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Sol versus píxeles. La película de la alemana Julia Langhof superpone dos mundos, dos realidades en la vida de Karl, su guapo protagonista de diecisiete años y familia acomodada. Por un lado, en LOMO: The Language of many others la realidad está casi siempre envuelta en una –intencionadamente sobreexpuesta– luz natural al estilo de un alegre y claro mediodía de verano. Pero, por otro, mientras los bellos rostros, las enormes casas, los barrios residenciales, la vida fácil… se bañan de ese sol pictórico e idílico (que no produce sudor alguno), el día a día digital del adolescente se recoge en la cinta gracias a la superposición, sobre esa rutina de anuncio de perfume, de imágenes remarcadamente pixeladas. Y es que Karl es influencer anónimo. Toda su vida digital aparece mezclada en la película de Langhof, compartiendo plano con ese mencionado retrato de realidad soleada, en estéticas y originales composiciones de cariz casi publicitario.

El personaje principal de LOMO vive mirando, casi perpetuamente, su móvil u ordenador, ya que alimenta un blog personal con repercusión internacional y una cifra de seguidores que alcanza los nueve dígitos. En ese espacio virtual, que le sirve tanto de juego de niño rico como de reflejo de una insatisfacción contemporánea y generacional, Karl expone sus teorías de análisis del comportamiento humano. En la práctica, esto se traduce sin más en la subida de vídeos de la intimidad de su entorno más cercano que él exhibe y comenta, sin pudor, a modo muchas veces de caprichoso puño sobre la mesa que sacar ante situaciones que escapan a su control. Situaciones tales como una bronca que recibe de su padre, u otras que le generan aún más rabia incontrolable, como por ejemplo tener que enfrentarse al hecho de que la chica que le gusta no desee con él una relación que vaya más allá del su primer (y grabado) encuentro sexual.

Ante los contratiempos, Karl busca respaldo y aceptación en la red. La directora alemana lo muestra en imagen invertida, cabeza abajo, cada vez que se dispone a entrar en esa retorcida vuelta del revés emocional que le supone su imperio digital. Allí algo parecido a un coro griego de voces desacompasadas jalea cada uno de sus movimientos. ¿Qué pasaría si nos dejásemos llevar tan solo por las opiniones de esos seguidores, fantasmas de rostro pixelado para Julia Langhof, de ágoras sociales virtuales? Esta es la pregunta que pone en pantalla LOMO, concretamente en dos secuencias en las que Karl cierra los ojos y se deja guiar por sus followers para atravesar sin rumbo calles y carreteras. Una pequeña cámara espía les sirve a ellos para ver los pasos del joven en tiempo real. Unos auriculares le sirven a él para escuchar las instrucciones de voz que le dan los entusiastas fans de su blog. Y una superposición de planos sonoros de mundo real y digital les sirve a los espectadores para continuar la lectura de metáforas, excesivamente obvias, de una cinta más fresca en cuanto a fotografía y montaje.

La de Langhof es otra película sobre el aislamiento individual en la era de la hipercomunicación. Una cinta que recuerda que la forma digital de relacionarnos de hoy no es dañina en sí misma. Pero, ¿qué puede pasar cuando las tecnologías caen en manos de la propia frustración?