Basada en una obra de Claudine Galéa titulada Je reviens de loin, el nuevo largometraje dirigido por Mathieu Amalric comienza con una situación engañosa: aparentemente, una mujer se levanta en mitad de la noche y se va de su casa, dejando en ella a su marido y a sus hijos, que a partir de ese momento deben afrontar una ausencia incomprensible. Sin embargo, el transcurso de la película abre progresivamente la puerta a otra posible realidad: los ausentes podrían ser su esposo y sus hijos (una opción en la que ella sigue viéndolos como si fueran fantasmas que siguen vivos en su cabeza), sepultados por una avalancha de nieve en una excursión de montaña, y la mujer abandona la casa para reencontrarse con la memoria de sus seres queridos, a la espera de que sus cuerpos puedan ser rescatados cuando la primavera haga retroceder la nieve. La construcción narrativa propuesta por Amalric funciona como un puzzle de tiempos que juega con los flujos evanescentes de la memoria y con las fronteras porosas entre la realidad, la imaginación, los recuerdos y las pesadillas. La clave de esta articulación se encuentra en la primera secuencia del film, cuando vemos a la protagonista (maravillosa Vicky Krieps, capaz de encarnar los más sutiles matices sin apenas hacerse notar) intentar casar entre sí, dos a dos, una serie de polaroids vueltas del revés que recogen diferentes momentos de la feliz vida familiar anterior: una situación a la que la película regresa ya cerca de su final. La imagen –tan poderosa como certera—funciona, simultáneamente, como metáfora de la lectura que el montaje le propone al espectador (el reto de vincular entre sí los diferentes segmentos en los que la mujer por su parte, y sus hijos y su marido por otra, tratan de lidiar con la ausencia) y como metáfora de la dificultad de la memoria para reconstruir un pretérito irremediablemente dañado por el dolor de una herida incurable.

El mecanismo funciona de manera irregular a lo largo del metraje. Hay momentos repetitivos, otros un tanto confusos y secuencias con una puesta en escena algo plana y poco sugerente, pero al lado de estos, entre medias y de manera intermitente, se abren paso pasajes de una fuerza emocional poderosa sustentada, a la vez, sobre la mirada de Vicky Krieps y sobre algunos hallazgos resonantes –tanto de puesta en escena como de montaje— que elevan la película por encima de su andamio estructural y consiguen que el flujo narrativo se haga cargo, de manera orgánica, de la confusión mental de su protagonista y del desgarro emocional subyacente. Ahí es donde Amalric juega sus mejores cartas para terminar componiendo un crisol de tiempos y de recuerdos que nunca resulta unidireccional, que rehúye el énfasis melodramático y que se expresa en todo momento con emocionante sensibilidad.

Carlos F. Heredero

La filmografía de Mathieu Amalric como director es muy curiosa. Puede dirigir una road movie sobre una troupe teatral –Tournée-, una buena adaptación de Simenon –La chambre bleue-, una biografía peculiar de la cantante Bárbara con un interesante juego de metaficción –Barbara– o hacer una película sobre el duelo como Serre-moi fort. En su último trabajo, Amalric parte del caso real de la desaparición de un padre con sus hijos, en algún lugar de los Pirineos, para describir la soledad, la angustia y la dificultad para superar el duelo por parte de la madre -Vicky Krieps-. Amalric parte de la fragmentación del relato para mostrar el dolor, la evocación y la huida de la protagonista. El relato está construido a partir de una amalgama de temporalidades que se superponen y dialogan entre ellas. La película rechaza avanzar, le importa dar vueltas sobre un mundo que se cierra como un bucle sin salida. A lo largo de la película no tenemos claro que le ocurre a una madre que evoca a sus hijos como una perdida irremediable. En algún momento podemos pensar que se trata de una simple huida hacia adelante, después vemos que todo se desarrolla en el territorio de lo fantasmagórico y, al final, vemos como el dolor lo sumerge todo, incluso la visión personal. Amalric rueda una película bella pero confusa, con una notable partitura musical centrada en el piano y en la que incluye un homenaje a una de las grandes pianistas actuales, la argentina Martha Argerich.

Àngel Quintana