Posts Tagged ‘Carlos Losilla’
La quimera (Alice Rohrwacher). SEMINCI 2023 – Sección Oficial
Las películas de Alice Rohrwacher pretenden siempre recaligrafiar la tradición del cine italiano para convertirla en otra cosa, un universo mutante que tenga que ver con sus orígenes y la posibilidad de su puesta al día. En este sentido, La quimera sería una etapa más en la consolidación de un estilo, incluso de un proyecto. Sus protagonistas son pobres tipos que se dedican a profanar tumbas etruscas con el fin de vender lo que allí encuentren, liderados por un inglés que parece tener un don para localizarlas. Alrededor de ellos se mueve un universo multiforme, que va desde la extraña familia de acogida del extranjero hasta un pasado indefinido, la chica que fue su novia y seguramente murió, pero también la que ahora parece enamorarse de él. Por supuesto, Rohrwacher maneja estos elementos desde el ‘realismo mágico’ que parece haberse convertido ya en marca de la casa, y con ello consigue momentos de una rara poesía, convierte la realidad representada en un mundo dotado de leyes propias, tan fuera del tiempo como su protagonista: es difícil olvidar, en este sentido, la llegada inicial del extranjero al pueblo, el viaje en tren y el reencuentro con sus colegas y la madre de su antigua chica (nada menos que Isabella Rossellini), así como la secuencia nocturna en la playa, el descenso a la tumba subterránea, las estatuas y objetos allá enterrados que de repente parecen cobrar vida… Sin embargo, la propia cultura etrusca que sirve de referente a Rohrwacher se convierte finalmente en un mero adorno del film, que jamás profundiza en esta hermosa, inquietante idea. Lo mismo ocurre con otros muchos elementos –el enfrentamiento entre realidad y mito, entre individuo y comunidad, o entre la cultura popular y el capitalismo depredador–, que jalonan la película de manera un tanto superficial, la conducen a un cierto amaneramiento que acaba funcionando más por acumulación que por otra cosa. Rohrwacher cita a Fellini y a Pasolini, pero en ocasiones es también como si se limitara a ‘robar’ algunas de sus ideas –como sus protagonistas–, sin establecer un verdadero diálogo con ellas, como ya sucedía en Lázaro feliz. Y la parte final se alarga innecesariamente, intenta que todo cuadre en abierta contradicción con el carácter abierto que pretende adoptar siempre el film, tanto en sus imágenes como en su estructura. La quimera es una película contradictoria consigo misma, que sigue dejando en suspensión el cine de Rohrwacher, a la espera de una próxima entrega que quizá aclare un poco más las cosas. Carlos Losilla
El viejo roble (Ken Loach). SEMINCI 2023 – Sección Oficial
La última película de Ken Loach pone sobre la mesa una de las cuestiones clave de su cine más reciente. Por un lado, quiere ser el retrato realista de una comunidad, una población inglesa en plena crisis económica y moral que recibe la llegada de un grupo de inmigrantes sirios, con las consiguientes tensiones y reajustes que ello provoca. Por otro, la cámara filma ese lugar como si se tratara de un microcosmos cerrado sobre sí mismo, un ir y venir y constante de personajes, casi siempre alrededor del pub que da título al film y de su propietario, que hablan y hablan en un intento desesperado –por parte de Loach y el guionista habitual de sus últimos trabajos, Paul Laverty– de que todo luzca y suene auténtico, lo más cercano posible a un ‘cine de no intervención’ que dejara ver la-vida-tal-cual-es. Se trata, sin embargo, de un falso realismo o, por decirlo de manera más precisa, de un simulacro de realismo que termina manipulando despiadadamente a su audiencia. Loach y Laverty enfrentan a sus personajes como si fueran títeres que deben limitarse a demostrar la gran tesis de la película, a saber, el modo en que el poder económico convierte en enemigos a quienes deberían ser aliados, la clase obrera inglesa y los refugiados que llegan al país huyendo de guerras provocadas por las mismas élites que han sometido a sus reticentes anfitriones. Y las estructuras inevitablemente teatrales y artificiosas que acaba adoptando el film, por mucho que intente lo contrario, desembocan en situaciones, melodramáticas y lacrimógenas, que a su vez esclavizan al espectador, lo obligan a rendirse y declararse incapaz de reaccionar y pensar por sí mismo. Paradójicamente, Loach y Laverty ‘explotan’ a su audiencia de la misma manera en que el sistema explota a sus personajes. Y El viejo roble revela así, en fin, a un cineasta que ha perdido ya todo contacto con la complejidad del mundo exterior, que lo observa con una mirada que deforma e idealiza: aun sin quererlo, el cine de Ken Loach es cada vez más conservador. Carlos Losilla
