“Magaluf es un gran plató”

– Empecemos por lo más obvio, ¿cómo encontrasteis a todos esos personajes tan magnéticos?

– A los actores los seleccionamos mediante un casting que se hizo durante dos veranos. Fuimos el primer año, elegimos a determinadas personas, empezamos a trabajar con ellos, vimos que había cosas que no nos funcionaban, como el personaje del adolescente y, al mismo tiempo que levantamos la financiación, fuimos ajustando esos detalles. Así encontramos a esa gente que, nada más conocerla, te hacían reír y de la que siempre querías saber más. Es lo que sucede con Tere y también con Rubén, alguien con mucho descaro. Se trataba de intentar averiguar por qué son así, qué elementos ha habido en sus vidas, siempre vinculadas a Magaluf, para entender esa fascinación que despiertan en mí. Piensa, por ejemplo, en el personaje de Emilio, alguien que ya es muy conocido allí, pero al que tuvimos que convencer para que nos tomara en serio, porque él pensaba que su vida no tenía nada de interesante, que cómo era posible que hiciéramos hacer una película sobre él. El trabajo fundamental pasaba por que comprendieran que no llegábamos con nuestras cámaras para hacer algo típicamente sensacionalista, sino que queríamos mostrar esa cara B de Magaluf más desconocida. Esa fue la tarea más complicada, una vez conseguido eso, poco a poco fuimos construyendo el guion con ellos. En esa primera fase del documental teníamos que gestionar la fascinación por ellos y encontrar sus contradicciones, que es la parte con la que yo más he disfrutado.

-Más allá del evidente carisma de los personajes, la manera en la que está ordenada su aparición en la película se antoja muy acertada, porque arrancar son Tere supone casi de inmediato ganarse al espectador, con ese punto a lo Carmina Barrios que ella posee. ¿Cómo decidisteis este orden?

– Todo esto se decidió en montaje y fue complicado. Soy alguien al que le gusta mucho improvisar y todo eso aparece después en la sala de edición. La película tuvo muchos inicios distintos, y tuvimos un largo debate para ver qué tono debíamos adoptar. Hubo un tiempo en que arrancábamos con el chaval y la película era más oscura, fue entonces cuando decidimos empezar con la máxima luz que es lo que la gente cree que no va a encontrar en Magaluf. Había que romper con ciertos clichés desde el principio, de ahí que optásemos por ese enfoque costumbrista, más de documental al uso, para ir luego retorciéndolo todo. También era clave entender el personaje de Rubén, este joven misterioso que fantasea con el hombre quemado al que iremos conociendo poco a poco hasta enamorarnos de él porque lo acabamos entendiendo. En resumen, se trataba de equilibrar esa parte costumbrista con el misterio y la turbación que van colándose en la película a medida que avanza. De hecho, el arco de los personajes está estrechamente vinculado con la propia forma del documental, que va enrareciéndose y llenándose de ficción, que es lo que a mí me interesa.

– De hecho, la película deriva paulatinamente hacia la ficción pura …

– Ese fue el mayor hallazgo, algo que surge cuando descubrimos que Magaluf entero es un espacio de ficción. Nosotros conocemos la ciudad por lo que hemos visto en los informativos que han contribuido a elaborar un mito que podría no ser real. Ahí se nos ocurrió que podíamos darle forma a toda esta leyenda construyendo un universo donde haya nuevos rituales y mitos. En el fondo, Magaluf es un plató en el que la gente se crea su propio personaje como un acto de resistencia para poder sobrevivir, de ahí que las leyendas, los recuerdos o los sueños sean tan importantes en la construcción de esa nueva imagen. Para mucha gente ir a Magaluf es como ir a ver una película en la que hay depositadas grandes expectativas, acude allí esperando que sucedan muchas cosas que luego seguramente no ocurran. De hecho, salió publicada una noticia en la que se contaba que en Inglaterra muchos turistas recién regresados de Magaluf interpusieron denuncias porque, al contrario de lo que les habían prometido, ni habían follado en la playa, ni les habían hecho felaciones por la calle, etcétera. A mí ese relato me parece potentísimo y nos pusimos a jugar con todo eso.

