La primera película dirigida por el hijo de Jafar Panahi arranca con un largo y virtuoso plano secuencia en el que la cámara, colocada dentro de un coche, va presentando a los distintos miembros de la familia que conforman su casting esencial: del hijo pequeño al padre, en los asientos de atrás, vislumbramos al fondo, fuera del coche, al hijo mayor, que al acercarse entra en foco y nos permite descubrir a la madre en el asiento delantero. Están haciendo un alto en el camino de lo que parece ser un largo viaje. Pero en la película de Panah Panahi se dice muy poco y lo que escuchamos no es casi nunca explicativo y ni siquiera descriptivo. El silencio es elocuente, en este caso, como mecanismo de exploración emocional: conectamos con lo que está ocurriendo a través de ese silencio, de las miradas y también de un paisaje que evoluciona del desierto al verdor de las montañas para volver de nuevo a la tierra seca en su final. En contraste con esa ‘incomunicación’ el acompañamiento musical recupera además temas populares del Irán previo a la revolución. Son siempre las canciones que escucha la familia en el coche y se introduce con ello una reivindicación (nostálgica pero poderosa) de la época en la que la creación musical y artística en general era posible en el país.

La película del iraní es una road movie que, quizá inevitablemente, recuerda en muchos momentos a Y la vida continúa de Kiarostami. No solo en los planos generales en los que un camino es atravesado por un coche, sino también en su tempo, en su cadencia, y en el modo en el que los distintos encuentros casuales y esporádicos con personas que aparecen en el camino van puntuando la narración. Pero Hit The Road es la historia de una huida y pone en imágenes la realidad de muchos iraníes que escapan clandestinamente a través de la frontera con Turquía. Y aunque cuenta Panahi que hay mucho de su propia familia y de su infancia en el diseño de cada uno de los personajes del film (su propia timidez e introspección están expresados a través del hijo mayor) la película dibuja el desgarro y el dolor por una separación que no permite siquiera la despedida. 

En una conversación, el hermano mayor le dice al padre que 2001: Odisea del espacio le transmite la serenidad de un lugar donde no hay guerras. Algo más tarde, el film pierde su raigambre costumbrista y convierte la referencia en homenaje a través de una secuencia de ensoñación en la que el padre y el hijo pequeño, hablando de superhéroes, van poco a poco despegando de la hierba para acabar flotando en un cielo estrellado. No es la única imagen poética de un film que lanza al panorama internacional un cineasta con una sensibilidad y una capacidad estética reseñables.

Jara Yáñez

Jafar Panahi comenzó su carrera como ayudante de dirección de Abbas Kiarostami y se daría a cononcer en Cannes con El globo blanco, una pequeña película minimalista que podría ser una réplica de las películas que su maestro realizara en los años ochenta en la escuela Kanoon para el desarrollo intelectual de la infancia. Panah Panahi daría sus primeros pasos como ayudante de su padre, Jafar Panahi y curiosamente ha rodado una película que parece evocar cierta poética salida de los sobreentendidos de Kiarostami –El viento se llevará– pero con el trasfondo político de la obra de su padre. Hit the road es una película sobre la necesidad de huir de Iran ante las presiones de su régimen político. De hecho se presenta como una road movie familiar hacia un destino final que desconocemos. La peculiaridad de la película es que empieza como una comedia delirante, en la que un padre con la pierna enyesada, una madre que ríe y llora, un niño travieso insoportable y un joven taciturno viajan con un perro hacia la frontera del país. Por el camino atropellan a un ciclista, entran en contacto con unos pastores, se pierden y acaban junto a otras familias en una especie de acampada observando las estrellas, mientras el destino familiar se transforma. Panah Panahi arranca la película como una delirante comedia costumbrista para acabar convertiéndola en una bellísima fábula sobre la pérdida, los cambios vitales y el malestar de su país. En los últimos momentos de la cinta, de una belleza deslumbrante, el cineasta abandona el coche para filmar el paisaje, crear una visión del cosmos y poner en relación las miserias de la dimensión humana con el misterio de la vida. Una auténtica sorpresa.

Àngel Quintana