La imatge permanent (Laura Ferrés). SEMINCI 2023 – Sección Oficial
En Los desheredados, su primer cortometraje, Laura Ferrés se adentraba en el documental para estilizarlo, para convertirlo en la posibilidad de una ficción. Y algo de eso mismo hay en La imatge permanent, su primer largo y uno de los debuts más exigentes y rigurosos del último ‘nuevo cine español’, si es que sigue existiendo algo parecido. La primera parte se sitúa en un tiempo pretérito muchas veces abordado por la cinematografía de este país, una posguerra rural que ha sido ya objeto de incontables recreaciones ‘de época’, a menudo tozudamente académicas y casi siempre tristemente acartonadas. La segunda recoge a dos de las mujeres que aparecen en la mitad anterior y las convierte en protagonistas de una trama casi detectivesca que oscila entre la comedia y el drama, entre el género y la abstracción, entre el melodrama femenino y el experimento lingüístico. Pues La imatge permanent es también una película de fantasmas, como su título indica: la imagen de los muertos y los olvidados de la Historia que una fotografía intenta reunir al principio, de la misma manera en que la segunda parte se presenta como una sombra espectral de la primera, o viceversa, y en que esta última proviene de otras imágenes situadas en el exterior del film. Igualmente, las imágenes que vemos ocultan permanentemente otras que las ponen en duda a través del humor o la subversión, una especie de segunda versión de la película que cada espectador se ve obligado a reconstruir en su cabeza: el film de Ferrés también podría ser la historia de una amistad femenina a lo largo de los años, entretejida en el tapiz de una España inmovilizada que la ve pasar como un espectro. La imatge permanent se puede contemplar de muchas maneras, en fin, pero ninguna de ellas será capaz de resumir su inventiva sagaz, su aguerrido atrevimiento, el conmovedor desparpajo que, también a modo de sombra o fantasma, se esconde, entre otras cosas, en la voluntaria y tronchante inexpresividad de sus actrices. Carlos Losilla
El rapto (Marco Bellocchio). SEMINCI 2023 – Sección Oficial
En el último tramo de la filmografía de Marco Bellocchio, la Historia es un sueño, o una pesadilla, de la que resulta difícil zafarse, siendo imposible distinguir en ella la realidad de la fantasía. He ahí una convicción que llegó a su cima en la serie Exterior noche (2022), sobre el secuestro y asesinato de Aldo Moro –un suceso que el cineasta ya había tratado en Buenos días, noche (2003)–, y que ahora culmina en El rapto, su último largo, sobre el caso real de otra sustracción, la de un bebé judío alevosamente arrebatado a sus padres por el Vaticano, siguiendo intrincadas razones políticas, a mediados del siglo XIX, y férreamente educado según la ideología católica. Desde el principio, Bellocchio se niega a filmar un drama de época o a construir una simple ‘película-denuncia’. Al contrario, el relato va y viene, evoluciona entre luces y sombras, en elaboradas secuencias en claroscuro, que incluyen momentos gloriosamente oníricos: la imagen de Cristo descendiendo de la cruz por su propio pie y paseándose como si tal cosa por una iglesia, desde el punto de vista alucinado del niño protagonista, constituye el más atrevido de todos ellos, una escena digna del Saura o el Fellini de los años setenta. Y todo ello forma parte de algo aún más amplio, de la fe y la religión vistas igualmente como un cúmulo de fantasías mentales, casi una sucesión de psicosis, que pueden (mal)formar la identidad hasta resquebrajarla, una estrategia que Bellocchio considera (acertadamente) mucho más subversiva que cualquier descripción realista. El rapto se puede permitir así convertirse poco a poco en una película que transcurre en la mente de su protagonista, en sus dudas y tormentos, incluso cuando muestra lo que este no puede ver o ni siquiera aparece en pantalla, y que inesperadamente acaba enlazando con los films de juventud de su director, de Las manos en los bolsillos (1965) a En el nombre del padre (1971), sobre todo en el estremecedor primerísimo plano con que (casi) se cierra: este es también el retrato de una identidad escindida entre lo simbólico y lo imaginario, que diría Lacan. Carlos Losilla
