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Teoría de los pasajes

Después de una edición tan decepcionante como la de 2022, tanto por las circunstancias en las que se celebró como, sobre todo, por la selección de la Competición, esta nueva Berlinale, la 73, recuperó el pulso que había mostrado en 2021, aquella Berlinale online que presentó una de las más equilibradas y rotundas programaciones de los últimos tiempos. La gran diferencia con esas dos ediciones precedentes acabó radicando, sin embargo, en un palmarés un tanto pusilánime, fruto antes de un aparente consenso y de concesiones a la agenda sociopolítica que de apuestas singulares y arriesgadas. Es cierto que no había en la Competición ninguna película que destacase de una manera clara, también que darle el primer premio al único documental a concurso se ha convertido en una suerte de lugar común, de comodín al que, en ocasiones, los jurados suelen recurrir para buscar un punto de acuerdo que ni entusiasma ni molesta a ninguno de sus componentes.

Es lo que sucede con Sur l’Adamant, el documental de Nicolas Philibert que acabó llevándose el Oso de Oro de forma un tanto inesperada. Está lejos de ser una de sus mejores películas, pero su tema, el retrato de un refugio para personas con trastornos mentales ubicado en pleno centro de París, en una plataforma flotante sobre el Sena, con su reivindicación final de este tipo de instituciones públicas, acaba convirtiéndose en su principal virtud, con la que es difícil posicionarse en contra. A Philibert no se le puede negar la empatía que demuestra por sus personajes, pero su posición resulta un tanto impersonal, justo lo que no se le puede reprochar a Claire Simon en Notre corps (Forum), un documental que retrata también un centro médico, en este caso una clínica ginecológica, pero que transita de lo observacional (las consultas para una transición sexual, un embarazo, un tratamiento de fertilidad, etc.) a lo extremadamente personal. Simon, que no puede ocultar su fascinación por la tecnología (la operación con el Da Vinci), acaba convirtiéndose también en paciente en una suerte de giro inesperado que transforma lo objetivo en subjetivo, el retrato en autorretrato, la distancia más o menos empática en implicación y exposición personal (Simon cita como referente The Long Holiday, de Johan van der Keuken, 2000).

La transición de género estuvo muy presente en la Competición y en el palmarés, pues los dos premios de interpretación recayeron en personajes trans, tanto la intérprete secundaria, Thea Ehre, por su papel en Till the End of the Night, de Christoph Hochhäusler, un policial con personajes de Fassbinder en una trama de Assayas, o algo así, como la principal, la niña de ocho años Sofía Otero que protagoniza 20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola Solaguren, esforzada crónica costumbrista (y un tanto televisiva) de un verano que cambiará las vidas de una niña y su madre. Dos premios que solo se pueden entender desde el populismo y el paternalismo y que constituyen un clamoroso acto de injusticia. Tampoco Le Grand chariot es uno de los grandes títulos de Philippe Garrel, pero el jurado quiso aprovechar la oportunidad para concederle el premio a la mejor dirección y es difícil discutir tal decisión. Con sus tres hijos como protagonistas (Louis, Esther y Lena), esta es una película sobre la orfandad, como ya sucedía con Un été brûlant (Un verano ardiente), no por casualidad sus dos únicas películas en color en el último cuarto de siglo. En aquel título de 2011 Garrel se despedía de su padre, Maurice, mientras que el nuevo tiene algo de adiós a Jean-Claude Carrière, coguionista de sus últimas cuatro películas y fallecido en 2021. En Le Grand chariot también se muere el padre de una familia de titiriteros y el sentimiento de duelo planea sobre toda una película que no logra casar sus dos caras apenas abocetadas: la de Louis (la fábula familiar) y la de Philippe (el artista autodestructivo).

