Print Friendly, PDF & Email

En Pátio do Carrasco asistimos a un truculento juego de miradas en un ominoso patio de Lisboa donde acaecieron terribles hechos en el pasado. Se trata de una adaptación de Un fratricidio de Fran Kafka. La tercera película del cineasta portugués, André Gil Mata, usa la conjunción de tiempo y espacio para construir un film donde se juega con las expectativas del espectador a través de la repetición y el punto de vista. En el prólogo asistimos a una voz en off que nos relata el contexto histórico en el que se desenvolverá la historia. El título del film hace alusión al lugar donde vivió el último verdugo de Portugal, Luis Alves Dos Santos. Un entorno marcado por la muerte y la culpabilidad. Pátio do Carrasco se divide en cuatro episodios, una narración al estilo de vidas cruzadas en el que cada personaje desempeñará un papel determinado que conoceremos en su desenlace.

El director plasma a sus personajes de manera ominosa, dedicando el tiempo narrativo necesario para mostrar la cotidianidad de sus acciones. Una mujer que espera, un escritor que redacta, un artesano que crea. Los planos abiertos encierran a los protagonistas en las cuatro paredes del edificio para contrastarlos con primeros planos y aprisionarlos sobre ellos mismos. Una puesta en escena claustrofóbica en la que priman los claroscuros y el ambiente decadente. Los 16 mm le aportan una fisicidad perfecta para este cometido. Pátio do Carrasco transmite, en la mayor parte de su metraje, la sensación de que algo no va bien. El hecho de que todas las acciones de los personajes se desarrollen al mismo tiempo, pero que este, se revele al espectador según el punto de vista, provoca una tensión in crescendo hasta su último acto. A Gil mata no le interesa tanto mostrar un hecho terrorífico como crear una atmosfera donde este se desencadene. El elemento fantástico de la película provoca una rotura de estas formas, con un agresivo zoom in y uno de los pocos efectos de sonido de toda la obra.

Para la construcción del misterio y la intriga, el director usa la mirada contemplativa, los efectos de sonido entrelazados y los ecos fantasmales de tiempos pasados a modo de repetición en cada uno de sus actos. Un recurso de doble filo si el final no está a la altura de lo que pretende transmitir el conjunto. El prólogo acumula casi la totalidad del diálogo de la película y, de alguna forma, parece que el espectador puede armar cierta explicación verosímil –algo que no parece buscar la película– o una relación pertinente. Sin embargo, este inicio no casa con la propuesta formal del resto del film y no parece ser indispensable en cuanto a lo narrativo. Gil Mata consigue crear un clima extraño con una particular cadencia para la sorpresa y un carácter performativo sobre las sensibilidades de sus personajes ante el suceso criminal. Funciona como un ejercicio estético donde la temporalidad, el ritmo y el montaje se unen en un coctel observacional en pro del suspense. Un thriller poco convencional apto para los amantes del slow cinema que quizás encuentra sus mayores trabas en un desenlace descafeinado. Andrés López Fernández


En un espacio encerrado con paredes texturadas se enmarcan ventanas en penumbras que observan al patio principal, mientras el narrador cuenta la leyenda de Luis Alves: el último ejecutor del reino portugués condenado a ser verdugo. Tuvo el peor castigo contra sí mismo, dicen que incluso pedía a su subalterno encargarse de las ejecuciones para huir de su culpa, y esta última sirve de espejo para aquellos nacidos en el patio, quienes cargan con su legado y maldición. Dicen que aún se escuchan los gritos de sus víctimas en este lugar que se unía por un túnel subterráneo entre el lugar de trabajo de Alves y su vivienda. “El miedo es el mayor enemigo del hombre”. Con esta premisa, el director André Gil Mata da una vuelta de tuerca al relato breve de Franz Kafka, Un fratricidio. En esta mezcla de universos basa su mediometraje: Pátio Do Carrasco.

El sello estilístico de André Gil Mata se vislumbra en su filmografía, donde explora narrativas en el documental, con Cativeiro (2012) así como en la ficción, en Como Me Apaixonei por Eva Ras (2016) y Drvo (2018). Ahora en Pátio Do Carrasco elabora este thriller con el misterio del whodunit llevado al lenguaje del cine de terror al estilo Gil Mata, con planos contemplativos, que se toman su tiempo en ser reflexivos y tener como objeto principal a sus actores. El recorrido de cuatro personajes y sus puntos de vista de lo que sucede en el mismo fragmento de tiempo está rodeado de suspenso, y es el espectador quien busca las pistas para saber que sucederá a continuación. ¿Quién esta siendo observado? Cada ventana del patio oculta una intriga tras las cortinas, y dichas cortinas son los capítulos que dividen la película en cuatro títulos.

