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Aquellos bellos veranos

La gran sorpresa de la última edición del FID Marseille fue que el gran premio de su competición internacional se lo llevase un documental, hasta podríamos decir que un documental canónico. La sorpresa no debería de ser tal: Marsella es un festival de documentales; sí, pero un festival que, con el paso de los años, también en esta edición, la primera sin Jean-Pierre Rehm al frente de la dirección artística, ha ido apostando por las ficciones, aquellas que, al igual que el documental tradicional, abordan también la representación de lo real, solo que desde otros presupuestos narrativos.

Pero, efectivamente, el principal galardón se lo llevó The Unstable Object II, de Daniel Eisenberg (hay una primera parte de 2011), riguroso documental de más de tres horas centrado en el trabajo de tres fábricas o talleres: el primero en Alemania, donde elaboran prótesis de manos y piernas; el segundo en Francia, donde fabrican guantes de piel; la tercera es ya una gran factoría de vaqueros en Turquía. Ni que decir tiene que hay un discurso tan sutil como obvio que encadena las tres partes (manos y piernas, guantes y pantalones), mientras Eisenberg atiende pacientemente el trabajo manual de los operarios: los de los dos primeros talleres un trabajo todavía artesanal y manual que busca la perfección y la singularidad; el de la fábrica de Estambul un trabajo realizado en cadena que, paradójicamente, acaba buscando la imperfección, con esos pantalones que una vez rematados se destiñen, manchan y rompen.

La mera presencia de una película de Lav Diaz en una competición de ‘documental’ debería de considerarse como un gesto radical y programático, pero en Marsella tiene algo de aceptada normalidad. A Tale of Filipino Violence (siete horas y media, para que nadie piense que es un Lav Diaz menor) está ambientada en 1974, cuando Ferdinand Marcos ya ha impuesto la ley marcial y modificado la constitución para convertirse en un dictador de facto, persiguiendo a toda la oposición. Reconstruyendo el pasado, Diaz está hablando también del presente, del mismísimo hijo de Marcos que había llegado al poder en Filipinas unos días antes de arrancar el festival, al tiempo que anticipa todos los temores del futuro. Podría haber sido un documental, por supuesto, pero Diaz siempre ha sido un fabulador, un contador de historias que, en su forma de entender el cine, entrelazan lo personal (la ficción) con la historia (los hechos).

Algo de esto hay también en Aftersun, de Lluís Galter, aunque en un registro más íntimo e históricamente más modesto. En principio tenemos una película veraniega ambientada en un camping de la Costa Brava y protagonizada por tres chicas adolescentes cuyas miradas nos van introduciendo en una inquietante ficción que se interrelaciona con un suceso ocurrido en 1980, la desaparición de un niño suizo cuya historia nos relata el juez que llevó el caso. Rodada a lo largo de varios años con una cámara DV analógica, la película de Galter parece ambientada en un tiempo indeterminado, acumulando ideas y sugerencias que no terminan de concretarse. Esa es la razón por la que Aftersun es una película tan estimulante.

El verano es también el tema de una de las mejores películas del festival, encuadrada en la competición de primeras obras (y con una mención especial), Mourir à Ibiza (un film en trois étés), de Anton Balekdjian, Léo Couture y Mattéo Eustachon, filmada en tres veranos (en Arlés, Étretat e Ibiza) y con unos mismos personajes, una chica y tres chicos, que van estableciendo lazos de amistad y sentimentales en ese periodo de tiempo. La película más rohmeriana que uno se pueda imaginar, Mourir à Ibiza es también una evocación de nuestros deseos melancólicos y literarios de navegar por lejanos océanos.

Un último apunte sobre tres destacados cortometrajes: Les Algues maléfiques, de Antonin Peretjatko, sátira sobre la repulsión que las algas marinas provocan en los veraneantes del interior; Against Time, la mejor película de Ben Russell en muchos años; y Welcome, bellísima exploración interior de Jean-Claude Rousseau del universo neoyorquino de Chantal Akerman. Jaime Pena

Crónica realizada a través de visionados online facilitados por el propio festival