Passages. Caimán Ediciones
Passages (Ira Sachs)

En esta Berlinale había al menos otras dos películas que abordaban este mismo tema tan querido por Garrel padre. La primera sería Passages, de Ira Sachs, quizás la gran película de esta Berlinale, presentada en Panorama (había estado en Sundance, o la dejaron escapar al festival norteamericano pese a tratarse de una producción francesa). En ella un cineasta alemán un tanto insoportable, Franz Rugowski (que tenía otra película en la Competición, Disco Boy, de Giacomo Abbruzzese, una reinterpretación del universo de la Legión Francesa que no oculta sus deudas con Claire Denis), casado con un impresor, Ben Whishaw, se acuesta con una mujer, Adèle Exarchopoulos, a la que conoce en la fiesta de finalización de rodaje de su nueva película. El ambiente remite al de Keep the Lights On, el cinematográfico, pero también el pasional, pues esta es una película construida sobre sus escenas sexuales, las de un triángulo en el que el personaje de Rugowski nunca se responsabiliza de sus actos, lo que acaba afectando a sus dos parejas. Sachs siempre ha demostrado una inclinación por los referentes europeos, principalmente Pialat y en Passages, película de titulo benjaminiano, se le suman Garrel y, por supuesto, un Fassbinder que planeaba sobre varias películas del festival.

Afire, de Christian Petzold (Competición), sería la segunda de esas películas que presentan a un artista al que nadie soporta, en este caso un escritor que quiere aprovechar las vacaciones veraniegas con un amigo para acabar su segunda novela. Muy pagado de sí mismo, condescendiente con sus compañeros, el personaje resulta igual de irritante para el espectador hasta que los contrapesos de otros personajes, particularmente a partir de la llegada del editor, consiguen equilibrar la balanza y elevan la película a la altura del mejor Petzold. Su media hora final, cuando se va desvelando la naturaleza de cada uno de los personajes y la amenaza de los incendios toma cuerpo, es extraordinaria. Su Gran Premio del Jurado podría haber sido un muy justo Oso de Oro que el cineasta alemán se merece desde hace años. En otra sección, Encounters, nos podíamos encontrar con una película como The Adults, de Dustin Guy Defa, en la que Michael Cera interpreta a otro personaje caracterizado por su egoísmo y antipatía. En su caso no es un artista, solo alguien que vuelve a su ciudad natal a hacer una visita rápida a sus hermanas y que aprovecha para su verdadera pasión, el póker. Como en el caso de Petzold o Sachs, el personaje central implica un riesgo, la imposibilidad de empatizar con él, sin embargo es el vehículo necesario que nos lleva hasta sus compañeros de reparto, en The Adults las hermanas que interpretan Hannah Gross y Sophia Lillis, los contrapesos de Cera y la verdadera alma de la película.

Angela Schanelec se llevó el premio al mejor guion por Music (Competición), otra de sus grandes películas, por más que este premio tenga mucho de provocación. Más que un guion, el de Music es una escaleta llena de grandes vacíos, las características elipsis de Schanelec que muchas veces pueden desconcertar, sobre todo si atendemos a las propias declaraciones de la cineasta, que describe Music como una adaptación de Edipo. Pero, la tragedia de Sófocles nos permitiría llenar esas elipsis y poco más, sobre todo cuando ciertos personajes, como el ‘padre’ al que mata Edipo, aquí Jon, tiene la misma edad que su ‘hijo’. Dejando a Sófocles a un lado, nos queda una película (bellísima) llena de silencios en la que el foco, nos dice la cineasta, “se concentra en los rostros, los cuerpos y los movimientos”; todo ello para contar la historia de un hombre abandonado al azar del destino que encuentra la redención y el consuelo en la música.

