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Entrevista Claire Denis (versión ampliada de Caimán CdC nº 170)
Claire Denis ha encadenado en muy poco tiempo la producción y postproducción de dos películas: Fuego, que ganó el Oso de Plata a la Mejor Dirección en el Festival de Cine de Berlín, y Stars at Noon, la adaptación de la novela de Denis Johnson ambientada en Nicaragua, pero rodada en Panamá (en condiciones particularmente difíciles), que recibió el Gran Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes. La primera película, inspirada en un libro de Christine Angot, cuenta la crisis de una pareja de cincuentones en París (Juliette Binoche y Vincent Lindon) cuando la mujer se reencuentra con un antiguo amante (Grégoire Colin). Stars at Noon acompaña el intento desesperado de una joven periodista estadounidense (Margaret Qualley) por salir de una Nicaragua convertida en una dictadura y que, sin un centavo, se prostituye y experimenta un sentimiento romántico muy intenso por un inglés (Joe Alwyn) en quien ve a su posible salvador.
Dos películas que representan dos polos del conjunto de una obra cinematográfica que, desde el primer largometraje, Chocolat (1988), incluye una dimensión muy íntima, más cerca de las emociones físicas, y una atención sin equivalente en el cine francés a las formas de existencia no europeocéntricas, no occidentales. El recorrido personal de Claire Denis desde su infancia en África, su formación cinematográfica realizada en parte en Estados Unidos, sobre todo junto a Wim Wenders y Jim Jarmusch y su particular sensibilidad por las propuestas formales y narrativas que llegan de Asia, forman parte de esta singular trayectoria. Esto no excluye acercarse a los grandes cineastas europeos, y en particular franceses siendo, junto a Serge Daney, la directora de Jacques Rivette, le veilleur (1990).
En algunos aspectos, el dúo de las dos nuevas películas se hace eco del que en 2009 constituyeron 35 Rhums, una historia ambientada en París principalmente entre un padre y su hija, y Una mujer en África, ambientada en Camerún con el trasfondo de enfrentamientos poscoloniales violentos –y en cuyo centro estaba otra actriz de primer nivel, Isabelle Huppert–. Con los intérpretes, con los técnicos y con los temas abordados, se teje así una multitud de ecos, muestras de lealtad y del deseo de seguir cuestionando un ‘estar en el mundo’ que atañe tanto a lo que tienen los individuos de singular como a las grandes fuerzas geopolíticas, incluyendo, en ambos casos, sus dimensiones más oscuras. Y esto, a través de puestas en escena que desplazan los referentes, esquivan o cuestionan los clichés, de composiciones abiertas, inquietas, perturbadoras como toda auténtica propuesta de libertad.
Como suele suceder, el encuentro que dio lugar a esta entrevista se desliza sin previo aviso hacia la conversación amistosa y arranca cuando Claire Denis habla sobre el libro que ha inspirado Stars at Noon.
Claire Denis: Había leído la traducción al francés y no encontraba en ella a Denis Johnson, cuya escritura es dura y melancólica. Así que el guion está escrito a partir del texto original, cuya música tenía en la cabeza. Guardé todo lo que pude de los diálogos del libro, tal como los escribió. Es un lenguaje muy particular, con palabras fuertes pero también formulaciones sofisticadas. Robert Pattinson1, cuando estaba previsto que hiciera la película, tenía problemas con una frase como “I commit adultery often”, por ejemplo. Decía: “pero nadie habla así”. Mientras que a Joe Alwyn le encantaba decir este tipo de réplicas. Las formas de expresarse, entre otras cosas a través de las palabras, son muy importantes en la película. La americana Trish interpretada por Margaret Qualley y el inglés interpretado por Joe Alwyn no hablan el mismo idioma, eso está muy presente en la escritura de Denis Johnson.
Dando a la palabra ‘adaptación’ un sentido abierto, podríamos decir que es la sexta vez que hace una adaptación de una obra preexistente, pero en cada ocasión con una relación muy diferente entre esta y la película: Beau Travail se basa en Billy Bud de Herman Melville, L’Intrus en el ensayo epónimo de Jean-Luc Nancy, Vendredi soir en la novela homónima de Emmanuèle Bernheim, Fuego en la novela de Christine Angot Un tournant dans la vie, y 35 Rhums está basada en Primavera tardía de Yasujiro Ozu. Primavera tardía era la vida de mi madre y mi abuelo. Cuando la vi, lloré durante toda la película, llevé a mi madre a verla y reconoció todo. Hago adaptaciones de obras que de una manera u otra tienen que ver con mi vida. Denis Johnson es diferente. Leí Stars at Noon tras haber leído antes los reportajes que había hecho en África. Le escribí, me contestó, nos conocimos con ocasión de un concierto en Ámsterdam, le dije que su libro me trastornaba, que estaba como paralizada por todo lo que circula entre ese amor y esa traición. Me dijo: “el personaje principal de la chica soy yo. Me fui a Nicaragua, quería ser periodista, era la guerra civil y nadie quería mis artículos. Y fui humillado”. En ese momento, el libro significaba mucho para mí, pero no creía que pudiera hacer una película con él. Y luego, durante el rodaje de High Life, en mayo de 2017, Denis murió. Y me dije: ‘hay que intentarlo’.
