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La ya veterana Catherine Corsini (65 años; más de veinte largometrajes en su filmografía) muestra una energía y un ímpetu realmente admirables para adentrarse en el torbellino de las urgencias de un hospital público parisino cuando estas se saturan, quedando desbordadas, por los heridos provocados por la brutalidad policial en una manifestación de los chalecos amarillos. Allí confluye también una madura pareja de lesbianas en trance de separación (en apariencia, los dos personajes que ‘conducen’ el relato) cuando una de ellas (memorable Valeria Bruni-Tedeschi, en una composición con inteligentes pinceladas de comedia autoparódica) tiene que ingresar con un codo roto por una caída. El elenco se completa con una enfermera negra asediada, a su vez, por urgencias familiares, y con un camionero manifestante herido en una pierna. El fresco resultante, atravesado por un sentido del humor que actúa como contrapeso del drama y como vacuna contra la trascendencia, es de una intensidad y un brío más que notables, virtudes nada despreciables de una película ciertamente modesta que tiene dos virtudes fundamentales: colocar sobre la pantalla un retrato crítico del estado precario en el que se encuentra la sanidad pública francesa (amenazada por los recortes, la falta de presupuesto, la escasez de personal, el envejecimiento de las instalaciones, etc.) y, sobre todo, no engolar la voz ni ponerse trascendente para trazar esa radiografía. Y tampoco para diseccionar la crisis de pareja que viven las dos mujeres protagonistas, retratada con agudeza. Corsini no descubre ningún Mediterráneo cinematográfico, pero ante una película como esta uno se pregunta dónde está el cine español que hable del desmontaje sistemático de la sanidad pública y de la atención primaria (y de tantas otras cosas de la realidad nacional, igualmente ausentes de nuestras pantallas), hacia dónde están mirando los directores y guionistas de nuestro país y por qué no es posible hacer en España una película como esta.

Carlos F. Heredero

El pasado mes de septiembre se estrenó en Francia un espléndido documental titulado Un pays qui se tient sage de David Dufresne en la que se discutía sobre la violencia policial y el problema generado

con las manifestaciones de los Gillets Jaunes. Y cualquier idea y reflexión de ese documental sobre el naufragio de los principios republicanos es más interesante que las ideas establecidas en La Fracture de Catherine Corsini. En este caso y desde la ficción, se

nos cuenta la historia de una triple fractura. Una mujer -la siempre eficiente Valeria Bruni Tedeschi- rompe con su novia, se rompe el brazo y vive la fractura social de su país cuando es ingresada de urgencias en un hospital público, mientras tienen lugar las manifestaciones de los Gillet Jaunes. Catherine Corsini relata lo que pasa en urgencias cuando el caos se apodera de la sanidad, los médicos están en huelga, las listas de espera son interminables y en el exterior los manifestantes asedian el hospital. La película denuncia la fractura de la sanidad pública pero en el fondo la fractura auténtica es la de la sociedad francesa. Una sociedad que va a la deriva y vive en un caos parecido al del hospital que retrata Catherine Corsini. La fracture podría tener todos los elementos para ser una buena película que generara debate. El problema es que juega con lo grotesco, con la comedia desmesurada y todo acaba siendo un auténtico batiburrillo de intenciones no llevadas a cabo.

Àngel Quintana