Las cuatro hijas (Kaouther Ben Hania). SEMINCI 2023 – Sección Oficial
La última película de Kaouther Ben Hania no es lo que parece. La historia real de las cuatro hijas de Olfa, contada en ese estilo de falso documental que deja ver intencionadamente las costuras del relato que se quiere construir, podría ser el típico híbrido que muestra a la vez el caso verídico y su rodaje, las personas reales y las actrices que van a interpretarlas, en un juego de espejos que ya se ha convertido en pura fórmula para cineastas afectos a este tipo de ejercicios. Ben Hania, sin embargo, prefiere ir dejando claro poco a poco que para ella todo es ficción –desde el momento en que se convierte en representación– y consigue que quienes vivieron el relato contado pasen a formar parte de otro universo, exclusivamente cinematográfico, en el que ya no hay límites ni fronteras. Los mejores momentos del film pertenecen a este registro, logran que la historia de esa madre y sus cuatro hijas, testigos y protagonistas privilegiadas de la historia reciente de Túnez, se convierta en una trama absorbente, un arrebatado melodrama familiar en toda regla. E incluso cuando todo se tuerce y hay que explicar lo inexplicable –la conversión de dos de las muchachas al islamismo radical, su misteriosa desaparición–, la película se mantiene a la altura, prescinde de adornos innecesarios y se atreve a dejar agujeros narrativos que la audiencia deberá rellenar como buenamente pueda, en el convencimiento de que esta es una historia de misterios y enigmas sin resolver. Sin embargo, es también precisamente en este punto cuando Las cuatro hijas quiere erigirse en película histórica y testimonial, y entonces no le queda más remedio que doblegarse al documental al uso, recurrir a las imágenes demostrativas y fehacientes –la televisión, las grabaciones oficiales– y abandonarse al folletín engagé, dejando que las mujeres protagonistas se diluyan como las poderosas presencias que han sido hasta ese momento y se conviertan en metáfora debilucha y convencional. Y es entonces cuando el film de Ben Hania hace innecesariamente explícito aquello que los rostros y los cuerpos, las palabras y las gestos, ya habían mostrado: este es un film sobre los modos en que determinados universos femeninos suelen interiorizar el machismo que los rodea, claro está, pero eso ya nos lo había dicho el dispositivo del film antes de que se nos hiciera explícito, sin necesidad de ningún tipo de griterío al respecto. Carlos Losilla
Music (Angela Schanelec). SEMINCI 2023 – Sección Oficial
En apariencia una adaptación libre –muy libre– de Edipo, en el fondo un sofisticado artefacto intertextual que incluye al mismísimo Sófocles y a Robert Bresson, a Bertolt Brecht y Straub & Huillet, a Vivaldi y al nuevo folk canadiense, la última película de Angela Schanelec es también un enigma a pesar suyo. La claridad de los planos, su condición transparente y diáfana, chocan con la férrea voluntad de no dar ninguna facilidad al espectador medio, de presentarle continuamente obstáculos y más obstáculos, de contarle una historia que al final no lo es, o que puede serlo pero de muy distintos modos. El arco temporal abarca décadas, desde que un bebé abandonado es adoptado por una familia griega hasta que reaparece en Berlín muchos años después, al frente de una trama que quizá sea la misma, quizá no. La inmisericorde contundencia de las elipsis, que nunca lo parecen, hace que grandes cantidades de información queden ocultas o sin explicar, de manera que rellenarlas no significa tanto dar forma a un argumento más o menos