Hacer una película de este libro supone muchos desafíos, incluido el hecho de que tiene lugar en Nicaragua a principios de los ochenta, después de la victoria del Frente Sandinista de Liberación Nacional2. No era financieramente posible reconstruir la época y en absoluto necesario en cuanto a lo que trata la película. Lo que me importa en el libro obviamente puede ubicarse en la Nicaragua actual. He ido cuatro veces a Nicaragua. Al principio quería filmar allí, pero la situación se volvió cada vez más violenta y en abril de 2018 el ejército disparó contra los estudiantes de la universidad. La dictadura de Daniel y Rosario Ortega había llegado a tal grado de encerramiento que me parecía imposible filmar allí, y entonces, contra todo pronóstico, recibí la autorización. Pero entonces llegó el Covid. Y luego, cuando salimos del confinamiento por la pandemia, descubrí que Ortega se postulaba para la reelección. Hasta entonces quedaba la esperanza, la ilusión de que habría un cambio al final de su mandato. Mientras Ortega siguiera, quedaba excluido ir allí a filmar. Sin mencionar que ningún seguro cubría un rodaje allí.
Era necesario entonces buscar un lugar en sustitución… Sí, contemplé varias opciones, busqué localizaciones en Colombia, pero es demasiado diferente. Panamá fue el lugar más o menos accesible que ofrecía más similitudes.
La traición es un motivo latente en la película: la amorosa, por otra parte ambigua, pero también la traición a la revolución por parte de Ortega. Sí, sí. Denis Johnson no lo llegó a vivir y aunque la frase de Trish en la película: “¡Sin Esperanza! Sueño que los tanques americanos vienen a aplastarte” está en el libro, le pregunté a Denis si pensaba eso entonces. Me dijo que sí. Quería ser periodista, no activista, se sentía traicionado por la situación misma. Se encontró sin un céntimo y se convirtió en una puta, según su propia fórmula.
La novela está enteramente habitada por esta decepción que se traslada a un lector que esperaría una historia de aventuras exóticas… Sí, hasta la otra traición, al final de este encuentro entre dos personas que no tenían por qué encontrarse y que se amaban de verdad. Además, la joven no traiciona por completo al inglés3, en el libro ella lo esperará, todo se desarrolla en varios niveles de conciencia e inconsciencia. Transformé la escena final para la película, tratando de mantener su espíritu.
En el film se ven carteles de “No más abuso de poder”… Estos carteles estaban por todas partes en Managua desde el anuncio de que Ortega se volvía a presentar. Durante mi último viaje, tras el anuncio de su candidatura, la oposición cubrió las calles con ellos.
Este podría ser también el eslogan de la película: contra todos aquellos que abusan de los poderes del espectáculo, de los artificios de los guiones, de las explicaciones que cierran los significados. ¿Ah, sí? Tanto mejor. Yo simplemente me dejé llevar por el texto de Denis Johnson. Me acuerdo de su presencia, cuando lo conocí ya sabía que tenía cáncer pero no lo dijo. Su esposa estaba con él, necesitaba ayuda. Era un hombre profundamente herido, cuyo desencanto bordeaba la furia. Y muy tierno a la vez, como sus poemas.
Entre sus libros, ¿siempre supo que era ese el que quería llevar a la pantalla? Sin duda. Me afectó mucho desde el principio, inmediatamente me gustó esa chica, la forma en que trata de salir adelante, el encuentro con este inglés “pálido como una nube” al que nunca llega a decirle que le quiere. Me pareció un magnífico personaje femenino. Con una fuerza sin duda paradójica, o que no se expresa como suele esperarse, pero que es todo lo contrario de una mujer derrotada. Incluso si todo se ha roto, incluso si todo la traiciona. Había que seguirla a ciegas, para ser un poco fiel a él, a Denis Johnson.
Esa fuerza paradójica de Trish, el personaje femenino, aparece más en la película que en el libro. El cambio de intérprete para el papel masculino, finalmente con la ausencia de Robert Pattinson, ¿no le abrió más espacio? Mucho. Y probablemente a mí también. Cuando, debido a sus compromisos con Batman y la promoción de la película para su estreno (pospuesto varias veces a causa del Covid) Robert me dijo que había que esperar aún seis meses más, le dije que ya no era posible, que Margaret (Qualley) llevaba esperando tres años, que había que rodar ya. Él lo entendió muy bien, y de algún modo tenemos un compromiso para hacer otra cosa juntos. Pero en ese momento había que avanzar. Así que nos pusimos en marcha. Ya estaba en Panamá cuando hablé por primera vez con Joe Alwyn, por videoconferencia. Tan pronto como lo vi, supe que era él, se lo dije de inmediato. Me pidió una hora para pensárselo y cogió un avión para unirse a nosotros.
Está perfecto en la película, pero el movimiento de Stars at Noon se hace en todo caso con y por ella, ella es una especie de frágil tornado. Sí, pero eso solo puede pasar porque también está él. La escena del bar es capital. Hacía falta este tipo un poco frío, un poco pálido, un poco reservado, que le pregunta muy simplemente si está en venta.
