La oscura liturgia que ha envuelto tradicionalmente a los cónclaves vaticanos para la elección del papado, más propia de una secta oscurantista que de una institución que se pretende ungida por los designios divinos (o quizás precisamente por tan ridícula superstición) resulta propicia para dejar volar la imaginación y convertir la clausura cardenalicia en el escenario de un thriller conspiranoico que se mantiene con relativa solvencia –bien apoyado por la interpretación de Ralph Fiennes, si bien con una machacona utilización de la banda sonora– hasta que los guionistas, al llegar el último tercio del relato, deciden dar un absurdo golpe de timón que de inmediato se desvela como sobrevenido deus ex machina que les sirve para hacer girar el curso de los acontecimientos y encaminar finalmente la elección hacia donde el guion, por otra parte, ya nos venía avisando de forma poco sutil casi desde el comienzo.
Por si tan manifiesta inconsistencia dramática no fuera suficiente, y no contentos con ella, la trama termina por aggiornarse para dar cabida a una alternativa risible (¡lástima que no debamos hacer este tentador spoiler!), pero envuelta en engolada solemnidad. De manera imprevisible, Cónclave y Emilia Pérez (el film de Jacques Audiard que ayer se presentaba aquí también) encuentra entonces un inesperado vínculo, pero a esas alturas el argumento ha derivado ya casi por los cauces de una telenovela que, supuestamente, pretende hablarnos de las intrigas y de la hipocresía que anidan en la Curia (¡gran hallazgo, pardiez…!), pero que carece de entidad, de hondura y de solvencia para ello. El director del remake reciente de Sin novedad en el frente vuelve a manufacturar un dispositivo tan artificioso como oportunista.
Carlos F. Heredero
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