– En realidad, podía haber sido un documental que abordará únicamente esas cuestiones de tipo social que también aparecen en la película.

– Es importante eso que dices porque cuando nosotros fuimos a Magaluf pensamos que íbamos a hacer un documental social para hablar de ciertas problemáticas. Pero vimos que podíamos hablar desde otro ángulo de que los rusos están comprando la isla o de qué significa el turismo o de qué supone ser adolescente en un lugar así. Los problemas que hay allí quedan plasmados, creo que se entienden tras ver la película, pero los hemos reflejado huyendo de los lugares comunes y de los modos de ese documental social al que me refiero, que tiene un respeto constante por la verdad que es algo que a mí no me interesa. De hecho, la verdad no me interesa nada, me interesa la mentira como herramienta para contar ciertas cosas en la línea de lo que propone alguien como Joan Fontcuberta.

-Y de la mentira a los fantasmas, …

– Se trataba de jugar con la fantasmagoría constantemente. Magaluf fuera de temporada es una ciudad fantasma, con esos edificios gigantes que permanecen 6 meses cerrados, como centinelas que te observan durante el invierno, … Es algo muy tétrico. Así que ya el propio urbanismo de la ciudad incorpora la idea del fantasma, como también lo hace el turismo: los turistas son fantasmas que llegan para darte un susto e irse. Finalmente, decidimos incorporar esa parte de ficción pura con Tere hablando con su marido difunto, que es algo que está en relación con todo eso.

– Todas estas cuestiones están incorporadas a una puesta en escena en la que el plano general y el reencuadre se trabajan constantemente. ¿Por qué optasteis por ese tipo de composiciones tan inhabituales?

– La verdad es que fue un quebradero de cabeza continuo. El director de fotografía y yo nos preguntábamos cómo queríamos reflejar la ciudad a partir del uso del plano general, cómo podíamos explicar algo desde ahí sin caer en la postal. Así que decidimos escondernos, colocar la cámara como si fuéramos alguien que está mirando a hurtadillas y tiene miedo de que le descubran. Todo tiene una intención, pues teníamos que contar el miedo que existe ante una realidad marcada por ese tipo de turismo.

– Hablemos del turismo. ¿Qué sucede cuando turismo y especulación inmobiliaria chocan entre sí (como se observa en la película)?

– A mí lo que me fascina en la capacidad que tiene el turismo para crecer, reinventarse y generar nuevos escenarios. También se trataba de ver cómo, en este caso, este turismo extremo puede ser una forma de resistencia contra lo políticamente correcto. Me explico, vemos a unos especuladores que quieren acabar con el Magaluf actual e imponer otro modelo; es decir, tenemos un tipo de turismo que es considerado como algo malo al que se opone una práctica que es igualmente mala, lo que lo hace parecer como algo casi mágico. Esas contradicciones son las que me interesan. ¿Somos capaces de juzgar el turismo tan a la ligera? Eso es lo que me pasaba a mí en La extranjera (2015), en la que se veía claramente que yo odiaba el turismo que invadía el Raval de Barcelona, donde por aquel entonces vivía. Pero Magaluf Ghost Town ya es otra cosa, ¿hemos aceptado el turismo igual que hemos aceptado el capitalismo? Pues bien, ¿entonces cómo vivimos en esta realidad? ¿Cómo sobrevivimos? ¿Cómo resistimos ante algo así?

– ¿Es el turismo la forma más refinada del capitalismo?

