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Emerald Fennell, Kitty Green, Sandra Wollner, Josephine Decker, Maite Alberdi, Laura Herrero Garvín, Salomé Jashi y Margaret Tait. Ocho mujeres ocupan y protagonizan –en diferentes secciones– este número de Caimán Cuadernos de Cine. Ocho cineastas de procedencias geográficas y culturales extremadamente dispares (Australia, Chile, Inglaterra, Escocia, Austria, España y Georgia). Creadoras que vienen a estas páginas porque sus más recientes películas se estrenan en nuestras pantallas (grandes y pequeñas), porque emergen como el gran hallazgo de Sundance (Salomé Jashi) o porque el Festival de Cine de Dones de Barcelona y el CCCB rescatan su obra (Margaret Tait) con la guía de otra cineasta más (Diana Toucedo), cuya escritura acogemos también este mes para evocar la obra singularísima y poética de esta última.

Algunos de sus trabajos (los firmados por Emerald Fennell y Kitty Green) hablan directamente –con la rabia y con la urgencia del presente– del acoso sexual y de la violencia machista contra las mujeres. Otros (los que dirigen Sandra Wollner, Josephine Decker y Laura Herrero Garvín) ofrecen valiosos y complejos retratos femeninos. El que realiza Maite Alberdi se mueve con soltura y descaro por los pliegues del mestizaje entre la ficción y el documental. Y los otros dos (las obras de Margaret Tait y Salomé Jashi) dejan reposar sus imágenes para proponer sendas y penetrantes miradas sobre las armonías y las disonancias de los paisajes –naturales y artificiales, geográficos y humanos– retratados por su cámara.

Las ocho vienen a Caimán CdC porque sus obras nos han hecho pensar y reflexionar, nos han abierto nuevos horizontes y caminos desconocidos, nos han ‘movido el piso’ emocional o han capturado nuestra atención para desvelar facetas ocultas que no están a simple vista y que sus imágenes sacan a flote –o aciertan a sugerir– mediante esa hermosa revelación laica que puede proporcionar el cine, el cine que se arriesga, el cine que realmente merece la pena. Esa catarsis que se produce cuando los métodos y las herramientas de los directores no se rinden ante la rutina conformista, cuando se persigue con denuedo la autenticidad –o la falsedad– que se esconde bajo las engañosas apariencias de la realidad, siempre simplificadoras, siempre un mero espejismo a la espera del encuentro con esa mirada atenta, reveladora y penetrante que es patrimonio intransferible y diferencial de los mejores cineastas.

Cine dirigido por mujeres, sí, desde luego, pero no ‘cine femenino’, cualquiera que sea la acepción o el equívoco con el que se entienda este término. Las películas de estas cineastas hablan de mujeres y de hombres, de jóvenes y adultos, de trabajadoras y acosadores, de artistas y androides, de un tugurio de alterne y de una residencia de ancianos, de la violación de la naturaleza y de la armonía de la naturaleza. Sobre unos y otros se despliegan ocho miradas femeninas (claro está) y, con ellas, ocho maneras diferentes de hablarnos del mundo. Miradas de mujer expresivas de una fuerza y de una personalidad que merecen hacerse visibles. Para eso estamos, también.