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Hay un momento en este último trabajo de Andrei Konchalovski en el que todo cambia, tanto para los personajes como para la propia película. La protagonista, una alta funcionaria soviética, y el hombre con el que viaja, un capitoste de la KGB, comparecen ante un par de jóvenes soldados, empeñados en obstaculizar su labor. Retenidos y cacheados en una sórdida habitación, asisten así a una especie de mundo al revés. Estamos en 1962, en plena crisis de los misiles, y una manifestación de obreros en huelga ha acabado en masacre, lo cual lo ha puesto todo patas arriba: la rígida estructura de poder del Estado soviético se tambalea, ya no se sabe quién da las órdenes y quién las recibe, quién decide y quién ejecuta… Y la situación kafkiana que viven esos dos personajes es la metáfora perfecta de lo que ocurre, plasmada además en poderosas ideas visuales.

En este sentido, la segunda parte de Queridos camaradas es mucho más sugerente que la primera, que se limita a presentar a los personajes y poner en escena la huelga y sus consecuencias. A pesar del prístino blanco y negro utilizado y del poderío narrativo de Konchalovski, en esa mitad inicial no hay más que lo que vemos, sin ecos ni reverberaciones. En cambio, cuando la película se centra en los dos personajes mencionados, entre los que se establece una sugerente y ambigua relación, todo se expande y adquiere resonancias poéticas y morales mucho más intensas, sin necesidad de pulcras reconstrucciones históricas ni de observaciones más bien obvias sobre lo que ya era el principio del fin de la URSS y de la Guerra Fría. Bastaban dos rostros para que en ellos, como en un espejo, se reflejaran las tensiones de toda una época, de un momento histórico crucial. Y es así como Queridos camaradas acaba reflejando otra crisis: la del gran relato a la vieja usanza, al que tan aficionado ha sido Konchalovski desde Siberiada, en favor de un cine que busca nuevos caminos, como esos dos personajes en ruta que poco a poco se van quedando solos. Pues bien, es en este punto, más que en su vocación historicista o testimonial, donde Queridos camaradas se nos aparece como una película extremadamente didáctica y reveladora.