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Las películas de François Ozon siempre aparecen insertas en una especie de marco, a modo de metarrelato, que las lleva mucho más allá de lo que podría parecer. Ese era el secreto del éxito de En la casa, cuyo tema más explícito resultaba ser precisamente ese. Y esa estrategia reaparece en su último trabajo, Verano del 85, en apariencia una historia de amor homosexual entre dos adolescentes atrapados en la provincia francesa, en realidad una reflexión acerca del poder opresor de los cuentos que nos contamos a nosotros mismos para sobrevivir, de las ficciones en que se van convirtiendo nuestras vidas desde muy pronto. En este sentido, puede que el film de Ozon resulte en ocasiones narrativamente deslavazado y argumentalmente estrafalario, pero este crítico no puede dejar de experimentar por él una fuerte atracción, sin duda a causa de los riesgos que se atreve a correr.

Por un lado, la historia se desencadena, a modo de flashback, desde un presente que muestra al héroe a punto de ser juzgado por un motivo que no acaba de quedar claro, vinculado al terrible desenlace de su historia amorosa. Por otro, las imágenes proceden (¿proceden?) del texto que escribe el protagonista, a instancias de su profesor de literatura, y que cuenta la historia de todo aquello que lo ha conducido a su situación actual. De hecho, no sabemos muy bien qué es verdad y qué es mentira, ni si lo que vemos sucedió de la manera en que lo vemos o es una idealización del improvisado narrador. ¿Una historia veraniega de atracción fatal al estilo de A pleno sol o El talento de Mr. Ripley, ilustrada con los mismos colores vivos y la misma querencia por el azul del mar y la juventud de los cuerpos? ¿Una recreación literaria construida en abyme, cuyo verdadero trasfondo quizá nunca conozcamos? ¿Una broma pesada de monsieur Ozon, que seguramente se divertiría mucho con todas estas disquisiciones? Puede que nunca lo sepamos, pero ello no obsta para que estemos ante una película sugerente y atrevida.