Past Lives (Competición), opera prima de la dramaturga norteamericana Celine Song, representaría lo opuesto a Music, una película sin elipsis en la que todo queda perfectamente explicado para el espectador. Su arranque, esos tres personajes tomando una copa en un bar de Manhattan, se plantea como un interrogante que el desarrollo posterior de la película se encargará de ir desvelando con toda una sucesión de flash-backs que revelan la historia de un amor juvenil interrumpido por la inmigración y la distancia. Con una narrativa puramente clásica, con Breve encuentro (David Lean, 1945), Tú y yo (Leo McCarey, 1957) o La vida en un hilo (Edgar Neville, 1945) en el retrovisor, y en la que está ausente cualquier alusión al sexo, casi como un postulado programático, Past Lives, con todo su potencial comercial, podría haber sido uno de esos grandes premios que todo festival necesita, pero se fue de Berlín sin una simple mención. Algo que podría extenderse a otro título de probada fiabilidad de cara al público, Suzume (Competición), la nueva película de Makoto Shinkai que en estos mismos momentos está triunfando en los mercados asiáticos. En el fondo, como Song, Shinkai nos está hablando de otra realidad paralela, aunque la suya sea de otra índole, una suerte de caja de Pandora que, al abrirse, desata la devastación por todo Japón.

Mal Viver. Caimán Ediciones
Mal Viver (João Canijo)

Poco habíamos sabido de João Canijo desde los tiempos de Sangue do Meu Sangue (2011), pero en Berlín reapareció por todo lo grande con un díptico, Mal Viver (Competición) y Viver Mal (Encounters), en el que la tradición del teatro europeo va de la mano de una suntuosa puesta en escena a lo Hou Hsiao-Hien (Flowers of Shanghai, 1998). Ambas películas son complementarias, pues se centran en una serie de acontecimientos que tienen lugar en un decadente hotel de la costa norte de Portugal, con Mal Viver centrándose en la familia propietaria del hotel, todas mujeres, y Viver Mal en los huéspedes, a partir, en este segundo caso, de tres dramas de August Strindberg. En cualquier caso, aunque complementarias, la gran película es la primera, con sus lentos movimientos de cámara, la frontalidad de sus encuadres, los reflejos en los cristales que crean distintas capas de sentido y una extraordinaria Anabela Moreira en el centro de esta tragedia, una de las muchas madres posesivas que abundan en este díptico.

La mexicana Tótem (Competición), de Lila Avilés, está ambientada también en un espacio cerrado, una casa en la que se va a celebrar un cumpleaños y a la que, a los miembros de la familia, se van a ir sumando invitados. Avilés narra la historia a través de la mirada de una niña de siete años, Sol. Su madre la deja en casa de su abuelo por la mañana, ya que allí está ahora viviendo su padre, enfermo de cáncer. Es su fiesta de cumpleaños, que tiene algo de funeral o de fiesta de despedida porque el pronóstico de su enfermedad es muy pesimista. Tótem es una película claustrofóbica, pero al mismo tiempo imbuida de un gran sentido del humor. Como sucede con muchas directoras latinoamericanas, la influencia de Lucrecia Martel es muy patente, en la planificación, en el montaje de sonido, en la creación de un clima opresivo, pero Avilés debe también mucho a Luis Buñuel en su mordaz retrato de la burguesía.

Por el contrario, siendo también una película que tiene a una familia en el centro, la china The Shadowless Tower (Competición), de Zhang Lu, tiene un planteamiento muy distinto, mucho más ligero y desdramatizado. Tiene que ver esto con el carácter de su protagonista, Gu Wentong, un crítico gastronómico de mediana edad, y la relación que mantiene con una colega, la fotógrafa Oyang. The Shadowless Tower nos habla de Pekín y su desarrollo urbano, pero también, como Past Lives, de un suceso del pasado que se proyecta sobre el presente y que guarda relación con la ruptura entre Gu y su padre. Su tono, dejando el drama en sordina, enlaza con el de Here, de Bas Devos, premio a la mejor película en Encounters. En este caso a quien tenemos es a Stefan, un rumano que trabaja en la construcción en Bruselas y que va a volver a su país de vacaciones. En la nevera le quedan restos de verduras que aprovecha para preparar un sopa que irá regalando a sus conocidos. Es un mero gesto de amistad sobre el que Devos construye toda su película. La cámara se mantiene distante (como la de Disturbios, de Cyril Schäublin), lo que no impide que la emoción aflore por todos los poros de una historia que tanto puede sugerir una incipiente relación amorosa con una mujer de origen chino, ShuXiu, como desviarse a la mera contemplación de la naturaleza, dado que ShuXiu prepara una tesis doctoral sobre el musgo.

