Producida por el polaco Pawel Pawlikowski y, curiosamente, también por la española Freemantle (una productora de contenidos televisivos; en realidad, propiedad del grupo RTL, una división nacional de la británica Bertelsman, en lo que bien podría ser una tapadera para la obtención de fondos europeos), la nueva propuesta del cineasta ruso, ahora exiliado, Kirill Serebrennikov proviene de la controvertida biografía escrita por Emmanuel Carrère sobre el escritor, poeta, agitador y político ruso Eduard Veniaminovich (más conocido por su seudónimo, Eduard Limónov), aunque en realidad toma solo unos cuantos episodios del libro original para acercarse a una figura ciertamente poliédrica, pero más que dudosa en casi todos los aspectos, si es que debemos hacer caso a las imágenes del film. Porque esta es la verdadera cuestión: saber qué era lo que realmente le atraía al cineasta de un personaje al que retrata en todas las abyecciones posibles: sus arrebatos de ira, sus celos posesivos, su violencia sexual, sus iluminadas, fanáticas y roji-pardas ideas políticas que lo llevan a formar un partido de identidad filonazi en la Rusia de Putin, con el pretexto de defender el bolchevismo a la vez que combate en Serbia al lado de Radovan Karadzic (episodio de su vida real, y también del libro, que la película omite cuidadosamente, eso sí)…, quizás con la idea de componer el retrato de un artista maldito para continuar el ya de por sí dudoso y ambivalente retrato del que había sido objeto por parte del novelista.

El problema es que la película solo ofrece esas facetas de Limónov, y ninguna otra más, reduciéndolo así a un personaje fanático, arbitrario, pendenciero, engreído y megalómano, imbuido de ideas estrafalarias y peregrinas a las alturas del tiempo que le tocó vivir. Y lo peor es que, contagiado quizás de ese espíritu, Serebrennikov se cree en la obligación de multiplicar las texturas fílmicas de sus imágenes (su más acusado rasgo de estilo, venga o no cuento: recuérdese Leto, 2018) sin más resultado que el de impostar, desde fuera, una vertiente supuestamente heterodoxa y falsamente dinámica a una película totalmente fallida y cansina, sin respiro alguno en su descenso al feísmo y a la ferocidad caprichosa de un iluminado. Un retrato unidimensional, en definitiva, que en el mejor de los casos se traiciona a sí mismo y, en el peor, acaba identificándose con un fantoche, interpretado aquí de manera igualmente impostada por el británico Ben Whishaw.

Carlos F. Heredero

Todo empezó en 2006 cuando el escritor Emmanuel Carrère asistió al entierro de Anna Politkóvskaya, periodista rusoamericana asesinada en Moscú por sus críticas al poder de Putin y a su actitud en la guerra de Chechenia. En el entierro, Carrère vislumbró la figura de Eduard Limónov escritor maldito en el París de los años ochenta y condenado a la cárcel de Siberia por haber fundado el Partido Nacional Bolchevique, un reducto ultranacionalista opuesto a las políticas liberales de la Unión Soviética después del muro. El entierro no era el lugar perfecto para encontrar a Limónov, pero el enigma de su presencia podía abrir las puertas a una gran autoficción. Carrère, cuya madre fue una de las grandes especialistas francesas en la historia rusa, se interesó por la trayectoria de este personaje que fue poeta underground en la Rusia de los setenta, vivió la moda neoyorquina para convertirse en homeless y acabó siendo mayordomo de un multimillonario. Más tarde se convirtió en francotirador serbio en la guerra de Bosnia. ¿Quién era ese personaje monstruoso? ¿Hasta dónde  pueden llevar los aires de grandeza a abrazar el gusto por el mal y el caos? El resultado fue una novela excelente publicada en 2011.

Limonov de Kirill Serebrennikov es la adaptación de una parte de la novela de Carrère. La película ha sido compuesta como un auténtico europuding de prestigio, en coproducción internacional, con guion del cineasta polaco Pawel Pawlikowski y con el actor inglés Ben Whishaw encarnado las múltiples máscaras de Limónov. La película está rodada en inglés y se centra mayoritariamente en la estancia del poeta en el Nueva York de los setenta y su regreso a la Rusia de la Perestroika hasta la fundación del partido ultranacionalista. Fuera de campo queda toda la experiencia en Serbia, las relaciones con la cúpula de la nueva Rusia y la transformación al final de su vida, cuando se convirtió en un líder de la oposición a Vladímir Putin. Partiendo de la lógica de que toda adaptación es una traición, la película puede saber a poco a todos los lectores que pretendan indagar en la forma en que Limónov funciona como una especie de espejo cóncavo de la vida rusa de medio siglo.

El Limonov de Serebrennikov es otra cosa, es un ejercicio de fascinación hacia un personaje que quiere conquistar el mundo a toda costa, que no se conforma con la gloria, sino que quiere abrazar el mal en estado puro para de este modo llegar al límite. Limónov pasa de ser un punki de la literatura y la política a encarnar la incorrección llevada al límite. El retrato que Serebrennikov realiza del personaje, con el beneplácito de Carrère que aparece incluso en un momento de la película, es sorprendente. Serebrennikov rueda con desgarro, nervio y con una fuerza visual increíble. Estos factores convierten a este Limonov, puntuado constantemente por la música de Lou Reed, en una película apabullante, visualmente increíble. En muchos momentos, principalmente en la hora y media filmada en Nueva York retoma el pulso de Leto, con sus transiciones deslumbrantes, su poética en la forma de filmar los cuerpos y su intensidad para conseguir que la violencia física se transforme en violencia visual. Un ejercicio de gran cine.

Por otra parte, hay en Limonov de Serebrennikov una especie de fascinación perversa por el personaje que puede llegar a considerarse incluso como una especie de autorretrato perverso del propio cineasta. Serebrennikov vivió otra Rusia diferente a la de Limónov, pero fue un proscrito del régimen. Cuando filmó Leto estaba perseguido por Putin por fraude fiscal y con la invasión de Ucrania tuvo que huir para instalarse en Alemania. Desde Alemania fue mimado –como el poeta Limónov de los ochenta– por Francia abriéndole las puertas de Cannes y del Festival de Avignon con Le Moine noir,  con la que inauguró el certamen en 2022. Su película puede considerarse como la puerta de entrada de un gran cineasta ruso en el universo de occidente. En el interior de la película se observa una tensión entre el posible malditismo de Serebrennikovalimentado por su atracción a los excesos del personaje y el pacto mefistofélico con un tejido industrial. El resultado de esta tensión es apasionante, la identificación tiene un punto de perverso, aunque quizás le falte definir cómo Limónov puede pasear por el lado oscuro de la vida. Walk in the Wild Side.

Àngel Quintana