¿Cómo eligió a Margaret Qualley? La vi en el papel de Pussycat, la autoestopista en Érase una vez… en Hollywood y para mí fue evidente. Es chica demasiado flaca e increíblemente sólida al mismo tiempo, un clown. Pensé que salía del cine de Chaplin, es Paulette Goddard en el presente. Era ella o nadie. Luego la vi en la serie La asistenta que la convirtió en una estrella, pero para mí era esa chica que se sube al coche en la película de Tarantino.
¿Qué fue lo que finalmente llevó a la realización de Fuego antes que Stars at Noon? Todo estaba bloqueado por la pandemia y Robert Pattinson me había pedido que lo esperara. En un momento dado propuse al productor, Olivier Delbosc, que tenía gastos por el retraso impuesto por la pandemia, hacer una ‘película-Covid’ rápidamente. Con la aceptación casi inmediata de Christine Angot, a quien conozco bien, para escribir un guion basado en su libro Un tournant dans la vie, y de Juliette Binoche y Vincent Lindon para la interpretación, se puso en marcha muy rápido. Christine y yo trabajamos un mes en el guion, lo preparamos durante un mes y medio y rodamos seis semanas.
Y en esta ocasión hay notables diferencias entre el libro y la película… Contrariamente a la situación que describe la novela, yo quería que el hombre tuviera su madre y su hijo, que tuviera una historia aparte de la de la pareja y que interfiriera. Y no quería, como en el libro, que la mujer que se ha reencontrado con un antiguo amante y que está perturbada por eso, vuelva con el que vivía porque está enfermo. También quería esta escena de vacaciones al principio, me parecía que la película necesitaba algo muy simple y obvio, solar y alegre para empezar. La secuencia es deliberadamente ingenua, pero también muestra que hay algo carnal entre el hombre y la mujer, que se aman y se desean, cosa que no aparece en el libro.
La escena es muy hermosa en su simplicidad, con esos planos del agua del mar tan clara… No teníamos dinero, así que la rodamos con un móvil, un día de noviembre en Córcega. También es importante la vuelta a París, el metro, la llegada al apartamento. Nada de esto está en la novela. Christine Angot describió muy bien el balcón, que es un poco el escenario donde se va a desarrollar el drama, al menos en parte, pero quería que hubiera un apartamento contiguo al balcón. También le di una profesión a la mujer, es periodista en la RFI, esta radio abierta al mundo y en particular a África resultaba muy apropiada. Luego, Juliette Binoche quería que, si el hombre tenía un hijo, ella también tuviera hijos –rodamos una escena con la hija real de Juliette, Anna, como actriz, pero finalmente no está en la película–.
También está tu reencuentro con Grégoire Colin, que interpreta al antiguo amante de la mujer que interpreta Juliette Binoche. ¡Ah Grégoire!… Le llamé y le dije: eres tú, no tienes derecho a decir que no. Me respondió: entonces digo que sí (risas). Es todo. Para mí es tan obvio que no sé qué decir. Salvo que, efectivamente, para quien haya visto otras películas mías, es un ‘ex’, es el pasado que vuelve.
Grégoire Colin debe haber actuado en sus películas tan a menudo como Alex Descas, ¿no? Sí, son lealtades de largo recorrido, es importante. Especialmente cuando hay una relación poco evidente entre los dos actores principales. Pero Juliette ofreció al papel aspectos completamente nuevos. Se preparó mucho para lograr una intensidad inmediata de sentimientos. En el rodaje me resultaba perturbador. Lindon es diferente, interpreta al personaje como un hombre que en muchos aspectos se parece a él, incluida una difícil relación con el lenguaje. Creo que está en una lucha permanente consigo mismo, y eso encaja perfectamente con el personaje.
Entre las largas lealtades que acompañan su trabajo también está la de la directora de fotografía Agnès Godard. Sin embargo, estas dos películas se han hecho con Éric Gautier en la imagen. En el momento de rodar Fuego, Godard estaba preparando la nueva película de Ursula Meier, y era imposible esperar. Y propuse a Éric Gautier, con quien nunca había trabajado. Había que ir muy rápido, con muy poco equipo y dinero. ¡Y no hubo un solo problema! Hicimos todos los encuadres juntos, estábamos de acuerdo en todo. Después, todavía con prisa, me fui a Nicaragua a ver si era posible filmar pero Godard seguía en la película de Ursula Meier. Lo lógico era seguir con Gautier para esta segunda película, como si se tratara de un mismo movimiento. Obviamente fue más complicado, las condiciones de trabajo en Panamá plantearon muchas dificultades, pero él estuvo disponible para todos los imprevistos, los peligros climáticos, los problemas con el material o incluso las habilidades de parte del equipo de allí.