convencional como detallar la imposibilidad de hacerlo. Al final, es la música, como indica el título, la que se erige en hilo conductor y salvación, una especie de melopea que aparece de vez en cuando para que seamos conscientes de la belleza de este relato que ya no puede serlo. Y el hecho de que el punto de partida sea una tragedia griega tiene algo de manifiesto, como si aquellas grandes historias solo pudieran darse ya fragmentariamente, mezcladas con muchas otras cosas, en una especie de experimento conceptual más cercano a la música atonal que a cualquier narratividad al uso. Pues esta es una película tan exigente consigo misma como con quien la ve, que convierte la opacidad en deslumbrante figura de estilo, que proclama un cine en el que lo más importante es aquello que permanece ausente. Una película que podría ser a la vez la más clásica y la más moderna de este año. Una película inagotable que nos agota, ya era hora. Carlos Losilla
La Bête (Bertrand Bonello). SEMINCI 2023 – Sección Oficial
El gran desafío que se plantea Bertrand Bonello en su última película tiene que ver, por supuesto, con lo que parece ser el objetivo último del cine más interesante de ahora mismo, incluido el suyo: conseguir imágenes genuinas, que huyan de la banalidad. Pero La Bête va aún más allá, casi dándole la vuelta a ese argumento, y se pregunta igualmente sobre lo contrario: ¿cómo conseguir que las imágenes ajenas, mil veces vistas y procesadas, conserven todavía una cierta emoción? No es esta una cuestión baladí, pues se refiere –nada más y nada menos– al sentido que aún puedan tener la historia y el tiempo del cine. Estructurado en tres épocas distintas, desde 1910 a 2044 pasando por 2014, el film de Bonello atraviesa un siglo entero de historias en movimiento, empieza en el pasado y termina en el futuro sin haber pasado por el estricto presente. Y lo hace filmando a una pareja que se reencarna en cada una de esas épocas asumiendo sus miedos, sus ‘bestias’, inspirándose tanto en la narrativa difusa de Henry James como en la atonalidad de Schönberg, en Hitchcock y Resnais, en YouTube y Google. En un deslumbrante, zigzagueante loop, que transita el melodrama y el psychothriller –sin olvidar la premisa de ciencia ficción que le sirve de marco narrativo–, La Bête recicla géneros y remodela situaciones, se mira en espejos tan distintos como los de James Ivory o David Lynch, y pasa a toda velocidad de las inundaciones de París de principios del siglo pasado a una postpandemia apocalíptica, regentada por la inteligencia artificial, para comprobar si todos esos códigos son aún válidos, si pueden superar su deriva conceptual y reconectar emocionalmente con la audiencia. La respuesta es ambigua, por supuesto, pero también fascinante. De manera asombrosa, la trama múltiple acaba cuadrando, y no obstante las fugas, los cabos sueltos, se convierten en lo más importante, pues toman la forma de rimas y ritornelos, repeticiones y variaciones –que subrayan la naturaleza inevitablemente dispersa de cualquier relato contemporáneo– y finalmente exponen su desnudez más allá de toda estructura racional, cediendo el protagonismo a los sueños y el universo mental, sustituyendo la prosa por la poesía. Quizá el cine fue siempre eso y no supimos verlo. Quizá esa fue su auténtica ‘bestia en la jungla’, que ahora Bonello deja suelta en esta película libérrima, una propuesta mutante y salvaje que puede que aún no estemos en condiciones de entender del todo. Carlos Losilla
Sala de profesores (Ilker Çatak). SEMINCI 2023 – Sección Oficial
Hay algo que sobresale en Sala de profesores, el cuarto largometraje de Ilker Çatak: la cámara siempre sigue a Carla Nowak, la docente protagonista, en lo que se supone que es su perspectiva, hasta el punto de que, al menos en dos ocasiones, llegamos incluso a introducirnos en sus pensamientos. Este recurso de focalización narrativa llama la atención, en una película como esta, porque el relato va por otro lado, intenta plasmar con la mayor fidelidad posible el ambiente de una escuela pública alemana a través de las clases y las reuniones, el día a día y los incidentes a los que puede dar lugar. El estilo, pues, se supone