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Vivimos un tiempo en el que ciertas películas parecen haberse visto incluso antes de ser exhibidas. En las redes sociales corrían rumores de que la película griega Dodo era una provocación bizarra y que podría generar su política de culto. En la presentación en la sala se ha insistido en ello. El horizonte de expectativas ha durado poco más de cinco minutos. Después de empezar la proyección y de comprobar que el elemento más extraño es un loro prehistórico que se instala en el interior de una lujosa mansión de Atenas donde va a casarse la hija de un magnate arruinado, todo se desvanece. Durante la primera hora se presentan los diferentes personajes y descubrimos que el marido tiene relaciones con un travesti o que la mala conciencia de la dama la lleva a invitar a unos refugiados a su casa. Los diferentes elementos desembocan en la reunión de comensales y en la excitación que provoca el loro de colores en el interior del grupo. Dodo es una especie de vodevil de segunda fila que no provoca, ni transgrede absolutamente nada. Lo único que queda de ella es el mal sueño de ver cómo el discreto encanto de la burguesía ha desaparecido y todo acaba siendo tan vulgar que ya no queda espacio para ningún encanto.

Àngel Quintana