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Ricardo González Iglesias.

La adolescencia es un torbellino hormonal de sensaciones y sentimientos. El primer beso, el desamor o la separación de los progenitores son las primeras experiencias de los púberes en su viaje iniciático hacia la adultez. Y el cine los ha retratado con profusión.

Las mejores cosas del mundo no prejuzga las situaciones que plantea ni las reacciones de los protagonistas ante las mismas, solo busca mostrarlas. Narrativamente es previsible y sencilla, deviniendo por momentos en simple, lo cual afecta irremediablemente al resultado final de la película, dejando en el ambiente una sensación de insuficiencia.

En el afán de la directora Laís Bodanzky se intuye pues el llegar a conectar con el espectador adolescente, siempre y cuando éste se mueva en el mismo entorno burgués de clase media acomodada y blanca que nos retrata un Brasil que sabemos que existe, pero que posiblemente sea el menos interesante que se nos pueda ofrecer, ávidos como estamos de originalidad en las formas y complejidad en el fondo del cine contemporáneo.

Por lo tanto, el interés del film radica más en su dimensión pedagógica que en la propuesta cinematográfica, lo cual lo convierte en material perfecto para su exhibición en centros educativos concertados donde los alumnos serán más proclives a la identificación y receptivos al discurso políticamente correcto. Aprobado con cuatro y medio.