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Fernando Bernal.

Esta es una película sobre el espacio, sus límites y sus formas. El espacio físico que ocupa un viejo hotel, que habita ahora gente que no tiene otro hogar y que forman un microcosmos. Y también sobre el espacio cinematográfico en el que se posiciona la realidad respecto a la ficción, el documental puro y duro frente a la historia inventada. Porque la directora, Irene Gutiérrez, sigue a uno de estos habitantes del edificio casi en ruinas, Jorge, mientras busca, arregla cosas, escucha la lluvia, mantiene una relación de amor con una de sus vecinas o enseña a leer a una niña.

La cotidianidad filmada sin guion, o con muy pocas pautas previas, tan solo observando y dejando que la vida tome posesión absoluta de cada uno de los encuadres del film. Realidad que se funde con ficción, secretos que se revelan mediante la observación y, finalmente, la construcción de una metáfora sobre la situación de la sociedad cubana, que ve también cómo sus cimientos tradicionales están a punto de derrumbarse.

Un ejercicio casi silencioso, en el que la directora debutante consigue borrar la presencia de la cámara, mientras no trata de despejar dudas sobre eso que se considera ‘no ficción’. Aquí lo que importa son los detalles: un ruido, una conversación casi susurrada o un gesto. Y todo dentro de ese espacio, que se tambalea, y que está condenado, irremediablemente, a desaparecer.