Print Friendly, PDF & Email

Eulàlia Iglesias.

La ficción más tradicional prácticamente ha invisibilizado a la vejez. Son escasas las películas que cuentan con personajes de la tercera edad como protagonistas. Y cuando los ancianos aparecen como personajes secundarios lo hacen desde representaciones que obvian muchos de sus  condicionantes. En el cine convencional, los viejos suelen gozar de autonomía de movimientos, caracteres entrañables aunque gruñones y vidas plácidas. Desde la ficción parece idealizarse la tercera edad como si se temiera confrontar sus problemáticas o resultara demasiado complejo asumir algunos de sus rasgos identificativos.

Por el contrario, hay toda una generación de cineastas vinculados a la no ficción que ha manifestado su querencia por filmar a los mayores. Ya sea por la concienciación en torno a la urgencia del registro de la memoria o por el hábito de operar en entornos y temáticas mucho más próximas e íntimas, no son pocos en los últimos tiempos los directores jóvenes que se aproximan con la cámara a sus abuelos.

Con un título tomado prestado al escritor argentino Macedonio Fernández, Hermes Paralluelo filma la historia de amor entre sus abuelos Felisa y Antonio, enmarcada y condicionada por dos espacios opuestos. En la primera parte, ambos se encuentran en un hospital de Zaragoza donde acaban de operar a Antonio. Paralluelo muestra el desencaje de una pareja acostumbrada a rutinas de décadas que, de repente, se ve inmersa en un hábitat diferente. El director se escapa del retrato de vocación realista del ambiente hospitalario. Prescinde de planos recurso de ambientación para centrarse en exclusiva en sus protagonistas y en aquello que sucede en su entorno. Con una iluminación cercana a la del cine de Pedro Costa, que otorga cierta cualidad pictórica a los rostros de Felisa y Antonio, la primera parte del film adquiere un tono rayano en el fantástico. El centro sanitario deviene un espacio extraño con unas normas de funcionamiento internas ajenas al propio ritmo de los protagonistas. Felisa y Antonio se mueven por el hospital como personajes de Jacques Tati abocados al absurdo en un espacio cuyos códigos de funcionamiento les son extraños. Su forma de moverse, el miedo a ser ingresados en un geriátrico, los recuerdos recurrentes sobre la guerra y la posguerra que desgranan en voz alta no encuentran respuesta entre los muros del hospital.

En la segunda parte, los personajes se encuentran de regreso a la cotidianidad en su pueblo, Minuesa. Pero incluso en su casa se cierne sobre ellos la sombra de la dependencia y la falta de autonomía. Paralluelo sintoniza el ritmo del film con el de la rutina diaria de sus abuelos. Hay en No todo es vigilia un enorme deseo de retratar esos rostros cansados, esos cuerpos ralentizados, esas renuncias, y al mismo tiempo el empeño de seguir viviendo. Y a través de los movimientos de cámara que unen la habitación de uno con el dormitorio del otro, el cineasta marca las conexiones internas entre esta pareja unida por el peso de todos los años que los separan de ese retrato de boda que les contempla desde la pared.