Resulta paradójico que en un planeta habitado por millones y millones de personas sea necesario crear vida artificial para curar la soledad. Puede que este sea uno de los grandes males de la civilización moderna, estar sumida en una abismal incomunicación donde las máquinas parezcan la única vía de salvación posible. El futuro cercano que plantea Sandra Wollner parte de esta premisa, que no es nueva en el terreno cinematográfico, y tiene su principal referente en el episodio ‘Ahora mismo vuelvo’ de la serie Black Mirror (2013). The Trouble with Being Born comparte con el capítulo escrito por Charlie Brooker esa resistencia a olvidar a los muertos, a convivir con simulacros de aquellos que fallecieron prematuramente en un intento casi agónico de preservar su memoria. Y sin embargo se distancian enormemente en el resultado en tanto que el film decide prescindir de la disyuntiva moral previa a la decisión de crear tecnológicamente una mentira.
Hay un cruce de subjetividades que transita toda la narración y que conecta (y distancia) el aspecto visual y sonoro del relato: por un lado está la imagen, un registro perturbador e inquietante de los deseos ocultos tras la adquisición de un androide; por otro, una voz en off que narra los recuerdos programados (o aprendidos) de una ‘tecnoniña’ que adopta la personalidad de la figura ausente. La combinación de ambos elementos permite a la realizadora mostrar una identidad fracturada, críptica y enigmática. Una fantasmagoría fílmica que la noche desdibuja, dejando en la penumbra un cuerpo sin rostro y una sombra sin rumbo. La inercia resulta crucial en la construcción de la trama: la repetición de palabras, pensamientos y acciones, o la necesidad de escapar a la deriva en una búsqueda incomprensible que sale de un inconsciente inventado son el equivalente robótico a la acción humana en un entorno que se necesita controlar. Una inercia que mercantiliza a las personas o a la idea que se tiene de ellas.