Ambas películas tienen escenas de sexo. ¿Las abordó de manera diferente? Para Stars at Noon, estas escenas están en el libro, y lo que en ellas sucede es decisivo. Había que estar totalmente dispuesto. Margaret Qualley dijo enseguida que sí; Joe Alwyn me dijo que no estaba tranquilo. Le respondí: “Yo tampoco”. Pero ellos confiaron en mí y yo en ellos, eso es lo fundamental. En el rodaje descubrimos que nuestros pudores estaban en sintonía, y pasaba lo mismo con Éric Gautier. Así encontramos formas de hacer, de mostrar o no, que nos parecen correctas y que constituyen una respuesta de puesta en escena. Para Fuego había una diferencia, que es la audacia de Juliette Binoche. Ella no tiene miedo de nada. Aquí también el hombre es más reservado, fue realmente ella quien dio el impulso. Y luego es tan hermosa… Margaret tiene un cuerpo de bailarina muy diferente, era menos impresionante filmarla desnuda que a Juliette. No hay que evitar la desnudez sino protegerla, no exhibirla. Lo que se debe a la manera de filmar por supuesto, pero también a todo lo demás que sucede, gestos, palabras, miradas. Durante una de las escenas de cama en Stars at Noon, en un momento Margaret sonríe… No sé de dónde viene, no lo había visto. Pero esa sonrisa mientras le acaricia el brazo, lo cambia todo.
¿Cómo ha sido el trabajo para estas dos películas con Stuart A. Staples, el músico con el que colabora desde Nénette et Boni, hace veinticinco años? Stuart se puso a trabajar enseguida en Fuego, escribió muy pronto una canción y me dijo que se titularía Both Sides of the Blade. Inmediatamente decidí que ese sería el título en inglés de la película. Había captado a la primera el espíritu del proyecto. Mientras yo estaba en Panamá fue más complicado por la distancia, pero me envió un fragmento para la discoteca, que se llama Stars at Noon, que resulta muy acertado. Hay que decir que llevo diez años hablando con él sobre este libro y durante el rodaje le enviaba los rushes sobre la marcha. Pero eso no era suficiente, tenía que venir al montaje, como por otra parte ha hecho en cada película. Solo en el montaje puede ver cómo la película toma forma.
¿Hablan sobre la película? En ambos casos le pedí que se leyera primero el libro y luego el guion. Pero Stuart habla muy poco: yo le digo cómo veo a los personajes y le miro a la cara. No le pregunto nada. Me ayuda a concretar, o a desarrollar una idea de escena, una manera de rodar. Es un interlocutor prácticamente mudo, pero muy útil. Y después, llega una primera música, en la que está todo. Tengo la impresión de que ha entendido la película que estoy haciendo mejor que yo. La trompeta cuando Margaret camina al amanecer está con ella, lo ha percibido todo, ahí está. Ha sucedido prácticamente en todas las películas.
En los créditos no pone ‘música de Stuart A. Staples’, sino de Tindersticks, el grupo. Él lo quiso así. Pero para mí el interlocutor es él. Al principio, cuando nos conocimos, yo no comprendía su inglés y él no comprendía el mío, pero nos entendimos desde el principio. Es de esta ciudad minera del norte de Inglaterra, Nottingham, con un acento que se me escapa, y es el hombre de mayor mutismo que he conocido, pero después de todos estos años es un colaborador con el que siempre me entiendo. Forma parte de mi vida –él, su esposa, sus hijos… son parte de mi vida–. El cine puede unir a personas muy diferentes.
Su cine está tejido de lealtades duraderas: Alex Descas, Grégoire Colin, Agnès Godard, Stuart A. Staples. Aunque no todos estén presentes en todas las películas, dibujan un mundo común que también incluye a dos montadores, Nelly Quettier y Guy Lecorne. Cuando empezó el montaje de Fuego, Quettier estaba trabajando, como Agnès Godard, en la película de Ursula Meier, y Lecorne no estaba libre. Empecé con la antigua ayudante de Quettier, Emmanuelle Pencalet, y después con la de Lecorne, Sandie Bompar. Pero el montaje terminó con este último. Quettier había terminado agotada de su trabajo en Annette de Leos Carax y no me pareció buena idea involucrarla en un proyecto tan complicado como Stars at Noon. Así que le pregunté a Lecorne nuevamente si quería venir a Panamá, estaba convencida de que esta película sería imposible de montar sin haber tenido la experiencia del rodaje. Quería que lo viera todo, especialmente lo que podía fallar. Y eso es lo que pasó. Es la primera vez que hago venir al montador al rodaje, pero todo el proceso era tan frágil que me pareció necesario que formara parte del conjunto. Olivier Hélie, el productor ejecutivo, lo entendió de inmediato.
El peligro puede estar en que los espectadores, que no estaban en el rodaje, no lo entiendan todo… Eso parece. He tratado de hacer comprensible la película y a la vez dejar espacios abiertos. Y de ser fiel al libro.
Ambas películas están producidas por Olivier Delbosc, con el que también se reencuentra. Fue él quien tuvo la idea de proponerme hacer una película hecha de fragmentos, la que construí con Christine Angot para Un sol interior. Justo después comencé a trabajar en Stars at Noon, que obviamente era un proyecto mucho más arriesgado. Me dijo que quería hacerlo. Le gustaba el libro, le gustaba el guion, confiaba en mí. No fue sencillo, pero lo conseguimos.
