El pretexto que sirve para activar la fascinante opera prima de Payal Kapadia toma el motivo del manuscrito hallado de manera inopinada. Aquí, una estudiante residente en el Film and Television Institute of India encuentra en su habitación un manojo de cartas que L le escribe a K. En la película de Kapadia, premiada con el Ojo de Oro al mejor documental en la pasada edición del Festival de Cannes, el texto -esto es, la lectura de la correspondencia- suele ir por un camino ajeno al de las imágenes, aunque, como veremos, esta no es una afirmación que pueda lanzarse con excesiva rotundidad. Si, inicialmente, el intercambio epistolar da cuenta de los tortuosos avatares que obstaculizan el romance entre los enamorados; los dos pertenecientes a castas distintas y, por lo tanto, condenados de antemano por un sistema cuya jerarquización no admite noviazgos interclasistas; el planteamiento irá derivando en un crudo análisis sobre la situación de la India, empezando por los problemas que afectan al propio instituto en el que germina la historia para ir extendiéndose a las revueltas universitarias y terminar bosquejando el perfil de un país asolado por la violencia, la desigualdad y el racismo. El gran mérito de Kapadia está en huir del documental al uso, por más que su película jamás descuide el contexto (está situada en los años 2015 y 2016), y acercarse sin temor al ensayo de corte poético sin por ello abandonar una postura militante: es más, serán sus formas las que la doten de un mayor alcance político. Rodada casi en su totalidad en blanco y negro, abjurando de la nitidez, oscureciendo las figuras humanas para buscar una abstracción que le brinda una apariencia de alucinación reposada, A Night Of Knowing Nothing parece señalar que sus imágenes pertenecen a todos los tiempos, que ocurrieron, sí, en 2015, pero que también han sucedido en el pasado y, de no poder remedio, volverán a producirse en el futuro.
La cadencia calma con la que se nos empieza a narrar la historia de un amor prohibido no abandonará un relato en el que las estampas oníricas conviven con otras de manifestaciones estudiantiles y con estremecedores videos de archivo de cargas policiales, todas ellas hermanadas por un mismo tono y una misma textura, porque quizá la lucha que mantienen L y K para salvar su relación no es tan distinta a la de sus compañeros de instituto: en el fondo, es el mismo sistema el que los oprime, el que los separa. Una película en la que lo personal es político (y lo poético, también).