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“Aquellos tiempos pasaron. Todo lo que había entonces desapareció”, dice el letrero que cierra la historia de Chow Mo-wan y Su Lizhen, poco antes de que comience el epílogo de In the Mood for Love. Casi inmediatamente después, Chow Mo-wan pasea por las ruinas del templo camboyano de Angkor Vat, mientras el tema musical de Michael Galasso transmite con intenso desgarro un sentimiento de tristeza y desolación, tal y como lo había encargado el cineasta.

En completa soledad, Chow confiesa su secreto y su desgarro amoroso a un pequeño agujero de la pared entre las piedras milenarias. La evocación empieza y el susurro relanza el recuerdo, como si todo el relato al que habíamos asistido hasta entonces estuviera comprimido en las palabras silenciosas que Chow pronuncia ante el muro de Angkor Vat, como si la materia entera de la narración anterior fueran los fulgores del recuerdo intermitente, meros destellos de memoria, una especie de caleidoscopio iridiscente de un tiempo y de una atmósfera pretéritos.

Pasado un tiempo (no sabemos cuánto), la hierba ha crecido en el agujero al que Chow Mo-wan había confiado su historia. La memoria allí conservada se diría tan inmutable y permanente como las piedras ancestrales del templo que la custodia, por cuyos recodos ya solitarios se desliza dolorosamente la cámara en los últimos planos del film. Los ecos de El eclipse (Antonioni, 1962) se hacen audibles: “Uno se da cuenta, entonces, de que la película no trata de Monica Vitti y Alain Delon, sino de los lugares donde vivían”, dice Wong Kar-wai, para quien tan importante es fijar la atmósfera y capturar el aura de los espacios habitados por los personajes.

Tras esa imagen, el letrero final nos dice que “él recuerda esa época pasada como si mirase a través de un cristal cubierto de polvo. El pasado es algo que se puede ver, pero no tocar. Y todo cuando se ve está borroso y confuso”. Estamos cerca de la divisa invocada por Douglas Sirk (“Ver confusamente a través de un espejo”). Raíces nítidamente sirkianas alimentan, por tanto, esa evocación que Chow hace de sus relaciones con Su Lizhen. En busca de un –proustiano– tiempo perdido, acaso transfigurado por las brumas del recuerdo, las imágenes de esta obra que parece tocada por la varita mágica del estilo se empeñan en conferir textura a lo intangible, intentan fijar lo más evanescente, hacer visibles las emociones y modelar en el territorio de la imaginación las carencias de sus personajes.

 

Publicado en Caimán Cuadernos de Cine nº 100 (151), enero 2021