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Ganadora del Premio New Directors en San Sebastián 2004 con su primer largometraje (Innocence) y del Premio Especial del Jurado en la Competición Oficial de 2015 con Évolution, Lucile Hadzihalilovic regresa a Donosti con su tercer largo: una misteriosa, sórdida y críptica indagación en un universo claustrofóbico supuestamente situado en algún lugar no identificado de Europa a mediados del siglo XX, donde una niña con dientes de cristal vive encerrada en un apartamento siniestro y lúgubre bajo la estricta vigilancia de un hombre que, llegado un momento, debe devolverla a un no menos misterioso castillo. La película juega sus mejores bazas, y lo hace con sabiduría y con intensidad dramática, en el terreno de la ambientación, en las tonalidades cromáticas y fotográficas (decisivas en la configuración de los ambientes) y, particularmente, en el de la banda sonora, donde diferentes capas de sonido contribuyen de manera decisiva a generar una atmósfera fronteriza con el fantástico e inclusive con el terror psicológico. Más allá de estos méritos, empero, este crítico ha sido incapaz de comprender la naturaleza de la historia ni de llegar a entender, exactamente, qué es lo que se nos quiere contar, por más que algunos sugerentes ecos del cine fantástico de André Delvaux asalten algunas veces los fotogramas. Por el relato circulan otros personajes no menos opacos y la narración desemboca en un epílogo con componentes de canibalismo que abre la reinterpretación de todo lo anterior a una posible relectura igualmente inquietante. Todo se queda, finalmente, en un magma espeso, quizás demasiado impenetrable o quizás demasiado indefinido como para llegar a conjugar con eficacia los sugerentes hilos anteriormente apuntados.