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La sesión empieza remitiendo a la idea de que el cine forma parte de una larga historia de la cultura visual, integrado dentro de lo que se ha definido como series culturales de las que habla André Gaudreault. Dominique Païni analiza algunas pinturas del Museo de Orsay para buscar en ellas el principio de ese juego entre tiempo y espacio que representaron las primeras imágenes. Edison y Dickinson ruedan una película sonora para el Kinetoscopio antes que los Lumière inventaran el cine y vemos una vista Lumière de una niña jugando en los Campos Elíseos cuya atmósfera remite a Proust. La imagen parece recordarnos que el cine no es la búsqueda del tiempo perdido, sino que su encuentro. Después de pasar por ese emocionante réquiem de Roland Barthes por la muerte de su madre titulado La cámara lúcida, la película nos muestra cómo unos estudiantes de cine hablan con una profesora sobre la idea baziniana del cine como captura de lo real. La profesora contrapone Stanley Cavell a André Bazin y afirma que la verdadera cuestión no es cómo el cine captura la realidad, sino qué pasa con la realidad cuando la imagen se proyecta, cómo lo real adquiere otra manifestación cuando el mundo pasa a ser visto. Todas estas premisas teóricas que, fácilmente, podemos integrar en cualquier curso de Historia del cine son el sustrato del que parte Arnaud Desplechin en Spectateurs! No se trata ni de analizar la ontología del cine, ni de realizar un retrato nostálgico sobre la vieja cinefilia perdida, sino de un ensayo en el que el cineasta quiere hablar de la función, el espectador. Al hacerlo, Arnaud Desplechin coloca su propia experiencia en un lugar central.

Spectateurs! funciona como una película ensayo dividida en diferentes capítulos en la que se discute sobre la espectacularidad del cine, sobre la forma en que el cine captura los elementos básicos, sobre la relación entre el cine y el amor o sobre los humillados y ofendidos que han atravesado las historias de la pantalla. No se trata de hacer otras Histoire(s) du cinéma a la manera del trabajo que Leos Carax ha presentado en este festival, sino de interrogar al cine para encontrar la posición del espectador y su mirada. El trayecto es atractivo y emocionante cuando en un notable capítulo se recuerda la figura de Claude Lanzmann y se reivindica la importancia de Shoah como monumento. Shoah fue descubierta por Desplechin en Les 3 Luxembourg en 1985, y al verla entendió que en ella se recoge algo esencial que el cine nunca debe olvidar: la capacidad de testimoniar.

Desplechin también nos introduce en el camino de su propio testimonio. Spectateurs! nos habla de un joven llamado Paul Dedalus –eterno alter ego del cineasta en muchas de sus ficciones– que un día fue al cine con su abuela y mientras se proyectaba una versión de Fantômas observó la luz del proyector. Después vemos a ese niño transformado en adolescente que descubre el primer Bergman, Gritos y Susurros, para años después volver a fascinarse ante las primeras imágenes de Los cuatrocientos golpes de Truffaut. Ese niño se enamoró en el cine, que habló sobre Las margaritas de Věra Chytilová en un cineclub. Más tarde llegó a Censier, el barrio parisino donde hasta hace poco estaba la meca de los estudios de cine, Paris III. En esa universidad escuchó las teorías de Guy Debord sobre la sociedad del espectáculo y le enseñaron lo que era el concepto de la identificación espectatorial. El niño Paul Dedalus pasó por los diferentes estadios de la cinefilia, hasta que un día acabó descubriendo que su futuro no pasaba ni por la escritura, ni por la teoría del cine, sino por empezar a hacer películas. Los viejos cineastas de la Nouvelle Vague decían que el día que escribieron su primera crítica empezaron a hacer cine. Desplechin reivindica la posición del espectador, la pasión de mirar y pensar el cine como algo indispensable para la creación. Sin un cineasta espectador no existe el cineasta creador. La función culmina con Ruby’s Arms esa maravillosa canción de Tom Waits que Godard utilizó en la escena más emotiva de Prénom Carmen.

Àngel Quintana