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La novela de James M. Cain, El cartero siempre llama dos veces ha sido objeto de curiosas versiones, algunas literales y otras apócrifas. Antes de que Tay Garnett convirtiera a Lana Turner en Cora, Visconti trasladó su acción a una trattoria de la Italia fascista y Pierre Chanel la situó en la Francia anterior al régimen de Vichy. Entre todas estas versiones la más extravagante quizás sea esa versión apócrifa brasileña titulada Motel Destino, presentada en Cannes, cuya acción transcurre en una sórdida casa de citas cuya banda sonora es una coreografía de gemidos interminables. En este espacio lleno de almas en pena, aparece Heraldo –el Frank Chambers de la película– que huye de la policía y encuentra su refugio. El patrón del lugar y la propietaria esconden a Heraldo, que se dedica a realizar el mantenimiento del lugar. La temperatura del ambiente es muy tórrida y el deseo estalla entre Heraldo y la propietaria del lugar. Como bien es sabido la acción básica consiste en eliminar al marido e iniciar una posible escapada. La película está dirigida por Karim Aïnouz, que el año pasado presentó una discutible película sobre la corte de los Tudor, Firebrand y dos años antes triunfó en la sección Un Certain Regard con la espléndida La vida invisible de Eurídice Gusmão. La posibilidad de establecer comparaciones o quedarse en una teoría del autor en torno al cine de Karim Aïnouz resulta imposible. Motel Destino es una película de colores chillones, atmósfera sórdida, estética miserabilista y alimentada con unas cuantas dosis de kitsch de alto voltaje.

Àngel Quintana

La incomprensible inclusión de esta minucia cinematográfica en la Sección Oficial a Competición de Cannes solo podría explicarse de manera comprensible (que no justificable) por algún tipo de compromiso o servidumbre del festival con los coproductores franceses o con sus distribuidores, porque si la razón para incluirla es que realmente piensan que es una buena película, entonces ya el asunto entra directamente en el terreno del delirio. Singular revisión brasileña del argumento de la novela de James Cain (El cartero siempre llama dos veces), la nueva realización de Karim Aïnouz sitúa la historia en un sórdido motel que alquila sus habitaciones para facilitar las relaciones sexuales más o menos clandestinas de sus clientes, pero el cambio de escenario no aporta nada sustancial al relato. Tampoco que la mujer se dedique a limpiar las habitaciones cuando las parejas han terminado de utilizarlas o que el joven objeto de su deseo sea una especie de ragazzi da vita pasoliniano en versión brasileña. Una banda sonora casi dominada por los jadeos de los clientes, muchas luces de neón y colores estridentes, abundantes pinceladas miserabilistas, un marido de instintos asesinos y las cámaras de vídeo instaladas en las diferentes estancias no añaden tampoco nada relevante a un film de estilo neutro, realizado de manera aséptica y sin garra. Una banalidad bastante inútil.

Carlos F. Heredero