Plenamente coherente con su anterior film (The Florida Project, 2017), el nuevo largometraje de Sean Baker vuelve a situarnos ante un sórdido paisaje de marginalidad y derrota: Un actor de cine porno sin trabajo y sin recursos, su esposa drogadicta (madre de una hija que le han retirado los servicios sociales), su suegra heroinómana, un gang familiar de traficantes y un entorno suburbial de miseria. Colocados junto a los campos petroleros de Texas frente a los que pasean y circulan una y otra vez (la riqueza del ‘oro negro’; un telón de fondo que juega aquí el mismo papel que Disneyland en el film anterior), este grupo de figuras desplazadas y varadas en dique seco, que sobreviven a trompicones, es retratado sin ningún matiz conmiserativo, sin convertir en víctimas a sus integrantes, sin reclamar para ellos ninguna solidaridad de tipo melodramático. La peculiar mirada de Sean Baker es capaz de encontrar humor, impulsos vitalistas y optimismo existencial en medio del patio trasero más sucio y más descorazonador del rutilante ‘sueño americano’. Aquí cuenta, además, con el apoyo decisivo de Simon Rex, un actor que –al igual que su personaje— debutó en la industria del cine porno. Su criatura desborda entusiasmo a la vez que irresponsabilidad, derrocha optimismo mientras se hunde en la sima más profunda y fantasea con hacerse rico a costa de convertir a una adolescente en estrella pornográfica. Sin esa mirada del cineasta, capaz de conjugar al unísono registros de sórdido patetismo y de humor tierno, de fracaso y de esperanza, Red Rocket se podría haber despeñado fácilmente por los derroteros de un pesimismo miserabilista difícil de soportar, pero sus imágenes consiguen alcanzar una luminosidad y una vibración inesperadas sin caer nunca en la tentación de embellecer el retrato. Potestad singularísima de un cineasta al que sigue mereciendo la pena prestar atención.
Carlos F. Heredero
En los momentos finales de The Florida Project, Sean Baker nos recordaba que junto al mundo perfecto de Disneyland se encontraban otros mundos imperfectos y oscuros que reflejaban como la ruta dejada por el sueño americano estaba poblada de perdedores y miserables. Uno de estos perdedores podría ser el personaje de Mikey Saber, un actor de películas porno que, en Red Rocket, regresa sin oficio ni beneficio a su población natal situada en algún suburbio de Texas, situado junto a una serie de refinerías petrolíferas que no cesan de humear. Mikey Saber pide asilo a su exmujer y a su suegra, comprometiéndose a remediar su vida y a a traer algún dinero a una familia que vive en un entorno marcado por la precariedad, el desempleo y la ruina. Estamos en la América profunda, concretamente en el año 2016, mientras por la televisión se anuncia la campaña electoral que va llevar a Donald Trump a la victoria. Mikey Saber se convierte en la quintaesencia del vividor, un parásito que ha crecido realizando películas porno, que ha vivido a expensas de sus amantes y que se aprovecha de la buena fe de los demás. No existe moral más allá de la de su provecho personal. Red Rocket se centra en su totalidad en el personaje de Mikey Saber, interpretado por Simon Rex -actor conocido por su participación en la saga Scary Movie y que empezó su carrera realizando pornografía gay-. Desde su llegada a Texas no cesamos de seguir sus movimientos, sus negocios oscuros, sus mentiras, su doble vida.
La situación empieza a ser mas compleja el día que Mikey conoce a Strawberry, una adolescente a la que le faltan pocos días para cumplir 18 años y que trabaja en una tienda de donuts y que cree en el lado amable del sueño americano. La relación con Mikey se convierte en el movimiento de una película que avanza como una comedia impúdica sobre un personaje detestable, pero que tras sus grietas y fracturas nos muestra las rupturas morales de una América en la que todo vale para sobrevivir y en la que los únicos supervivientes son los pícaros indecentes. Sean Baker no está demasiado lejos de The Florida Project, pero transformando la ternura de aquella película en cinismo. Y es que nos encontramos ante una comedia negra que funciona, en la medida que funciona su personaje principal, un ser tan detestable que puede cansar al espectador y al que podemos llegar a odiar. Mikey Saber no cesa de articular bromas de dudoso gusto, su rostro de modelo artificioso tiene algo de ser de plástico, pero en el personaje prevalece su incapacidad para superar su propio complejo de Peter Pan. Mikey Saber es la quintaesencia del lado más artificial de una América dominada por la falsedad donde es fácil y sencillo que reine el universo de la posverdad.
Àngel Quintana