Concrete Valley (Forum), de Antoine Bourges, es otra historia de inmigrantes, de nuevo filmada con planos fijos en los que abundan los silencios. The Shadowless Tower, Here y Concrete Valley son películas susurradas, sobre personajes que se deben a los demás y que sienten que deben armarse de paciencia, sean cuales sean sus circunstancias. Los de Bourges son sirios que viven desde hace cinco años en un barrio de Toronto, intentando adaptarse, también intentando recuperar su antigua vida trabajando como médico. De nuevo, esta es otra película sostenida sobre la deriva, sobre los paseos por el barrio y sus parques que nos permiten ir cartografiando un espacio que aún se muestra hostil. El eco (Encounters) es también una película sobre la emigración aunque vista desde el otro lado, por la que Tatiana Huezo obtuvo el Premio a la Mejor Dirección en Encounters y el Premio al Mejor Documental de la Berlinale. Ambientada en la pequeña población mexicana de El Eco, la película sigue a varias familias que se dedican a la agricultura y a la ganadería. Pero son familias compuestas por mujeres y sus hijos, que les ayudan en esas labores; los hombres están ausentes, pues trabajan en la ciudad o han emigrado, un destino al que aspiran sus hijos. Sin embargo, el tiempo parece haberse detenido para las madres en El Eco, una población sin futuro ni esperanzas de ningún tipo.

Last Things. Caimán Ediciones
Last Things (Deborah Stratman)

Si la sección Encounters ha ido adquiriendo un perfil cada año más definido, una alternativa a la Competición que ha ido ganando protagonismo en detrimento del Forum, esta al menos se ha podido ir sosteniendo gracias a nombres cuya carrera está muy ligada a esta sección independiente que organiza y programa Arsenal. Es el caso, por ejemplo, de Deborah Stratman y su película Last Things (Forum Expanded). En solo cincuenta minutos Stratman nos relata una historia de ciencia ficción, nos habla de la evolución de la humanidad o nos muestra, como si se tratasen de fotogramas de una película abstracta, los cortes transversales de las capas geológicas que nos remiten a los orígenes de la Tierra, dentro de un discurso trufado de textos literarios o científicos que tiene en su epicentro la idea misma de la extinción. El segundo ejemplo podría ser Allensworth (Forum), en la que James Benning filma algunos edificios de la ciudad homónima, construida en 1908 como una suerte de refugio de la comunidad negra de California y que solo pudo sobrevivir una quincena de años. En tantos planos como los meses del año, Benning filma un árbol, la lectura de unos poemas y diez casas, que en realidad son meras réplicas de las originales, reconstruidas en los años 70. Allensworth está situada en el condado californiano de Tulare, el mismo donde se ubican las replicas de las cabañas de Thoreau y Unabomber que Benning construyó en las montañas de Sierra Nevada. Bajo la apariencia de una película paisajista, Allensworth esconde un discurso artístico y político. Como todo el cine de Benning, por otro parte.

En el marco de la exposición ‘An Atypical Object’ (Forum Expanded) se podía ver otra réplica, Time Tunnel: Takahiko Iimura at Kino Arsenal, 18, April 1973, ni más ni menos que eso: una reconstrucción de una proyección en el viejo cine Arsenal de un programa con varias películas de Iimura proyectadas en una serie de monitores de televisión repartidos por toda la sala. En la exposición teníamos de nuevo las butacas y los pequeños monitores emitiendo algunos de los trabajos conceptuales en vídeo del artista japonés fallecido en 2022. Hoy no aceptaríamos una proyección tan precaria como la de entonces, pero lo que se replicaba en la instalación era el espacio, la propia experiencia cinematográfica que aunaba la vanguardia tecnológica con la experimentación artística. Un túnel del tiempo, un pasaje, una forma de comprender y ponernos en el lugar de los espectadores de cincuenta años atrás.

Jaime Pena