– Creo que una de las cosas que más claras han quedado durante la pandemia es que la forma más perfecta del capitalismo es el turismo. Si acaba el turismo, acaban los aviones, los restaurantes, la gasolina… El sector terciario colapsa. El turismo es muy importante para el capitalismo y por eso nunca va a acabar, porque además juega con en ese sentimiento de libertad que te da viajar: vas a un sitio, haces lo que quieres; el turismo consigue esa unión perfecta entre capitalismo y libertad. Me interesa mucho cómo es capaz de reinventarse, por eso creo que hay mirarlo sin tanto prejuicio y mostrar esas contradicciones continuas que se observan en Magaluf, una ciudad que está seis meses abierta y otros seis cerrada, en la que su habitantes odian a los turistas pero a la vez los necesitan, … La extranjera era la película de un tío cabreado que pensaba que las nuevas políticas podían cambiar todo eso. Después me di cuenta de que no tiene sentido mantener esa lucha. Una de las cosas más crueles del capitalismo es que nos hace creer que podemos cambiar algo cuando no es así: yo me di cuenta de que no podía seguir en Barcelona para seguir peleando en una batalla perdida de antemano y que, además, es algo que no vale la pena porque podemos ir a otros lugares. De hecho, me he ido a vivir a un pueblo de Girona y he sido consciente de lo que puedo construir allí sin tener que luchar contra la infestación turística de Ciutat Vella, es como partir de cero y eso me permite ahora ver el fenómeno desde otro ángulo. Al final es lo que hacemos constantemente, generar realidades para sobrevivir. El otro día fui a ver Benedetta (Paul Verhoeven, 2021), sobre una mujer lesbiana que se refugia en toda la parafernalia del universo católico para poder seguir haciendo lo que quiere y eso, en el fondo, es lo mismo que sucede con Magaluf donde la gente se inventa algo para poder salir a la calle cada día. Es lo que hace Tere, que no se atreve a ir a darse un baño hasta que ha logrado construir toda esa representación de sí misma que se lo permite.

– Para conocer bien a personajes como Tere estuvisteis dos veranos haciendo audiciones más todo el tiempo del rodaje, ¿qué proceso de trabajo habéis seguido?

– Por fin creo que hemos conseguido poder trabajar de manera fiable con un equipo muy pequeño. Una de las cosas que siempre me han preocupado del cine es el volumen de gente que se necesita para hacerlo. Ahora hemos logrado tener la cintura suficiente como para poder coger cosas al vuelo y eso solo se puede hacer con un equipo reducido, cosa que facilita la movilidad. Es algo muy cassavetiano, el hecho de que el montador pueda coger la cámara y grabar algo que le sorprende o que cree que puede ser importante. Y eso en un entorno en el que la improvisación va dándote cosas constantemente es básico. Por ejemplo, un día Tere nos dice que va a que le echen las cartas, le preguntamos si podemos ir con ella porque creemos que podemos sacar algo interesante, lo acepta y por el camino se va preparando la escena: ella contaba qué iba a hacer allí y yo le decía si veía bien que añadiéramos un puntito de ficción. Así se creo un caldo de cultivo donde primaba la creatividad y en la que todo el mundo podía hacer algo. Sin ir más lejos, la escena de sexo rodada en la playa la filmó el montador, porque yo estaba haciendo trabajo de campo en otro lado. El hecho de que un montador crea que puede coger la cámara y que lo que filme vaya a salir en la película es precioso y se aparta de esa idea de que solo el director o el director de fotografía mandan. Estoy orgulloso de poder filmar de esa forma tan libre.

– Una forma que implica que el guion es un tanto accesorio, …

– El guion es como la pluma de Dumbo. Lo llevas en el bolsillo para sentirte seguro, pero luego nada funciona así, solo que tú conoces tan bien a tu personaje que puedes decirle que haga unas cosas u otras. La secuencia del paseo nocturno con los chicos salió cuando estábamos tomando algo en un bar y una de ellas dijo “ostras, ¿tú sabes que ahí quemaron a alguien?” y esa misma noche nos fuimos a rodarlo y les pedí que contaran esa misma historia mientras paseaban por el lugar. Así salieron muchas secuencias, y tener esa capacidad para hacerlo así, en el momento, es una maravilla.

– ¿De dónde viene el interés por Magaluf?

– Empieza de la forma más simple. En 2014 los programas tipo Ana Rosa empiezan a abrir con noticias de Magaluf y a reventar todo aquello y yo le dije a Raúl (Cuevas), el director de fotografía, vamos a ver qué pasa allí. Y fuimos con la idea de hacer ese cine social que te comentaba, hasta que vimos que allí había un filón por explotar porque es un lugar entre maldito y mágico que nos permitía crear unas nuevas reglas.