Antes de filmar, ¿investiga sobre los contextos en los que se desarrollan las películas? ¡Ah claro! Cuando estaba preparando High Life, pasé mucho tiempo asistiendo a conferencias del astrofísico especialista en agujeros negros Aurélien Barrau y hablando con él. Y he seguido interesándome por el tema. Aurélien releyó los sucesivos guiones de High Life y me estuvo ayudando no necesariamente a nivel técnico o científico, sino a poder tener una relación más libre con un campo que puede resultar imponente para alguien como yo, que apenas tengo competencias en astrofísica. El simple hecho de que el corazón de un agujero negro se llame ‘la singularidad’ es suficiente para mí. Del mismo modo realicé una investigación bastante extensa sobre la legión extranjera para Beau Travail. Respecto a Nicaragua puedo decir que he hecho todo lo posible por entender lo que pasó allí. Traté de entender quién fue el líder revolucionario Augusto Sandino durante los años veinte y treinta y el orgullo de los viejos que participaron en la sublevación de finales de los setenta que fueron los actores de una revolución victoriosa, con efectos muy reales, antes de ser desviada y traicionada por la pareja Ortega. Esta historia, la de las victorias militares contra los Estados Unidos, pero también la del establecimiento de cooperativas verdaderamente democráticas, que funcionaron durante varios años, es prácticamente desconocida o ha sido olvidada.
¿Todavía quedan huellas de este momento? Sí, aunque en Managua el museo de la revolución esté abandonado. En esa época tuvieron lugar experiencias asombrosas, cuyos restos se pueden encontrar en muchas áreas. Me quedé estupefacta al descubrir un gran teatro construido después de que los sandinistas tomaran el poder, que se llama Bernard-Marie Koltès4. Incluso si ya nadie allí, incluido el agregado cultural francés, sabe quién fue Koltès ni lo que escribió sobre Nicaragua y América Latina.
Sus películas se benefician de una circulación y de un reconocimiento internacional inusual. ¿Diría que esto influye en su manera de considerar su propio trabajo? Sí, gracias a eso conozco a gente muy diferente que me hace ver mis películas de otra manera. Me conmueve escuchar a otros, a menudo jóvenes, hablarme de mis películas, y luego tengo otra percepción de ellas. Una película crea vínculos con personas que no tienen ni el mismo pasado, ni la misma cultura, ni la misma edad, eso es importante. Se produce una alquimia que no entiendo, pero de la que me beneficio. En Francia, a veces hay gente resentida conmigo por eso, lo que me deja muy perpleja. Entre estos encuentros destacaría a los jóvenes cineastas, por ejemplo hace cinco años fui a Phnom-Penh para hacer un taller, conocí a Davy Chou5 que me mostró un documental que había producido5 antes de realizar Retour à Séoul y tuve la sensación de encontrarme con alguien como de mi familia, a pesar de todo lo que nos diferencia.
Tiene, en menor medida, una fuerte relación con otros cineastas, lo que no es tan común. Es verdad. Por supuesto, en primer lugar están Jim Jarmusch, Wim Wenders y Leos Carax, que forman parte de toda mi vida como directora. Y Olivier Assayas, de quien soy amiga desde hace tanto tiempo. Pero también hay cineastas a los que percibo como parientes, aunque no necesariamente nos veamos a menudo, como Apichatpong Weerasethakul, quien desde su primera película me da ganas de hacer cine. Y Pedro Costa, que construye un mundo en una especie de penumbra. Alice Diop dice que yo la inspiro, pero lo que ella hace me ayuda a avanzar. Y Catherine Breillat, David Cronenberg o los hermanos Safdie, que nos dan a todos una patada en el culo y eso me divierte. Y obviamente Kelly Reichardt: Night Moves es una película muy importante para mí. Y luego, por supuesto, Hong Sangsoo.
¿Qué puede decirse que representa él para usted? Para mí es, ante todo, un modelo de ser humano, ¡eso importa! Igual que importa lo que este ser humano llega a decir, en sus películas, sobre lo que es ser humano. Es muy inusual. Todas las películas de Sangsoo, las muchas películas que logra hacer a un ritmo tan rápido, cuentan lo que supone ser un ser terrenal. Desde The Day a Pig Fell Into the Well (1996). Cuando eres niño, a veces necesitas tener una luz de noche en tu habitación para saber que el mundo sigue ahí. Para mí, el cine de Hong Sangsoo es esa luz de noche.
¿Es el único que tiene este efecto en usted? Viví algo comparable, cuando era muy joven, con las películas de Ozu. Tuve la impresión de estar aprendiendo a comprender mi propia vida, mi propia familia, mi propio cuerpo. Hong Sangsoo es diferente a Ozu, no los comparo, pero ocupa un lugar de importancia comparable para mí. En sus películas está la vida que pasa, pero también introduce el peso de la desesperación, y del deseo que no se cumple. Ese deseo que, sin embargo, quiere ser el alimento de nuestra vida y del cual hay que desprenderse para seguir adelante.
Jean-Michel Frodon
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Traducción: Natalia Ruiz
Declaraciones recogidas el 9 de junio en el café del Hôtel du Nord,
al borde del Canal de Saint-Martin, en París.
