No sé hasta qué punto tengo derecho a hablar de una película como Malmkrog después de haberla visto una sola vez, en las postrimerías de un festival tan intenso como ha sido este año el de Sevilla (por tantos motivos) y sin los referentes necesarios como para poder comentarla como merece. De hecho, este es uno de esos films que, por sí solos, podrían negar toda utilidad o todo sentido a este tipo de críticas escritas a pie de obra, una vez terminada la primera proyección y sin tiempo para reflexionar al respecto. Pues este último trabajo de Christi Puiu (el cineasta que inauguró el “nuevo cine rumano” con La muerte del señor Lazarescu y lo remató con Sieranevada) incluye en su interior una cantidad tal de cuestiones sobre las que apenas tengo conocimientos, y una serie de enigmas que ni en toda una vida seré capaz de descifrar, que me parece una desfachatez decir algo sobre él ahora mismo, casi inmediatamente después de haberlo visto.
Pero vamos a ello, a pesar de todo: Malmkrog es un artefacto inabarcable, un universo en sí mismo, una pregunta sin respuesta. Basada en una obra de Vladimir Soloviov, se dedica a observar a unos cuantos personajes encerrados en una gran mansión en medio de la nieve, se supone que a finales del siglo XIX o principios del siglo XX, mientras debaten sobre algunos de los grandes temas de la cultura humanística, o de lo que fue, desde la guerra hasta la religión pasando por el final de los tiempos, por lo menos de los suyos. Pero no crean que estamos ante una narración de estirpe viscontiana, ante el final de la hegemonía de una clase social o de una raza. La película de Puiu no solo juega con una cierta indefinición temporal, sino que en el propio interior de ese vacío cronológico incluye rupturas, quiebras, ecos y reverberaciones que la sitúan en un tiempo sin tiempo, en un universo conceptual que podría estar hablando de todas las decadencias y de todas las revoluciones. En su parte central, un misterioso estallido de violencia rompe el curso del relato para después recomponerlo como si ese acontecimiento no hubiera existido, o como si todo lo que sigue a eso fuera un flashback, o como si lo acontecido antes debiera situarse en otra dimensión. Da lo mismo. En Malmkrog, el tiempo solo importa como aquello que transcurre entre monólogo y monólogo, y los temas abordados acaban flotando en el ambiente como microcosmos abstractos que también podrían tratarse ahora mismo.
No importa ahora la relación de esta película con el resto de la filmografía de Puiu. Tampoco quiero hablar de lo que significa en el cine de ahora, pues ya habrá tiempo de eso. Y mucho menos me atrevo a perorar sobre los asuntos que propone, algo ahora mismo imposible. Por el momento, lo más interesante para mí es que se trata de la última película vista en Sevilla en la sección oficial, y eso debe de tener algún sentido. Como Ondine y Dau. Natasha, como El año del descubrimiento y Karen, como Nunca volverá a nevar y Siberia, se trata de una investigación acerca de la naturaleza del propio cine, por lo menos en el momento actual: una serie de relatos en los que se sigue fingiendo que se filma el presente aun sabiendo que eso es ya imposible, que todo consta de una superposición de capas cuya naturaleza inextricable va incluso mucho más allá de lo que propuso, por ejemplo, Walter Benjamin hace ya unas décadas. Pues ahora se trata de una pregunta decisiva: si no se puede filmar el presente, entonces ¿de qué sirve el cine? Permítanme que especule al respecto: quizá sirva para hacer lo que hace Puiu en Malmkrog, mover cuerpos y sus movimientos en relación a la cámara, filmar la palabra y ver cómo resuena en cada encuadre, escrutar los cortes entre una escena y otra y asumir el misterio que proponen… Es decir, para lo que ha servido siempre. Y exactamente lo que ocurre también en Dau. Natasha, por ejemplo, otra película, como Malmkrog, constantemente abierta a su propia y progresiva ampliación. O en El año del descubrimiento, donde cada plano se divide por lo menos en dos. O en Karen, donde lo que se filma se proyecta, al final, en otro tiempo que ya no es el que hemos visto. O en todas ellas a la vez, poseedoras de una concepción abierta de la puesta en escena en la que todo es posible, sobre la que ya no se puede decir casi nada por temor a que cualquier detalle que no recordábamos dé al traste con cualquier cosa que podamos escribir al respecto.