Adilkhan Yerzhanov vuelve al Festival de San Sebastián (donde compitió en 2019 en la Sección Oficial con el noir de estilo nórdico A Dark-Dark Man) con Yellow Cat, una cinta que comparte algunas de las virtudes de su film anterior. Poco ha cambiado la localización en la que suceden los hechos esta vez: un amplio y desierto descampado donde las personas parecen vivir a la intemperie (o en casas aisladas y destartaladas), y extraños lugares como desguaces o naves de aspecto abandonado donde la gente parece estar matando el tiempo. Los personajes habitan este espacio deslocalizado y desnudo, la nada como una ciudad de ciudadanos extravagantes que observan con resignación los sinsentidos que acontecen a diario. En medio de tan variopinto retablo, el cineasta otorga a sus protagonistas un arma con la que sobrevivir en tan hostil y disparatado lugar: la inocencia.
Aunque la infancia tiene aquí menos relevancia que en la cinta de 2019, Kermek y Eva comparten algunos de sus rasgos característicos con los personajes de aquella. Así, mientras el relato se complica y el drama empieza a evidenciar la criminal y patológica sociedad en la que se encuentran, la joven pareja mantiene la ilusión de abandonar ese ambiente de corrupción del que nadie puede mantenerse alejado. Yerzhanov critica desde la sátira, a la vez que rinde un particular homenaje al cine. La narración está plagada de citas cinéfilas que van desde las constantes referencias que Kermek recita en pantalla (y a las que alude abiertamente) hasta el uso de la música original de un clásico cinematográrico, que él mismo baila para Eva. Mientras esto sucede, otro personaje que vive en este particular no lugar de mala vida y tiempos muertos expresa que, viendo dicha escena, uno “se siente glorioso”. Yerzhanov les concede a sus personajes el cine, y con ello lo más parecido a la salvación.