Fuego (Claire Denis)
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Habría que reivindicar el derecho de cualquier cineasta a hacer la película que le venga en gana, aunque no se adapte a los cánones de prestigio y respetabilidad imperantes. O aunque sepa de antemano que puede que le salga eso que se llama una ‘mala película’. Ignoro si es el caso de Claire Denis y Fuego, pero la cuestión no es esta, ni tampoco si Fuego es o no al cien por cien una película-de-Denis. ¿Y qué más da? Lo que importa son los apuntes, los esbozos, el cine mismo asomando la cabeza en los lugares más inesperados. Da igual si me gusta o no Fuego –esto no es Twitter, por ahora–, pues sus fracasos me parecen mucho más estimulantes que los presuntos logros de otras películas, más medidos y premeditados, más calculados y predecibles. Una ‘buena película’, según los estándares de algunos festivales y de cierta crítica, es aquella que obedece a determinadas normas de conducta que se han convertido ya en fórmulas. Fuego, en cambio, tantea en la oscuridad, se expone a todos los peligros, con la esperanza de que surja algo de esa búsqueda. Y no estoy hablando solo de ‘cine de autor’: véanse las recientes X (Ty West) o Black Phone (Scott Derrickson), terror que no paga tributo a las modas, para seguir hablando de tan felices desvíos.
Pero volvamos a Fuego, que no por azar intenta denodadamente conciliar cine comercial y cine de autor. No es nada nuevo, ni siquiera en la filmografía de Denis. Sin embargo, eso le permite crear singulares maridajes: filmar a dos estrellas como Juliette Binoche y Vincent Lindon discutiendo solos en una habitación durante largo rato, o aceptar construir dos tramas y enfrentar una con otra, a ver qué pasa. Solemos decir, cuando ocurre esto último, que la película debería haberse centrado solo en una y no dispersarse. ¿Por qué esa obsesión por la unidad de estructura o estilo? A mí me parece conmovedor que Denis intente unir torpemente los dos relatos, el de la pareja y el del padre y el hijo, mediante una estrategia muy suya: el amor como mestizaje, como si querer a otro u otra fuera siempre una lucha, pues metafóricamente todos somos de distintas razas y de culturas inconciliables, como lo son Lindon y su hijo mestizo, como lo son Binoche y Grégoire Colin. Por supuesto, el intento queda en nada, pero el film acaba preguntándose qué ha sucedido para que una idea así no cuaje y eso lo convierte en un organismo vivo, en constante evolución.
En uno de esos estados cambiantes, Fuego se convierte de repente en un melodrama, el más excesivo de los géneros, que Denis no solo se niega a eludir, sino que intensifica centrándose en algunos de los momentos más fuertes y tormentosos surgidos del triángulo Binoche-Lindon-Colin. Si eso me recuerda al Truffaut de La mujer de al lado o hasta al Pialat de No envejeceremos juntos, quizá signifique que se ha creado una nueva conexión en la historia del cine francés, que Denis puede estar evolucionando hacia ese lado sin ni siquiera darse cuenta. Y que La mamá y la puta, el film-mito de Jean Eustache que se aborda en este mismo número de Caimán CdC, sea también la turbulenta historia de un triángulo y otra deconstrucción del melodrama clásico, puede añadir aún más elementos a esta intriga apasionante: por fortuna, la historia del cine sigue moviéndose sin descanso.
Carlos Losilla
Stars at Noon (Claire Denis). Cannes 2022 – Sección Oficial (A concurso)
En medio de la gran feria de las vanidades de un festival de cine suelen producirse extraños horizontes de expectativas. Es absurdo buscar en la última película de Claire Denis una obra de acción política en Nicaragua, como si la directora fuera capaz de rodar una nueva versión de Bajo el fuego de Roger Spottiswoode o de una historia intensa de amor y revolución. No hay nada más alejado de una película de acción que el cine de Claire Denis, una cineasta que siempre se ha sentido atraída por los huecos narrativos que perforan toda posibilidad narrativa clásica. Denis prefiere explorar la figuración y los caminos hacia cierta abstracción, que quedarse en la esfera de la comodidad del relato o de la adaptación. Stars at Noon, adaptación de una novela de Denis Johnson, es una obra sobre la espera, sobre la intensidad amorosa y sobre el deseo figurativo de capturar los cuerpos. Estamos ante una película rodada haciendo frente a numerosos problemas, con cambios de cast en el último momento y tensiones durante el rodaje por culpa de la pandemia, que enlaza con el mejor y más radical cine que Claire Denis ha realizado hasta la actualidad.
