. Bellocchio canta con ellos, no para solidarizarse, sino para impedir que los radicales le roben sus símbolos, a él o a los padres de Chiara. Por esa misma razón su visión de la política cambió después de la muerte de Moro y ha necesitado más de cuarenta años para digerir aquel desencanto. Más lúcido que nunca, Esterno Notte es como la culminación de algo que Bellocchio había ido masticando en unas y otras películas, una suma y recapitulación de toda su filmografía.

Jaime Pena

En 2003 Marco Bellocchio rodó Buenos días, noche, una película sobre el secuestro y asesinato del Presidente de la Democracia Cristiana italiana, Aldo Moro, en marzo-mayo de 1978. La película estaba explicada desde el punto de vista de una joven terrorista cuya mirada permitía al espectador entrar en los rituales de la clandestinidad y plantear las contradicciones de la lucha armada de los años setenta. Esterno Notte se presenta como dos películas de tres horas o una serie televisiva de seis horas y, como su título apunta, explica todo este mundo externo a la larga noche que entre marzo y mayo vivió Aldo Moro en el interior del zulo donde fue encerrado por las Brigadas Rojas. Lo que interesa a Bellocchio queda perfectamente resumido con una proclama final que realiza la familia Moro después del asesinato, cuando deciden enterrarlo en la intimidad, lejos de las pompas políticas y de toda posibilidad de martirologio. Ellos creen que quien ha de juzgar lo ocurrido durante aquellos dos meses que trasformaron la vida política italiana debe ser la Historia.

Bellocchio recurre a la Historia para preguntarse por qué la Democracia Cristiana no intervino, por qué el Papa Pablo VI no entregó el dinero recolectado para el rescate, por qué se dejó que una cuestión de Estado desembocara en una tragedia anunciada e incluso deja intuir que la CIA jugó un papel clave en el asunto. La respuesta está en una serie de figuras siniestras, a menudo terroríficas, que estuvieron durante años al mando de la política italiana. La gran eminencia negra es Giulio Andreotti que estuvo más de veinticinco años en el poder y la eminencia gris es Francesco Cossiga, Ministro del Interior en 1978 y al cabo de unos años Presidente de la República. ¿Por qué murió Aldo Moro? Bellocchio encuentra la respuesta en una política de la conspiración que utilizó las Brigadas Rojas para cargarse la alianza que Moro había propuesto entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista para controlar la inestabilidad italiana. A partir de esta premisa Bellocchio trabaja con una lucidez extrema, un pulso extraordinario y un ritmo que atrapa sin dejar posibilidad de respiro. Todo esto acompañado de una impecable dirección de actores, con Fabrizio Gifuni -Moro-, Margherita Buy -esposa de Moro- o Toni Servillo -Pablo VI-. El exterior que describe se basa en un juego caleidoscópico a partir de un cruce de miradas que parecen dialogar con la chica terrorista de Buenos días, noche. Aldo Moro, Francesco Cossiga, Pablo VI, unos jóvenes de las Brigadas Rojas que preparan el secuestro desde el exterior y Nora Moro son los protagonistas de un relato que se cierra en un sexto capítulo con muchas incógnitas sobre el silencio del Estado y las formas de protección que este lleva a cabo desde sus propias cloacas. El resultado es una serie que desafía a todas las series televisivas juntas que en estos momentos pueblan las plataformas. Pero también estamos ante una película que demuestra que el gran cineasta italiano de la modernidad es Marco Bellocchio -que nadie sueñe con Bernardo Bertolucci- quien, actualmente, a pesar de su avanzada edad, está más lúcido y brillante que nunca. Su crónica de los mundos siniestros de la vida social y política italiana merece ocupar un clarísimo lugar de honor. Bellocchio nunca falla.

Àngel Quintana