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Las formas de consumo audiovisual del presente nos permiten relacionarnos más libre y espontáneamente con ese siempre resbaladizo y poliédrico concepto de la ‘actualidad cinematográfica’. Seducidos por el juego, centramos buena parte de las páginas de este número en un gran bloque que atiende y combina un estreno oficial en salas (el de Drive My Car, de Ryûsuke Hamaguchi), un ciclo retrospectivo coordinado desde varias entidades y filmotecas (dedicado a Mikio Naruse) y un bloque de películas agrupadas y disponibles en una plataforma digital (las que sobre Kenji Mizoguchi contiene Filmin). Tres accesos distintos y distantes, también tres tipos de pantalla, que nos abren el camino para poner a dialogar la obra de tres cineastas que pertenecen, a su vez, a diferentes períodos históricos, que representan intereses creativos dispares y cuya primera y, solo en apariencia, única relación es el país de origen. ‘Japón en tres miradas’, como titulamos este dosier, recoge así la posibilidad de lo que Santos Zunzunegui, a partir de su lectura de los textos de André Bazin1, describe como el ‘comparatismo’: “Este método de poner en relación películas y aproximar escenas aparentemente lejanas”, como “fundamento revelador a la hora de intervenir sobre los textos” (en términos semióticos). Y efectivamente, acceder al análisis de la obra de estos tres directores en un espacio compartido y a través de varios textos críticos, no solo establece puntos de conexión sino también, y lo que es más interesante, desvela con mayor profundidad los rasgos creativos característicos de cada uno de ellos.

A partir, por ejemplo, del estudio del uso de los planos o de la concepción de la puesta en escena, el cine de Mizoguchi, “en el que el montaje entre plano y plano se reconduce al interior de cada uno de ellos, en el que casi desaparecen las nociones de primer plano y de contraplano” (en palabras de Heredero), se vincula con la fuerza emocional que Adrian Martin señala en el inmovilismo de la cámara de Naruse, sin que nadie entre o salga del encuadre, para hacer que cada imagen sea una célula autónoma en la que “los personajes (y actores) consiguen acceder a una cierta libertad: el plano es suyo, y pueden tomarse el tiempo exacto que necesiten para expresar (u ocultar) lo que hay en su cabeza”. Algo que encuentra finalmente su eco en el empleo de los diálogos de Hamaguchi que, sin señalar nunca (como tampoco lo hace la cámara) las conmociones que atraviesa la trama, se constituyen como tableaux decididamente hieráticos, escenificados sobre fondos y paisajes neutros, donde los actores intentan resucitar pasiones de otro tiempo”, en palabras de Losilla. Reflexiones que nos conectan con los mecanismos a través de los cuales estos tres cineastas atienden a lo sutil, al detalle, a esa mínima variación que, en su sencillez, atrapa el significado más profundo. Tres cineastas capaces de llevar el hecho cinematográfico hacia su máxima expresión o, mejor, de conducirlo hacia territorios que le son exclusivos. Mientras, y esto pone de manifiesto la significación de la relectura crítica de los clásicos, es posible encontrar en los tres un interés (de nuevo desigual, pero expreso) hacia la representación de la mujer. Y así, de la aproximación más alegórica e historicista en Mizoguchi, pasando por la enunciación más concreta de la búsqueda de una independencia en los personajes femeninos de Naruse (en sus adaptaciones de la escritora Fumiko Hayashi), el cine de Hamaguchi delata (en un film como Happy Hour) el conservadurismo patriarcal de la sociedad japonesa.

No tenemos más remedio que cerrar este número de la revista según marca el calendario. Algo que esta vez nos impide, atendiendo a esa posibilidad de leer la ‘actualidad cinematográfica’ de manera híbrida y múltiple, prolongar y ampliar el debate. Porque durante este mes tendrá lugar la segunda edición online del Japanese Film Festival y para marzo está previsto el estreno de Belle, la última propuesta de Mamoru Hosoda, uno de los grandes referentes del cine de animación japonesa actual. Dos eventos que, de cualquier modo, enriquecen en número de autores, pero también de formatos, este bloque abierto y heterodoxo cuyas resonancias se prolongan en el tiempo.

 


(1) Como explica en Conexiones. Un diálogo con Santos Zunzunegui, de A. Aranzubia (Shangrila, 2022).