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Desde que, en 2019, el Festival de Sevilla organizara la primera retrospectiva dedicada a la cineasta británica Joanna Hogg en España, ninguna de sus películas ha sido estrenada oficialmente en nuestro país hasta ahora (ni las previas a ese año, ni tampoco The Souvenir. Part II, de 2021, que pasó por la Quincena de los Realizadores). Un descuido, difícil de entender, que ha condenado a la invisibilidad una de las obras más sugerentes y personales de la cinematografía actual. El ciclo que le dedicaron el mes pasado el Festival D’A de Barcelona y la Filmoteca de Catalunya parece encaminarse a una reparación que se completa, de hecho, con el estreno en salas este mes de su nueva película, La hija eterna (2022). Esto nos permite reivindicar en nuestras páginas la coherencia de una estimulante filmografía que logra establecer, tal y como explica la propia cineasta en la entrevista que aquí publicamos, diálogos y derivas de unas cintas a otras. Una obra, en definitiva, capaz de poner en escena, a partir de la autoficción, pero también de la reflexión metalingüística –y del modo a través del cual lo cinematográfico se refleja en la experiencia vital– el poder liberador y exorcizante del gesto creativo. Hogg enfrenta lo inasible del paso del tiempo y de las vivencias y las emociones que contienen sus recuerdos personales a través de una idea casi alquímica de lo que la ficción puede generar. De este modo, sus películas transitan el inestable territorio entre la vida y la muerte, la presencia y la ausencia, para hacer posible, como dice Carlos F. Heredero a propósito de La hija eterna, “la convivencia de lo real y de lo imaginario ‘dentro’ de la imagen”.
Pero además, y junto al de Joanna Hogg, sumamos en este número un nombre más a esa nómina de cineastas silenciadas y desatendidas –del presente y del pasado– que desde Caimán CdC, y como particular compromiso editorial, buscamos rescatar y restituir. Volvemos de este modo la mirada sobre la trayectoria de la cineasta afrocubana Sara Gómez, primera directora de cine del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos de Cuba (ICAIC) y fallecida prematuramente a los 35 años, aprovechando además que Mubi pone a disposición ahora su largometraje póstumo, De cierta manera (1974) y su primer corto, Iré a Santiago (1964). Sara Gómez, que mantuvo contacto personal y creativo con Agnès Varda o Marguerite Duras, desarrolló durante los años sesenta y setenta un estilo y un lenguaje libre y transgresor para abordar de manera incisiva en sus películas temas como la revolución, los prejuicios raciales, la marginalidad o el machismo imperante en la sociedad cubana.
Asuntos todos ellos que, de hecho, nos permiten a su vez conectar con otro de los bloques esenciales del presente número. Porque no dejamos de lado tampoco aquí la exigencia, siempre vigente (ya lo hemos señalado alguna otra vez), de seguir reflexionado sobre los retos que la actualidad genera sobre el ejercicio de la crítica cinematográfica, sus corrientes, sus herramientas metodológicas y su evolución histórica. Abordamos por ello la discusión conceptual en torno a la llamada ‘cultura de la cancelación’ para abrir un espacio de debate que, desde su complejidad, inauguramos este mes –y ampliaremos durante los siguientes– a través de un texto de Àngel Quintana que propone la duda como primer estadío frente a cualquier dogmatismo, y que formula algunas preguntas esenciales: “¿es posible hablar de los hipotéticos logros estéticos de una obra sin pensar en el contexto?”, por ejemplo. Frente a la ya tradicional confrontación entre estructuralismo, política de los autores y estudios culturales, y mientras la crítica feminista, más activa que nunca, sigue conquistando territorios de pensamiento, se impone la necesidad de buscar mecanismos más fluidos, que esquiven el radicalismo cuando conduce a la discusión simplista y sin matices, a través de los cuales seguir entendiendo la crítica como “cruce de miradas múltiples que actúan desde una auténtica disidencia reflexiva”, en palabras de Àngel Quintana.

Jara Yáñez