Una profesora de universidad es viuda y vive con su hija. Un día despide de un examen a una alumna, suceso que generará una serie de sospechas sobre la situación de acoso que esta alumna -y otras- han recibido por parte de un profesor del centro. La mujer quiere denunciar el acoso que conoce, pero no se atreve a llegar tan lejos. En paralelo, la película se centra en los intentos de la profesora como madre para que su hija no reciba una situación de bullying en la escuela primaria. Estamos ante una primera película bengalí, rodada con notable precisión, con un sentido claro de la denuncia y una reflexión sobre la abyección moral pero que se pierde al intentar articular dos relatos paralelos de denuncia de la situación sobre como el patriarcado ejerce sus redes de influencia en el país. La película pierde una parte de su fuerza al no acabar de explorar los interesantes temas que tiene entre manos y anunciar diferentes finales posibles que acaban provocando que la película no acabe de encontrar una forma precisa para cerrar sus relatos.
Ángel Quintana
Primera película de nacionalidad bengalí que accede la selección oficial de Cannes y segundo largometraje de su joven director, sus imágenes (filmadas todas ellas con un objetivo de 50 mm; el más cercano a la mirada humana) persiguen sin cesar a su protagonista, una joven profesora de un hospital universitario embarcada, simultáneamente, en una batalla contra la masculinidad tóxica y depredadora (lo que la enfrenta a la dirección del centro), contra la relajación de las normas éticas en los exámenes (lo que la enfrenta con los alumnos) y contra su propia realidad familiar, en la difícil gestión del día a día con su hija pequeña y con su hermano. La cámara se pega a Rehana (su nombre da título al film) como la de los hermanos Dardenne a sus personajes, pero aquí la sensación de claustrofobia es acaso mayor, puesto que toda la ficción discurre en estancias pequeñas y cerradas, sin que los encuadres dejen apenas aire entre el cuerpo de la protagonista y los límites de la composición. Tan severa apuesta estilística se hace eco del huis clos moral, vital y mental en el que vive encerrada una mujer cuya mayor prisión es la que vive en su propia cabeza, cercada también por las ancestrales raíces de los viejos códigos sexistas y patriarcales de la sociedad bengalí. La radiografía es áspera como una lija, no hace concesiones y no deja respiros, pero tampoco abre ventanas, ni para que respire el espectador ni para que respire su protagonista.
Carlos F. Heredero