Como en Chocolat, Una mujer en África o El intruso, la cineasta explora un mundo situado en un territorio de arenas movedizas, un espacio en tensión por el que transitan una serie de personajes que se sienten extraños a sí mismos. En esta ocasión Denis parte de dos premisas. La primera es la de situarse en una fantasmagórica Nicaragua actual en un momento marcado por unas elecciones –la revalidación de Ortega en el poder– y por las transformaciones propias de la COVID –en la primera escena un cartel nos indica que no hay carne en un restaurante. La inestabilidad política y la pandemia están presentes como trasfondo del relato, pero no van más allá de su función de decorado, puesto que lo que le interesa a la cineasta es atrapar los gestos y la ambigüedad de unos seres que están entre la espera y la huida. En la primera parte de la película prefiere filmar Nicaragua desde diferentes habitaciones de un hotel en las que los amantes hacen el amor, que las turbulencias exteriores. En la segunda parte sigue el camino de huida de sus actores hacia la frontera, mientras Denis mezcla una historia de espías con un hipotético relato sobre la traición. Es como si quisiera mostrar a unos seres que viven todas las contradicciones de su amor en un mundo que se está desgastando. Como en otras películas, Claire Denis explora otros modelos cinematográficos, como si los viejos géneros le sirvieran para crear un trasfondo por el que transitar. En ciertos momentos parece como si estuviéramos ante una réplica de cierto cine francés situado en el corazón de América Latina –Los orgullosos de Yves Allégret y Rafael E. Portas o el inicio de El salario del miedo de Henri-Georges Clouzot, están en el horizonte–, pero por otra parte nos encontramos ante cierto cine de espías en mundos alejados. El resultado final es una película desencajada, como una especie de laberinto fílmico en el que Denis vuelve a transitar por su peculiar no man’s land cinematográfico.
Àngel Quintana
Digámoslo pronto, alto y claro. Solo porque esta película viene firmada por Claire Denis y porque la vende Wild Bunch (el auténtico ‘programador’ de este festival) es posible que haya podido encaramarse al escaparate principal de un certamen que, en la presente edición, ha ofrecido ya demasiados síntomas de seleccionar las películas bajo transparentes servidumbres industriales y al amparo de la más trasnochada y dogmática ‘política de los autores’. Y este es un ejemplo mayúsculo de ambos clientelismos.
Vendida por Wild Bunch y dirigida por una cineasta completamente perdida en medio de una confusa trama política en la Nicaragua que encara unas próximas elecciones bajo el confinamiento impuesto por la pandemia (heredada de la novela de Denis Johnson que trata de adaptar), Stars at Noon tiene dos caras: una es la que transcurre en interiores, en las habitaciones de los hoteles, donde los dos protagonistas (una joven periodista americana y un enigmático inglés) se encuentran y hacen el amor. En esos pasajes atisbamos un pálido y desangelado remedo del cine más valioso de Claire Denis: la exploración de los cuerpos y de las miradas mientras la cámara ausculta cómo el deseo se abre paso, colisiona y navega por la incertidumbre. Por desgracia, aquí la directora se estrella contra la inexpresiva pared de dos actores (Margaret Qualley y Joe Alwyn) incapaces de transmitir ninguna intensidad ni de inyectar en sus personajes la más mínima vibración emocional. Son secuencias en la que Denis tampoco parece saber dónde poner la cámara, y ni siquiera encuentra la manera de poner algo de ardor y de pasión en la representación del sexo (fingido, artificial, torpe y sometido a límites visuales convencionales). La otra cara del film, inesperadamente más interesante o más conseguida, es la exploración de unos exteriores solitarios, casi fantasmagóricos o apocalípticos, que dan cuenta de un mundo amenazado y amenazante a la vez. No hay aquí ninguna pretensión de enhebrar un discurso político, pero lo que sucede es que el film no logra desembarazarse de esa ganga narrativa (la intriga de espionaje) y naufraga estrepitosamente, además, por la torpeza del relato, por su estilo desgarbado, por la banalidad de su planificación, por su falta de brújula, por sus incoherencias y por inanidad. No solo es la peor película de Claire Denis. Es, simple y llanamente, una mala película.
Carlos F. Heredero
Berlinale 2022: crónicas urgentes (I)
Abundan los nombres importantes en estos primeros días de la Berlinale, unos primeros días que representan el 50% de una programación ultraconcentrada y que no deja respiro. Y cuando digo importantes me refiero a cineastas reconocidos al menos en el circuito de festivales y que aparecen en distintas secciones: François Ozon inaugurando la Competición, Alain Guiraudie haciendo otro tanto en Panorama, películas de Peter Strickland y Bertrand Bonello en Encounters, Dario Argento en Berlinale Special… Aunque aún no he visto alguna de ellas, más que una crónica al uso o una evaluación del festival (algo para lo que ya habrá tiempo) lo que propongo aquí es una primera aproximación a tres películas que por distintas razones me han parecido muy importantes. Habrá una segunda crónica hacia el final del festival, pero por lo pronto les dejo con Claire Denis, Mitra Farahani y James Benning.
