El minimalismo en la configuración de la puesta en escena y el encuentro como espacio privilegiado de las relaciones humanas son algunos de los elementos que caracterizan el cine de Hong Sangsoo. Elementos que también están presentes en su último largometraje, The Woman who Ran, y con los que compone una elegía a la sencillez como estilo de vida y, por su puesto, de cine. En el centro del relato está Gamhee (Kim Minhee) una mujer que, aprovechando la ausencia de su marido, decide visitar a algunas amigas. A partir de esos encuentros, el relato se estructura en tres partes que se ejecutan con un esquema similar: una charla distendida alrededor de una mesa, personajes compartiendo la comida y la revelación por parte de la protagonista de haber pasado cinco años sin separarse un solo día de su marido. Tan sencilla como hermosa resulta la transición de un lugar a otro al utilizar la imagen del monte Inwang (una vista que comparten las personas que visita Gamhee), y la introducción del acompañamiento musical, creando así una suerte de vínculo que se extiende al lenguaje fílmico.
En este retrato de lo cotidiano, Sangsoo mantiene sus señas de identidad que tienen su máxima expresión en el cambio de plano a partir del movimiento de cámara. Así, el zoom con que se reencuadra a sus personajes (situándolos en una posición más adecuada a la revelación de sus emociones o para enfatizar sus palabras) resulta ser también un prodigioso mecanismo con el que crear uno de los elementos más hilarantes de la cinta: un brillante gag visual que ya venía precedido por la comidicidad de un momento en que varios personajes parecen entrar en un bucle absurdo de malentendidos provocados por una cuestión de honestidad. The Woman who Ran es una cinta donde la ligereza de su estilo visual tan solo enriquece un necesario discurso sobre la esencia del cine, que hace de la palabra un medio de expresión y vinculación personal, y de la imagen (o su contemplación) una poderosa fuente de revelación de emociones.