Los códigos del terror establecen la atmósfera de tensión a partir de elementos integrados de manera magistral. La luz que acompaña a los personajes convive entre penumbras con el claroscuro, y logra resaltar las texturas casi táctiles en los espacios habitados. El uso de movimientos de cámara abruptos como el zoom in y el plano Hitchcock de Vértigo generan la temible inmersión, incluso el look fílmico de 16 mm genera un grano en la imagen que mezclado con los decorados y vestuarios hacen dudar sobre la época en la que se ubica la narración. En el paisaje de tonos ocres resaltan elementos con color vino tinto, el cual es el hilo conductor del inevitable crimen que está a punto de ocurrir. Los planos con gran angulares invitan al espectador a depositar la mirada en diversos lugares de encuadre en las casas de cada personaje, logrando así una experiencia única para quien lo atestigua de llevar su atención al atrezzo que otorga nueva información sobre cada uno de ellos.

Con un diseño sonoro cuidado y que requiere máxima atención, sucede la colisión inevitable que entrelaza a los personajes, es el pilar que desarrolla el misterio, recoge las pistas y une los mundos paralelos de las casas que apuntan al patio. Una máquina de escribir, el golpeteo en el metal, un taconeo en el piso de madera, y las campanillas en la puerta, mantienen la imaginación atenta. El sonido de la mano de Rafael Cardos logra que el filme se termine de construir en la mente del espectador e invita a participar de forma activa para unir los cabos. Daniela Naranjo Puente


Una constante sensación de que algo malo va a suceder que se siente como una inquietante respiración de un visitante invisible en la nuca, no solo del espectador, sino también en la de los protagonistas. El thriller Pátio do Carrasco  cuenta una sola historia bajo el punto de vista de cuatro vecinos, precedida de una introducción sobre un asesino que explica la procedencia de la ‘maldición’ del barrio. Esta es la historia de un asesinato contado sin apenas palabras, lo que hace que se mantenga la atención en los detalles, en los sonidos y en los juegos tanto de luces como de cámara. Los zooms antes de terminar cada parte de la historia hacen que quien lo esté viendo analice los pequeños detalles, pero es la combinación de los sonidos (susurros en su mayoría que recuerdan a psicofonías paranormales), los juegos de luces y sombras, y la agitación de la cámara los que son capaces de dejar con la piel de gallina al espectador.

El uso de los planos largos es una constante durante toda la película. Las acciones de cada protagonista se pueden observar con detenimiento gracias al uso de estos, como pasa con la señora Wese donde se la puede ver preparándose para empezar su día, dándole cierta calma a la acción que se acaba viendo interrumpida por un zoom hacia el fondo, encuadrando los objetos que los personajes tienen detrás de sí junto con los susurros. En el caso de la señora Wese es un zoom al vaso de vino encima de la mesa. Con este zoom no solo se muestra el vaso, sino que el fondo se oscurece y, mientras se escuchan los susurros de fondo, la cámara comienza a temblar como si un acto paranormal estuviera sucediendo en ese mismo momento.

Al tratarse de cuatro historias diferentes pero conjuntas, hay un hilo conductor en cada una de ellas que le da continuidad al relato. La historia de cada personaje comienza con un plano cercano del edificio que el protagonista ve desde su ventana, continuando con un pequeño travelling que enmarca al personaje en su propio espacio, situándolo para el mapa mental del espectador. Este edificio que cada protagonista ve es el espacio en el que se sitúa el vecino cuya historia se cuenta justo antes. La continuidad de la historia no es solo visual, sino también sonora. Los sonidos, o en este caso golpes, que se escuchan al principio de cada historia conectan con las acciones que hace uno de los personajes. Esto se descubre cuando llega el momento de ver su historia, pero mientras suceden todas las demás, los golpes siguen estando presentes al inicio, siempre dentro del mismo encuadre de tiempo.

El final del thriller, la conclusión del asesinato, comienza con un barrido del patio que denota que, pese a lo ocurrido, esas paredes siguen estando igual que al inicio, y termina situando a los cuatro vecinos juntos en el callejón donde ocurre el asesinato. Este final enlaza de forma directa con el inicio del film, cuando con la historia del asesino original se enseña la plaza al completo al espectador. Al terminar el mediometraje queda una duda, tan fuerte como inquietante. ¿Todo lo ocurrido es gracias al espíritu del asesino original o es un miedo inducido por la historia del Pátio do Carrasco? Carmen Gómez Polanco