La película surge del impacto que produjo en el cineasta Zarrar Kahn su regreso a Paquistán, con dieciséis años, después de haber vivido la infancia en Canadá junto a su familia. Fue testigo entonces del modo en el que la vida de las mujeres de su entorno cambiaba de manera radical, mientras la suya se mantenía igual. In Flames recoge y reelabora, de hecho, el testimonio real de las mujeres, amigas y familiares del cineasta, para ahondar en el retrato de una sociedad patriarcal y represiva que mantiene a las mujeres bajo el control, la amenaza y el miedo. Y aunque el film se centra esencialmente en el entorno familiar, a partir siempre del punto de vista del personaje de la hija mayor, hay también un reflejo que busca abrir la mirada hacia el modo en el que las instituciones judiciales y médicas colaboran a aprisionar la vida de las mujeres en Paquistán. Y ahí reside el valor esencial de un film que no consigue trascender esta idea atrapado (el film igual que las mujeres que lo protagonizan) en unas formas que se sirven, al inicio, de un realismo con el que se elabora la ‘bonita historia de amor’ y que, sin embargo, van derivando (hasta precipitar) hacia el fantástico y el terror como mecanismo de denuncia quizá demasiado evidente. Porque en esta sociedad que, efectivamente, provoca terror, la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres se expresa a través de la aparición pesadillesca de los fantasmas del pasado. Pero, en sus formas, el recurso resulta excesivo. Será este elemento, además, el que defina una conexión extrasensorial entre madre e hija que está en la base, finalmente, de la idea del film según la cual la ayuda entre mujeres es la única opción posible de supervivencia. Jara Yáñez