realista, pero ya la planificación y el uso de la elipsis avisan de que no es tal, por lo menos en su totalidad: se trata más bien de aislar hechos concretos y ver cómo repercuten en un microcosmos que no deja de querer ser metáfora del mundo exterior. Ese es ya un aviso de las intenciones de Çatak, finalmente más bien aviesas. Y aparece otro cuando comprobamos que, en realidad, el film se estructura en una trama más convencional de lo que parece, a saber, el hurto de la billetera de Carla, quizá a cargo de una de las conserjes, a su vez madre de un alumno. Es cierto que Sala de profesores, a partir de ahí, no pretende ni siquiera solucionar los enigmas argumentales que plantea y prefiere proporcionar una panorámica moral del asunto, retratar el universo escolar como una serie de estructuras de poder que se retroalimentan y acaban provocando un ambiente de sospecha y delación generalizados. Pero, al mismo tiempo y en abierta contradicción, el tratamiento del ritmo y de la banda musical parecen ilustrar una película de suspense en estado puro, llena de trucos de guion y efectismos varios que constantemente apelan a la complicidad de la audiencia. Pues debajo de las imágenes presuntamente densas del film de Çatak no hay casi nada, apenas su propia lectura lineal, sin carga de profundidad alguna. Carlos Losilla
Samsara (Lois Patiño). SEMINCI 2023 – Sección Oficial
A primera vista, Samsara podría ser uno de esos juguetes autocomplacientes que llenan ahora mismo los festivales de medio mundo. Visitas turísticas a países considerados ‘exóticos’, filmaciones de la vida cotidiana en los correspondientes parajes, incluso abordajes de ciertos temas que tienen que ver con las culturas del lugar, todo parece conspirar para que la película se erija en un monumento a cierta banalidad new age de perfil bajo, muy bajo. Sin embargo, las películas hay que verlas y, una vez vista, la de Lois Patiño se convierte en algo muy distinto: no un documental sobre Laos y Zanzíbar, no un tratado más o menos divulgativo sobre la reencarnación, sino un relato conceptual –como no podía ser de otra manera viniendo de quien viene– en el que la metafísica surge directamente de la realidad filmada para regresar a ella, en un bellísimo diálogo entre la materia y la forma, el universo físico y el espiritual. En Laos, una anciana se está muriendo y su nieto la visita, se baña en el río, experimenta raras premoniciones. En Zanzíbar, algunas mujeres trabajan en una granja de algas y tratan con las mismas sensaciones, mientras la transmigración se materializa en cuerpos que quizá no imaginábamos. El film nunca fuerza a su audiencia a creer en nada de lo que parece postular. Ni siquiera el Libro tibetano de los muertos, que en buena parte actúa como disparador de imágenes y conceptos, se ofrece como biblia indiscutible. Lo que importa aquí es la experiencia audiovisual capaz de traducir en luces y sonidos ese universo, y en este sentido el centro de la película lo constituye un intermedio abstracto que a la vez une y separa ambos territorios y los resume en sensaciones no figurativas en estado puro: un viaje alucinógeno que a partir de ahora deberá contarse entre los grandes hitos del cine contemporáneo. Pues puede que Samsara le deba algo al cine de Apichatpong Weerasethakul, como a otras influencias que el espectador sabrá identificar, pero lo que propone es único: la ‘reencarnación’ es sobre todo ese fluido transcurrir de las formas que, lo queramos o no, está modelando el cine del siglo XXI. Carlos Losilla
Cortometrajes 2 (VV.AA.). SEMINCI 2023 – Sección Oficial
