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La emperatriz Elisabeth de Austria, Sissi, está junto a sus compañeras de la corte escuchando música. Una arpista interpreta As Time Goes By de los Stones: “Mis riquezas no pueden comprarlo todo. Quiero escuchar a los niños jugando”. El anacronismo parece más evidente que los existentes en Moulin Rouge de Baz Luhrmann, pero en Corsage de Marie Kreutzer tienen una clara intención política. No estamos ante un biopic convencional sobre una mujer atrapada en los corsés de sus vestiduras sino ante una especie de crónica sobre las rebeldías imposibles de una monarca atrapada en las redes de su época. La película es un retrato situado en el momento en que cumple cuarenta años.  En el horizonte del universo de las princesas encarceladas hay dos precedentes interesantes, María Antonieta de Sofia Coppola y Spencer de Pablo Larraín. La nueva Sissi –interpretada por Vicky Krieps– observa en el verano de 1878 una cinta de celuloide y reflexiona sobre lo efímero de un cine que no existía en la época. Mientras viaja en su carroza se cruza con un tractor y hablan de la presencia de la electricidad en el palacio. El universo que la rodea es antiguo, pero surgen algunos vestigios de modernidad para acentuar el deseo de convertir la lucha contra la reclusión de la emperatriz en una especie de proclama sobre la mujer moderna. Sissi fuma, se inyecta heroína contra el dolor, visita a los lisiados en el combate y se acuesta a su lado, se corta el cabello ante el estupor de su peluquera particular, pide a una de sus damas que la sustituya el día de la fiesta de aniversario, que se haga pasar por ella. Es una mujer que sueña con ser libre, que quiere escaparse, pero la cárcel de su tiempo se lo impide. Vive su amor con Luis II de Baviera y le pide a una chica de dieciocho años que sea la amante del emperador. Marie Kreutzer no quiere hablar del viejo y anacrónico imperio de los Habsburgo, sino del sueño de liberación de una mujer atada que rompe desde la ficción con todas sus ataduras.

Àngel Quintana