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Hay una idea que conecta la obra del artista Jaume Plensa con el cine de Tsai Ming-Liang: el agua como elemento de vinculación que conecta distintos lugares, personas y emociones. Las obras del escultor, que apelan al ser humano física y espiritualmente, y donde el agua se convierte en el gran espacio público, están destinadas a construir relaciones basadas en la interacción con el entorno sin renunciar a la conciencia que cada uno tiene de sí mismo. Los primeros minutos de Days transcurren ante una ventana. Un hombre de mediana edad observa la inagotable lluvia que sacude el paisaje que se refleja en el cristal. De la violencia de la tormenta, un corte da paso a otra escena donde el agua vuelve a ser la protagonista, esta vez con una connotación opuesta, al mostrar a este mismo sujeto más sosegado sumergido en una especie de bañera.

Con su último largometraje, Ming-Liang depura al máximo su particular estilo visual donde lo trivial se convierte en acción dramática, favorecida por un marcado rechazo de los convencionalismos narrativos en favor de un lirismo visual cuya fuerza radica en la antítesis de elementos (el fuego y el agua, la soledad y el deseo). El cineasta relata con magistral transcendencia aquello que en esencia existe para ser olvidado, convirtiendo el cine en un espacio atemporal de esperas. El tiempo es el gran aliado de este realizador cuyos planos estáticos contienen los elementos mínimos (e imprescindibles) con que construir un relato sobre la incomunicación y la soledad. Un ambivalente elogio a la lentitud que prescinde de los diálogos, renunciando a la conversación como único medio para comunicarse. Quizá por ello resulte tan elocuente como hermoso el encuentro sexual que se muestra en pantalla: una experiencia sensorial que trasciende lo físico a partir del contacto entre dos corporeidades.