El segundo programa de cortometrajes de la Sección Oficial repite el esquema del primero (véase reseña crítica aquí) pero con menor fortuna, pues aquí la variedad se consigue de maneras un poco más forzadas. Eeva, de Lucija Mrzljka y Morten Tsikanov, es una muestra de cine de animación en la gran tradición de la Europa del Este, ocurrente y fantasiosa, pero también un tanto mecánica, paradójicamente académica. Sonido: Ivans & Tobins, de Diogo Baldaia, mezcla experimentación y compromiso con habilidad, pero sin especial brillantez. Howling, de Aya Kawazoe, es un batiburrillo confuso y pretencioso que dialoga con la muerte y el duelo a partir de tópicos del viejo cine de ‘arte y ensayo’. Y Wander to Wonder, de Nina Gantz, regresa al relato animado mezclándolo con acción real y consiguiendo un cuento inquietante sobre la infancia perdida y sus juguetes (literalmente) rotos, una buena idea de partida que se enreda en la parte final, en exceso explicativa y grandilocuente. En cuanto a Lemon Tree y Nada de todo esto, los dos cortos que completan la sesión, son los más interesantes y de nuevo abordan la cuestión de la niñez y la adolescencia, de los padres y los hijos, ambos con un coche como coprotagonista. En el primero, de Rachel Walden, un padre y su hijo vuelven a casa por carreteras secundarias, en la Norteamérica profunda, en lo que se dibuja como un perverso relato de iniciación con un conejo de peluche como excusa. En el segundo, dirigido por Francisco Cantón y Pato Martínez y basado en uno de los mejores cuentos argentinos de las últimas décadas –de Samantha Schweblin: aparece con el mismo título en su libro de relatos Siete casas vacías–, una madre con problemas mentales y su resignada hija se introducen en la casa de una familia burguesa tras arrasar involuntariamente su jardín, en lo que se perfila como una historia cruel en la que todas las mujeres presentes tienen sus razones, algo que se cuenta con extrema delicadeza y sentido del detalle y la alusión. Solo por esta película bellísima, de indecible capacidad de sugerencia, ya merece la pena esta segunda sesión de cortos. Carlos Losilla
Critical Zone (Ali Ahmadzadeh). SEMINCI 2023 – Alquimias
Critical Zone transcurre casi enteramente en el interior de un automóvil, como algunas de las mejores películas de Abbas Kiarostami. Y no es casualidad, porque este es también un film iraní que sin duda ha aprendido mucho del responsable máximo de Y la vida continúa (1992) o El sabor de las cerezas (1997), cumbres del cine on the road de finales del siglo pasado, signifique eso lo que signifique. El director Ali Ahmadzadeh, sin embargo, parece educado también en otras escuelas fílmicas, como ya demostraron Kami’s Party (2013) y Atomic Heart Mother (2015), y en Critical Zone pueden localizarse incluso las huellas de un cierto cine independiente norteamericano relacionado con el universo de la noche y la ciudad, vistas desde un coche, que abarcaría desde Driver (1978), de Walter Hill, a Drive (2011), de Nicholas Winding Refn: estilización del universo urbano, mitología del neón y la autopista, estructura episódica y azarosa, personajes obsesivos y reconcentrados… En este caso, se trata de un pequeño traficante de drogas que se mueve por la noche de Teherán visitando clientes y efectuando entregas, en lo que no es tanto un recorrido realista con perspectiva social como una fábula política con tintes existenciales, significativamente protagonizada en su mayor parte por mujeres insatisfechas con su vida. No hay quien sobreviva a la atmósfera opresiva del régimen teocrático, ni siquiera el propio cineasta, que no pudo recoger su premio en el Festival de Locarno por no poder salir del país. Y ello llega hasta el punto de que es la propia condición humana la que se ve afectada, reducida a su mínima expresión, a una mera supervivencia que es también miseria e indigencia espiritual. Ahmadzadeh recurre al trazo simple y reconcentrado para dibujar esa deriva, propone geometrías visuales de gran capacidad de sugerencia plástica, a la vez que reduce la expresión verbal a un laconismo acérrimo, que en ocasiones culmina en la pura onomatopeya, el aullido, el grito. Pero esa misma voluntad sintética, en formas y estructuras, es la que desemboca intermitentemente en una rigidez quizá excesiva, hasta previsible –la estructura circular, sin ir más lejos–, que acaba restando enteros al esbozo de ese universo abstracto y obsesivo. Carlos Losilla
Cortometrajes 1 (VV.AA.). SEMINCI 2023 – Sección Oficial
