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En medio de la gran feria de las vanidades de un festival de cine suelen producirse extraños horizontes de expectativas. Es absurdo buscar en la última película de Claire Denis una obra de acción política en Nicaragua, como si la directora fuera capaz de rodar una nueva versión de Bajo el fuego de Roger Spottiswoode o de una historia intensa de amor y revolución. No hay nada más alejado de una película de acción que el cine de Claire Denis, una cineasta que siempre se ha sentido atraída por los huecos narrativos que perforan toda posibilidad narrativa clásica. Denis prefiere explorar la figuración y los caminos hacia cierta abstracción, que quedarse en la esfera de la comodidad del relato o de la adaptación. Stars at Noon, adaptación de una novela de Denis Johnson, es una obra sobre la espera, sobre la intensidad amorosa y sobre el deseo figurativo de capturar los cuerpos. Estamos ante una película rodada haciendo frente a numerosos problemas, con cambios de cast en el último momento y tensiones durante el rodaje por culpa de la pandemia, que enlaza con el mejor y más radical cine que Claire Denis ha realizado hasta la actualidad.

Como en Chocolat, Una mujer en África o El intruso, la cineasta explora un mundo situado en un territorio de arenas movedizas, un espacio en tensión por el que transitan una serie de personajes que se sienten extraños a sí mismos. En esta ocasión Denis parte de dos premisas. La primera es la de situarse en una fantasmagórica Nicaragua actual en un momento marcado por unas elecciones –la revalidación de Ortega en el poder– y por las transformaciones propias de la COVID –en la primera escena un cartel nos indica que no hay carne en un restaurante. La inestabilidad política y la pandemia están presentes como trasfondo del relato, pero no van más allá de su función de decorado, puesto que lo que le interesa a la cineasta es atrapar los gestos y la ambigüedad de unos seres que están entre la espera y la huida. En la primera parte de la película prefiere filmar Nicaragua desde diferentes habitaciones de un hotel en las que los amantes hacen el amor, que las turbulencias exteriores. En la segunda parte sigue el camino de huida de sus actores hacia la frontera, mientras Denis mezcla una historia de espías con un hipotético relato sobre la traición. Es como si quisiera mostrar a unos seres que viven todas las contradicciones de su amor en un mundo que se está desgastando. Como en otras películas, Claire Denis explora otros modelos cinematográficos, como si los viejos géneros le sirvieran para crear un trasfondo por el que transitar. En ciertos momentos parece como si estuviéramos ante una réplica de cierto cine francés situado en el corazón de América Latina –Los orgullosos de Yves Allégret y Rafael E. Portas o el inicio de El salario del miedo de Henri-Georges Clouzot, están en el horizonte–, pero por otra parte nos encontramos ante cierto cine de espías en mundos alejados. El resultado final es una película desencajada, como una especie de laberinto fílmico en el que Denis vuelve a transitar por su peculiar no man’s land cinematográfico.

Àngel Quintana

Digámoslo pronto, alto y claro. Solo porque esta película viene firmada por Claire Denis y porque la vende Wild Bunch (el auténtico ‘programador’ de este festival) es posible que haya podido encaramarse al escaparate principal de un certamen que, en la presente edición, ha ofrecido ya demasiados síntomas de seleccionar las películas bajo transparentes servidumbres industriales y al amparo de la más trasnochada y dogmática ‘política de los autores’. Y este es un ejemplo mayúsculo de ambos clientelismos.

Vendida por Wild Bunch y dirigida por una cineasta completamente perdida en medio de una confusa trama política en la Nicaragua que encara unas próximas elecciones bajo el confinamiento impuesto por la pandemia (heredada de la novela de Denis Johnson que trata de adaptar), Stars at Noon tiene dos caras: una es la que transcurre en interiores, en las habitaciones de los hoteles, donde los dos protagonistas (una joven periodista americana y un enigmático inglés) se encuentran y hacen el amor. En esos pasajes atisbamos un pálido y desangelado remedo del cine más valioso de Claire Denis: la exploración de los cuerpos y de las miradas mientras la cámara ausculta cómo el deseo se abre paso, colisiona y navega por la incertidumbre. Por desgracia, aquí la directora se estrella contra la inexpresiva pared de dos actores (Margaret Qualley y Joe Alwyn) incapaces de transmitir ninguna intensidad ni de inyectar en sus personajes la más mínima vibración emocional. Son secuencias en la que Denis tampoco parece saber dónde poner la cámara, y ni siquiera encuentra la manera de poner algo de ardor y de pasión en la representación del sexo (fingido, artificial, torpe y sometido a límites visuales convencionales). La otra cara del film, inesperadamente más interesante o más conseguida, es la exploración de unos exteriores solitarios, casi fantasmagóricos o apocalípticos, que dan cuenta de un mundo amenazado y amenazante a la vez. No hay aquí ninguna pretensión de enhebrar un discurso político, pero lo que sucede es que el film no logra desembarazarse de esa ganga narrativa (la intriga de espionaje) y naufraga estrepitosamente, además, por la torpeza del relato, por su estilo desgarbado, por la banalidad de su planificación, por su falta de brújula, por sus incoherencias y por inanidad. No solo es la peor película de Claire Denis. Es, simple y llanamente, una mala película.

Carlos F. Heredero