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De regreso a Irán tras la fallida excursión española que supuso Todos lo saben (2018), Farhadi vuelve a radiografiar las entrañas sociales de su país con su instrumental habitual: un guion muy calculado, una carpintería dramática sólida, de estirpe más literaria que cinematográfica, y unos intérpretes creíbles, dirigidos siempre dentro de un registro psicologista tradicional. A partir de aquí, sus imágenes dejan poco espacio para la sorpresa, para la ambigüedad o para la apertura de grietas que dejen circular el aire entre los cauces tan cerrados de la historia. El suyo es, esencialmente, un cine de argumento. Su puesta en escena es funcional y está al servicio de los actores. La receta es más convincente cuando la estructura dramática es más sólida (Nader y Simin, una separación, 2011), pero deja ver enseguida sus costuras cuando no consigue integrar los giros de guion dentro de la dramaturgia. Y esto último es lo que sucede aquí, porque la historia del hombre que, para conseguir salir de prisión (está en la cárcel por no haber pagado una deuda), se convierte fugazmente en un héroe popular –al devolver el bolso con varias joyas dentro, que dice haberse encontrado por casualidad en la calle— avanza con solvencia, pero sin dejar espacio para ninguna poética, ni para la irrupción de ninguna emoción que no venga rigurosamente pautada y señalizada en las páginas del guion.

Como en sus películas anteriores, Farhadi enfrenta a sus personajes –y a los espectadores— con varios dilemas morales frente a los que no propone ninguna receta (se le agradece su honestidad); en este caso, en torno a la disyuntiva ética del protagonista (el cineasta deja sobrevolar sobre él una sombra de sospecha a lo largo de todo el relato), empujado a mentir cuando cree entender que ello le puede convertir en una figura admirada (el ‘héroe’ del título) y conseguir así el dinero que necesita para saldar su deuda y salir de la cárcel. En el camino, la presión de las redes sociales sobre las instituciones y sobre el destino de los individuos, la burocracia del estado, los prejuicios sociales más atávicos y la discriminación de las mujeres son algunos de los temas que van apuntalando un argumento, como siempre, demasiado prolijo, al que, pese a todo, se le agradecen tres o cuatro enérgicas y resolutivas elipsis.

Carlos F. Heredero

El cine de Asghar Fahardi no es ligero, es muy grave. Su espesor no viene derivado de su puesta en escena, ni de su voluntad de hacer un cine abierto al pensamiento, ni de la necesidad de encontrar una poética que otorgue lirismo a sus imágenes. Todos estos aspectos son ajenos al cine de Fahardi, porque lo que le importa al cineasta es encontrar esa gravedad que confiere siempre el introducir un fuerte dilema a las grandes cuestiones morales. En cierto modo, Fahardi representa todo aquello que nunca quiso ser y no fue Abbas Kiarostami. Cierto es que el cine de Fahardi funciona mejor cuando se desarrolla en Irán, que cuando intenta universalizar sus temas llevándolo a otros terrenos, tal como ocurría con ese falso drama lorquiano llamado Todos lo saben, rodado en España, y con el que inauguró el Festival de Cannes hace tres años. Su última película, Un héroe habla, como es de suponer, de grandes cuestiones como pueden ser la culpa, el peso de la deuda, la mentira y la posibilidad de utilizar los medios de comunicación para convertirse en un nuevo Juan Nadie dispuesto a sensibilizar a los demás a partir de una postura teóricamente ejemplar. El protagonista, Brahim, ha salido dos días de permiso de la cárcel en la que cumple su pena por no haber querido saldar una deuda. Un día encuentra una bolsa con unas piezas de oro y en vez de venderlas para obtener dinero para salir de la cárcel, devuelve la bolsa y busca a la propietaria de la misma, para acabar entregándosela. Su acción es aclamada en la televisión y por un día se convierte en un héroe local.

No obstante, tras su acción aparentemente altruista, queda siempre la sombra de la duda. Para verificar lo que realmente ocurrió es preciso encontrar a la mujer desaparecida, establecer si todo fue un complot y si la bondad verdaderamente existe. Fahardi muestra, a través de una calculada geometría dramática, los movimientos del personaje en busca de algo que le permita redimir su pena o, al contrario, fracasar y volver a la cárcel. La película empieza con su ascensión para ir mostrando su posterior caída. A partir de un determinado momento, Fahardi nos dice que todo es complejo. Nos advierte de que los males, las contradicciones, las divergencias y los intereses de los personajes impiden que se lleve a cabo la redención. Fahardi saca a la luz su lección moral sobre la dificultad de atrapar la felicidad en una sociedad imposible, porque, en el fondo, no hay suficiente confianza en la bondad humana. El peso de su mensaje desarticula toda poética posible, porque lo único que acaba contando son los giros del drama.

Àngel Quintana