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“Alguien que debería haber nacido
se ha ido.

Sí, mujer, esa lógica te llevará
a una pérdida sin muerte. O di lo que quisiste decir,
cobarde… este bebé que sangro yo”.

Con estos versos termina Anne Sexton su poema El aborto. Y con ellos arrojaba de manera cruda y áspera su dolor más íntimo y profundo. Como representante, junto a Sylvia Plath, de eso que diera en llamarse ‘poesía confesional’, la estadounidense abría la literatura a la expresión directa y descarnada de un sufrimiento femenino (asociado al aborto, pero también al deseo, la sexualidad, la menstruación, el matrimonio, la maternidad…) que nunca antes había sido reflejado con aquella fuerza y honestidad. Su voz poética rompía con el estereotipo de la mujer herida y sufriente propia del imaginario masculino, para introducir un discurso iconoclasta, duro, desnudo y enérgico. Con sus textos desactivaba aquella mirada ‘romantizada’ del dolor femenino que, en palabras de Susan Sontag, convertía a la sufriente en “un ser melancólico, sensible, romántico” y para la que “estar triste era una señal de refinamiento, de sensibilidad”. Con su gesto, Sexton, y también Plath, daban a la intimidad femenina una poderosa dimensión política. 

Y desde este enfoque combativo, crítico y sin adornos es posible conectar con la ya extensa y muy valiosa obra literaria de Annie Ernaux, pionera de la autoficción, que escribe sin tapujos sobre sus experiencias íntimas y siempre dolorosas. Sus obras fueron recibidas durante años desde el rechazo y la condescendencia, bajo la etiqueta de ‘literatura de mujeres’ y la acusación de autoindulgencia. El estreno este mes de El acontecimiento, segundo largometraje de Audrey Diwan basado, precisamente, en el relato homónimo a través del cual Ernaux narra de manera explícita y rotunda su propia experiencia de aborto clandestino en la Francia de principios de los años sesenta, nos permite no solo conectar el cine con toda esta tradición literaria feminista, sino recuperar también un debate, no por clásico menos vigente, que parte de la pregunta sobre los límites entre la representación del dolor y la exhibición del sufrimiento.

“Miramos el feto. Tiene un cuerpo minúsculo y una gran cabeza. Bajo los párpados transparentes, los ojos parecen dos manchas azules (…). Así que he sido capaz de fabricar esto. O. se sienta en el taburete. Llora. Lloramos en silencio. Es una escena sin nombre en la que la vida y la muerte se dan la mano. Es una escena de sacrificio”, escribe Ernaux. Y en los mecanismos de traslación de esas palabras a la imágen fílmica, la película de Diwan nos permite –parece inevitable y también apasionante– traer de nuevo la discusión de Rivette sobre la abyección para replantear, como propone Àngel Quintana en su texto sobre el ‘cine de la crueldad’, la necesidad de mostrar, en este caso: “Porque el horror denuncia la política infame que ha implicado prohibir a la mujer que haga lo que le plazca con su cuerpo”. O para poder conectar, como explica Andrea Morán en su crítica del film, con la intención inmersiva que lleva a Diwan ha hacer de él: “Una experiencia que busca ser Annie en lugar de mirarla”. Desde otro enfoque se hace asimismo significativo, como señala Jaime Pena, poder seguir profundizando en la idea de la irrepresentabilidad del dolor o en la potencia expresiva de la elipsis.

Pero la llegada a las salas de El acontecimiento nos permite, además, abordar el modo en el que el cine ha representado hasta ahora el aborto, “una asignatura pendiente”, como señala en su artículo Eulàlia Iglesias, por mucho que en los últimos años puedan contarse varios títulos cuyo eje central es precisamente este tema (El secreto de Vera Drake, de Mike Leigh; 4 meses, 3 semanas, 2 días, de Cristian Mungiu o Nunca, casi nunca, a veces, siempre, de Eliza Hittman, entre otras). En cualquier caso, el debate está abierto… ¡Bienvenidas sean siempre la controversia y la discusión!, porque solo a través de ellas podremos seguir avanzando.