El primer programa de cortos de la Sección Oficial desvela la filosofía de la selección, como si se hubiera buscado variedad y representatividad a partes iguales: un trabajo que juega con los códigos genéricos (Krokodyl, de Dawid Bodzac), otro que se lanza a la pulsión experimental con la duración y el montaje de los planos (Ardent Other, de Alice Brygo), un tercero de animación comprometida con las cuestiones de género (27, de Flóra Anna Buda), una hermosa peliculita que utiliza creativamente el metraje encontrado (Jill, uncredited, de Anthony Ing) y un peculiar documental que es a la vez un retrato y una búsqueda histórica en primera persona (Aitana, de Marina Alberti). El conjunto es fluido y armonioso, informa de una razonable variedad de nuevas tendencias y simultáneamente busca un equilibrio que acaba encontrando, pero hay tres cortos que sobresalen de entre los cinco presentados. Por un lado, Ardent Other filma la expectación en los rostros de una multitud que contempla el incendio de Notre Dame, un estudio de expresiones y emociones que es también una puesta en escena de la espera, quizá uno de los temas del festival en muchos sentidos. Por otro, Aitana habla de una familia, el final de algo y el inicio de otras cosas, con la salvedad de que estamos hablando de la familia del poeta Rafael Alberti, con lo que ello supone de exploración de la memoria personal y colectiva. Y, en fin, el mejor de todos ellos, Jill, uncredited, se centra en una actriz británica, secundaria que siempre apareció en segundo término como mucho, y que un montaje prodigioso de planos de films en los que participó muestra a la vez como presencia y ausencia, como huella indeleble del cine y rastro de la fugacidad de toda imagen: teoría y práctica en una sola película. Carlos Losilla
Essential Truths of the Lake (Lav Diaz). SEMINCI 2023 – Alquimias
Después de When the Waves are Gone (2022), la primera aventura del policía Hermes Pauperan, he aquí que Lav Diaz regresa a ese personaje para seguirlo minuciosamente en otro relato de larga duración –casi tres horas y media– en el que se vuelven a mezclar comentario político y aliento poético, el thriller y su deconstrucción, culminando en la creación de una fascinante cosmogonía, una de las más poderosas del cine del director filipino hasta el momento. Todo empieza con Hermes sumido en una profunda crisis personal y laboral, de la que pretende salir investigando el caso de una modelo desaparecida años atrás, lo cual lo lleva a adentrarse en una zona volcánica, desolada, en la que a su vez coincidirá con diversos personajes que quizá puedan proporcionarle algunas pistas al respecto. Por supuesto, Diaz aborda este material con su habitual bagaje: un blanco y negro seco y arisco, una serie de planos fijos que parecen cortados y montados con un hacha, un relato elíptico y oblicuo que, paradójicamente, no tiende hacia la síntesis sino a la expansión, como si a veces le importara más crecer hacia los lados que seguir hacia delante… Al mismo tiempo, la historia queda partida en dos en su mismo centro, dividida por imágenes televisivas de la erupción del volcán, y se permite cambiar de tono para que Hermes –el mensajero de los dioses, en la mitología griega– conecte con una mujer que conoció a la chica desaparecida y su perro, un vendedor de pasteles de yuka, un tipo cuya principal ocupación es cavar y cavar en busca de sus familiares sepultados por la lava y un adusto vagabundo que malvive recogiendo trastos viejos, curiosamente llamado Aquiles –lo cual permite regresar a la inspiración homérica del film–. No habrá final para la peculiar investigación del atribulado policía, en parte porque todo se diluye en acciones cada vez más dispersas, en un ritmo pegajoso y gobernado por el ambiente siniestro de la zona; en parte porque él mismo se convierte en ermitaño asceta; y en parte porque parece ser que Diaz prepara otra película que completará la trilogía. Pero la vocación telúrica de Essential Truths of the Lake, título que remite a la propia vocación hermenéutica –que viene de Hermes– del film, permite adivinar que nuestro hombre se está convirtiendo a la vez en un narrador desbordante, un poeta secreto y un cineasta capaz de entender que, más allá de las apariencias –políticas o emocionales–, se esconde un universo misterioso para el que quizá no exista solución. En opinión de este crítico, una de las mejores películas de la ya nutrida obra de su responsable. Carlos Losilla