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En las imágenes en blanco y negro de La mujer de la arena existe la conciencia de toda una época. El relato literario construido por Kobo Abe y llevado a la pantalla por Hiroshi Teshigahara remiten a una poética concreta que enlaza con cierta idea de malestar existencial que pasa por una poética del absurdo como paso esencial para retratar la angustia de cierta sociedad humana. La mujer de la arena no cesa de dialogar con Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Samuel Becket o, incluso, Franz Kafka. El sustrato de la historia que se cuenta es claramente alegórico, tomando como punto de partida una revisión del mito de Sísifo. Un científico que busca extrañas especies de insecto por las dunas, acaba refugiándose en el interior de una casa situada en un singular hueco rodeado de arena. En la casa vive una mujer que la ha convertido en su único mundo posible y espera la llegada de ciertos hombres que serán prisioneros. La pareja atrapada en la casa tiene que sobrevivir. El hombre desaparecido debe intentar subir la cuesta de arena que lo puede liberar y llevar a la superficie, pero cada vez que lo intenta resbala y debe volver a empezar. La mujer sabe que para sobrevivir debe quitar la arena del hogar, pero cada palada que quita es un esfuerzo inútil porque la arena volverá a caer. “Quitar arena para vivir o vivir para quitar arena”, este constituye el dilema existencial que marca la vida de los protagonistas. Estamos en el territorio de la náusea absoluta, en la que la existencia esclaviza, como esclaviza el mundo del trabajo o la aceptación de determinadas formas de poder. Teshigahara filma el absurdo con una fuerte conciencia poética. La arena no es únicamente aquello que marca la vida cotidiana, el escollo que todo lo interfiere, sino también un motivo visual de gran fuerza que impregna unas imágenes de extraña belleza. El hombre y la mujer hacen el amor y los granos de arena cubren sus cuerpos. Las ondulaciones de las dunas crean extraños horizontes, todo acaba resultando terrible, angustioso, pero terriblemente hipnótico. La mujer de arena, que para algunos fue una pesadilla instalada en nuestra juventud cinéfila, continúa siendo un clásico indiscutible, una obra silenciosa y misteriosa, que apela la mirada del espectador y nos recuerda la existencia de un tiempo en el que el pesimismo fue un modo de reconocer la existencia. Àngel Quintana