Las carreras de ciertos cineastas están muy ligadas a sus sucesivos guionistas, estableciendo las distintas etapas de sus carreras. Sucede con Philippe Garrel, por ejemplo, pero lo podemos ver ahora mismo con Claire Denis. Avec amour et acharnement es su segunda colaboración con la escritora Christine Angot después de Un sol interior, las dos protagonizadas por Juliette Binoche y centradas en la idea del amor, sus circunstancias y su significado. El material dramático de esta nueva película apenas apunta a un melodrama muy elemental, en el sentido de que es más la exposición de una situación que el desarrollo de la misma, como si la película se limitase a poner sobre la mesa unos personajes y un conflicto pero no se preocupase de hacerlo evolucionar, simplemente porque a Denis le interesan primordialmente algunos momentos muy concretos, también los cuerpos de sus intérpretes, pero parece que le aburriese contar una historia que es muy probable que ya se haya contado mil veces. Aquí tenemos a una mujer, Sara (Binoche), que ama a François (Grégoire Colin), pero que no puede vivir con él. En su día lo dejó para irse a vivir con Jean (Vincent Lindon), el mejor amigo de François y por culpa de quien, según parece, pasó varios años en la cárcel. Este pasado marca al personaje en sus intentos de rehabilitación, pero Denis no hace ningún esfuerzo por desvelarnos qué pasó. Le importa más Sara, que vive con Jean y en el fondo no lo ama. Este es su dilema: vivir con el hombre que ama o con el que puede vivir. Denis no nos lo cuenta, lo filma, que es lo importante. Filma la mirada de Jean cuando mira a Sara en la cama y el contraplano tembloroso nos muestra el hombro desnudo de la mujer a la que ama. Y, sobre todo, filma el reencuentro entre Sara y François, las miradas que se cruzan, los nervios de ese momento pospuesto desde hace años, el lento caminar del uno en pos del otro, las manos que se extienden, los cuerpos que se acercan, pese a que saben que no pueden estrecharse. Ahí también pesan los recuerdos y la presencia de Jean, al menos en ese primer momento. Sin embargo, no tardarán en superar esas barreras. El deseo es mucho más fuerte, un deseo que Denis ni siquiera tiene miedo de verbalizar. Lo expone Sara mirándose al espejo, diciendo en voz alta aquello que piensa, un recurso, admitámoslo, muy poco elegante, pero coherente con una película que no quiere andarse por las ramas, que quiere ir a lo importante: filmar el amor y que este se imponga incluso sobre las propias convenciones dramáticas.
El mejor cine es siempre aquel cuyas imágenes nos hacen temblar o reflexionar. En Á vendredi, Robinson, Mitra Farahani nos recuerda que fue Jean-Luc Godard quien introdujo el pensamiento en el cine. Quizás no sea del todo cierto, pero no es este el momento de discutirlo. En su película Farahani (la directora de la bellísima Fifi Howls from Happiness) auspicia un su compatriota Ebrahim Golestan y Godard, una conversación que se había planeado en los años sesenta y que se acabó posponiendo indefinidamente, al menos hasta que Farahani consiguió ponerlos en contacto y que durante medio año intercambiasen una serie de correos que se enviaban alternativamente todos los viernes. Estando Godard de por medio, ya nos podemos imaginar que los correos electrónicos no son cartas al uso, en su caso casi siempre imágenes que conforman un discurso, cuando no una suerte de jeroglífico. El diálogo tuvo lugar entre finales de 2014 y principios de 2015, pero nunca se nos explica por qué esta película no nos llegó antes. En todo caso, fue esa una época particularmente crítica para estos dos hombres ya muy mayores (los 84 años de Godard frente a los 92 de Golestan) y que en esos meses pasarán ambos por el hospital (Godard dos veces, la última con una delicada operación de corazón). A Godard lo conocemos de sobra, pero sorprende descubrir a un Golestan cuya lucidez no le va a la zaga y que le supera en vitalidad (¡y que habita en un palacete!), pero la película se sostiene en buena medida por los caprichos del primero, por sus ansias de provocar, aunque en este caso la provocación sea antes que otra cosa un juego entre viejos amigos, por más que se acaben de conocer. Por todo ello, À vendredi, Robinson tiene algo de continuación de JLG/JLG, autoportrait de décembre, un retrato hasta cierto punto testamentario, la nueva demostración de que no hay ninguna película con Godard que carezca de interés.
The United States of America es el título de la última película de James Benning, un título que ya utilizó en un mediometraje codirigido con Bette Gordon en 1975 y en el que la pareja recorría Estados Unidos de costa a costa a bordo de un coche en cuya parte trasera se situaba la cámara (un dispositivo recuperado por David Easteal en la muy interesante The Plains, vista este año en Rotterdam). Lo cierto es que el título valdría también para una retrospectiva del cineasta de Milwaukee, al fin y al cabo es lo que lleva filmando desde hace ya cincuenta años (con muy escasas excepciones: Alemania, Austria, la frontera mexicana…). Pero el recorrido que nos propone en esta nueva película difiere un tanto del de aquel otro título homónimo de 1975. Plano a plano y hasta 52, Benning nos presenta una imagen de cada uno de los estados que conforman la Unión (entendiendo también como tales el Distrito de Columbia y Puerto Rico) en estricto orden alfabético, desde Alabama a Wyoming. Los planos tienen muy poco de representativo (el de Connecticut es la bandera estadounidense ondeando al viento) o responden a una idea más o menos tópica de cada estado (un callejón en Nueva York, un campo de algodón en Mississippi). En todo caso, la filmografía de Benning circula por todos ellos: tenemos planos de trenes, nubes y hasta Stemple Pass, también canciones ocasionales o discursos políticos, de D.E. Eisenhower a Stokely Carmichael. Su propia estructura y la duración de los planos (algo menos de dos minutos cada uno) remiten a la Trilogía de California y, en el fondo, algo que delatarán los créditos, The United States of America es como la cuarta parte de una tetralogía, una ficción que hará las delicias de Thom Andersen (y de todo aquello que nos contaba en la primera parte de Los Angeles Plays Itself).