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El eje esencial de este número de verano de la revista se explica a través de la reivindicación de la mirada propia de tres creadoras. Tres mujeres que desde la diversidad de sus procedencias, desde la diferencia de sus intereses, de sus estilos y de sus inquietudes creativas, comparten sin embargo un elemento crucial: todas han sido desatendidas, ignoradas, olvidadas o incluso silenciadas, en algún momento de su trayectoria, por una parte de la historiografía y la crítica más tradicionales. Son Marguerite Duras, Caroline Champetier y Chick Strand y el propósito es aquí arrojar luz para rescatar y resituar la importancia de sus obras. Nunca antes en la revista habíamos hablado del cine de Strand, muy poco sobre el de Duras (a propósito de la edición en DVD de India Song en 2009) y sobre Champetier se publicó en 2008 una conversación sobre su trabajo en Un couple parfait, de Nobuhiro Suwa. Recuperamos ahora a las tres acompañando además la iniciativa concreta de diversas instituciones públicas y privadas (filmotecas, centros culturales y museísticos, asociaciones, distribuidoras o alguna editorial) que, en los últimos meses, de una u otra forma, han dedicado su atención a este mismo objetivo. Por todo esto: ¡Démosles voz!

Dijo Marguerite Duras: “El cine que hago, lo hago en el mismo sitio que mis libros. Es lo que llamo el sitio de la pasión”. Su obra cinematográfica, fruto de ese personal sentir creativo, sigue siendo un universo de difícil acceso. Y lo es, en primer lugar, por la escasa, incompleta y siempre insuficiente circulación de sus películas en nuestro país (a ello dedica Elsa Tébar un artículo). Pero lo es también por tratarse de una obra compleja, quizá incluso inabarcable en un cierto sentido y sin duda apasionante, que se desdobla, desborda y bifurca no solo entre las propias películas, sino también hacia sus piezas literarias. Por eso resulta especialmente revelador y emocionante poder publicar en este número un texto inédito en el que la escritora Marta Sanz, una de las voces más lúcidas y comprometidas de nuestra literatura actual, ofrece su particular mirada hacia Le Camion, la película que rodara Duras en 1977, en un análisis donde el lenguaje creativo de ambas autoras (y con ello también el de la literatura y el cine) encuentran un fructífero y significativo diálogo de ida y vuelta. Sobre Duras escriben también los críticos y analistas Philippe Azoury y Lourdes Monterrubio Ibáñez en sendos textos personales que nos sitúan, de manera definitiva, frente a una autora indispensable.

Dijo Caroline Champetier: “El cine filma el interior de las personas”. Ella fue una de las poquísimas mujeres en ejercer la dirección de fotografía a partir de finales de los años setenta, cuando aún muy pocas pensaban siquiera en poder hacerlo. Champetier, para la que el compromiso con su trabajo no es solo estético sino también político, ha sido capaz de consolidar una sólida y consistente trayectoria, que se mantiene en el tiempo y que ha ido configurando además unas señas de identidad propias a través de la diversidad y el peso específico de los y las cineastas con los que ha trabajado. Godard, Lanzmann, Akerman, von Trotta, Carax, Rivette, Suwa… La lista es larguísima. Violeta Kovacsics mantuvo con Champetier una larga conversación que nos acerca a su particular universo creativo.

Dijo Chick Strand: “Estos son algunos de mis ‘idiomas’: la antropología, la reproducción, la maternidad, la relación entre el maestro y el alumno, el pintor, el jardinero, el ebanista, el automovilista, el personal de mantenimiento, la costurera, el adiestrador canino, el viajero, el melómano, y el creyente”. Y efectivamente, la relación de la cineasta con el arte y el cine es abierta, desprejuiciada, transgresora, vital y libre. Su cámara se pega a lo que filma y en su proximidad desprende intimidad, sensualidad y una profunda mirada feminista hacia la realidad. Sobre la filmografía de la que es uno de los puntales de la vanguardia de los sesenta en la costa oeste estadounidense escribe para este número nuestra colaboradora Elena Duque.