Muchas de las que, hace unos años, comparecieron como presuntas renovaciones del panorama cinematográfico del nuevo siglo ya se han convertido en meras fórmulas. Es el caso de la llamada ‘no ficción’, que de capitanear ciertos movimientos empeñados en liberar estilos y modos de hacer ha pasado en poco tiempo, y en buena parte de los casos, a esclerotizarse, a convertirse en un puñado de artefactos que parecen prefabricados o cortados por el mismo patrón, sobre todo cuando intervienen festivales y laboratorios para dar forma al ‘producto’ final. Pues bien, algo de eso hay en Sombra grande, de Maximiliano Schonfeld, un habitual de San Sebastián a cuyo proyecto fílmico no se le puede negar coherencia, por lo menos desde Jesús López (2021), que estuvo presente en la sección Horizontes Latinos de este mismo festival. Una región argentina, Entre Ríos, en cuyas interioridades habitan los emigrantes alemanes del Volga, que están perdiendo su dialecto original igual que los nativos hace mucho que olvidaron su lengua –el chaná, recuperada hace poco a partir de su único hablante vivo–, sirven en Sombra grande de excusa a Schonfeld para dar forma a un fresco humano que ya había ensayado antes parcialmente pero que aquí, por desgracia, nunca acaba de definirse.

Una pareja de hombres gay, el empleado de una gasolinera y la chica que lo ronda, una madre y su hijo sin demasiado futuro y otras representantes de ese territorio se van alternando en lo que parece el retrato de una agonía, el de una forma de vida y una comunidad, que a su vez encuentra su perfecto emblema en una lengua prácticamente perdida. Ha habido varias películas en Zabaltegi este año, e incluso en el resto del festival, empeñadas en transitar por esta zona de sombra –grande, ciertamente– desde la que se puede contemplar cómo el mundo y el cine están cambiado, y quizá el film de Schonfeld, seguramente el resultado de su estancia como residente en la Elías Querejeta Zine Eskola, deba inscribirse en esa nómina junto con la instalación artística programada paralelamente, que responde al mismo título. Muchas conclusiones pueden entresacarse de todo ello, desde la necesidad de articular una nueva mirada sobre el pasado de Latinoamérica hasta el rol del cine como arqueólogo de una memoria perdida, pero, para este crítico, ninguna de ellas surge como tal del film de Schonfeld, que se limita a seguir mecánicamente a unos cuantos personajes invocando un sentimiento poético colectivo que tampoco llega a comparecer. Todo son elementos que se acumulan, que se superponen, pero que casi nunca hablan por sí mismos. Y entonces ese sugerente punto de partida, el punto de confluencia entre dos lenguas que se pierden y una colectividad que desaparece, no alcanza a materializarse en imágenes que logren reflejarlo: hay mucha más banalidad que capacidad de sugerencia en Sombra grande, mucha más retórica que sustancia.

Carlos Losilla