Print Friendly, PDF & Email

Sobre un fondo negro aparece la imagen recortada de una joven gimnasta. Acto seguido, la niña comienza su coreografía mientras se hace visible el gimnasio en el que está compitiendo. Pero en el encuadre solo está ella, con su proeza aeróbica y sus equilibrios imposibles; un plano fijo que mantiene en el centro a Stephanie y sus hermosos movimientos. Con un estilo aséptico y una puesta en escena austera que evidencia una intranquilidad latente en su protagonista, Leonardo Van Dijl captura a esta gimnasta que experimenta los dos lados de la victoria: por un lado la ovación del público que admira su ejecución durante el torneo; por otro, la presión de quienes solo ven en ella una serie de posibilidades. La cámara se sitúa a la altura de Stephanie, una posición que le permite transitar la angustia de una niña asfixiada entre expectativas y cumplidos, pero sobre todo que experimenta decepción e incluso fracaso.

Un cortometraje en apariencia sencillo que ahonda en una profunda crisis personal cuyas secuelas se intuyen, pero quedan fuera de un relato que alcanza a señalar los complejos mecanismos que configuran la autoestima. Volar es la meta que se le impone y a la que aspira esta niña que hace del dolor físico su penitencia por no alcanzar ideales imposibles. Poco a poco, la infancia de la protagonista se difumina, abandonando el centro de una historia que prefiere focalizarse en lo perverso que puede ser el mundo adulto, un mundo exigente, áspero y carente de empatía que termina aniquilando a sus niños.