La última película de Philippe Garrel se centra en las aventuras y desventuras amorosas de Luc, un joven apasionado que busca el amor en cada una de las mujeres que cruzan su camino. Tanto es así que en un momento del film, una joven amenaza con llamar a la policía al sentirse acosada y perseguida por él. La escena sucede de forma casi intrascendente dentro del relato, en mitad de alguna de sus crisis sentimentales y sin recrearse en exceso en una conducta que, en cierta manera, resulta problemática y cuestionable éticamente. Algo que sucede durante todo el metraje de Le Sel des larmes, y que quizá forme parte de la intención del cineasta: señalar aquellos comportamientos e ideales que, disfrazados de galantería, configuran una masculinidad tóxica. El problema se encuentra, por un lado, en que para poder llegar hasta este discurso el relato va maltratando a los personajes femeninos que aparecen (y que constantemenete se desnudan en pantalla); por otro, en la falta de ambigüedad con que retrata a Luc, cuyas proezas y tormentos son narrados por un observador externo y omnisciente.

Hay cierto extrañamiento en la manera en que los personajes interactúan, situaciones que resultan desconcertantes y que a pesar de filmarse de manera realista, encuentran en el melodrama el tono más apropiado para resolver los conflictos que plantea la película. Los fundidos a negro, la voz en off y el uso de la música para favorecer una mirada melancólica o incluso complaciente son algunos de los aspectos en los que se apoya el cineasta para configurar su puesta en escena. Un retrato que ahonda en una anticuada visión del romanticismo sin vislumbrar claramente su postura ante ella. Puede que se trate de una denuncia, una ácida crítica sobre tan desfasados comportamientos, que no termina de encontrar el tono adecuado ni la medida justa de ambigüedad y acaba cayendo en un discurso tan evidente como problemático.