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La lógica implacable, y a veces infernal, de las redes sociales; el espectáculo televisivo de la cultura; la conflictiva convivencia entre la Francia multiétnica y las élites sociales y culturales; la marginación social de la emigración en las banlieues; la encrucijada a la que se enfrentan los personajes públicos y famosos cuando las barreras de lo ‘políticamente correcto’ imponen su dictadura y amenazan con ‘cancelar’ su presencia en el ágora mediático… Estos son algunos de los ‘charcos’ en los que se mete, simultáneamente, la nueva, sintética y breve realización (87 minutos) de Laurent Cantet (Palma de Oro en Cannes con La clase, 2008), filmada con el brío narrativo de sus mejores trabajos y protagonizada por un joven de origen argelino convertido en escritor de éxito cortejado por la ‘alta cultura’ hasta que el hallazgo de los tuits xenófobos, antisemitas, homófobos y denigrantes de todo tipo de minorías (publicados anteriormente por él bajo el seudónimo de Arthur Rambo) le colocan en una situación insostenible y le devuelven al ostracismo. Cantet pone el dedo en la llaga de algunos de los temas enunciados antes, pero su película corre el riesgo de quedarse en territorio de nadie, demasiado ambigua en el retrato de su protagonista (una figura cuya coherencia interna como personaje de ficción se tambalea en no pocos momentos) y sin que llegue a quedar claro en qué dirección se mueve su discurso: ¿requisitoria de sustrato moralista sobre el mal uso de las redes sociales, casi admonitoria en este sentido? ¿Denuncia del elitismo clasista de las élites culturales y sociales del país? Queda para el espectador dilucidar cómo quiere interpretar un film que, en cualquiera de los casos, se atreve a hundir el bisturí ­–si bien con fortuna desigual– en candentes problemas de actualidad.