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En el cine contemporáneo (o mejor cabría decir, en las programaciones que hacen en los últimos años muchos festivales), lo temático se impone una y otra vez sobre lo formal. Solo así se puede entender que una película tan fea, tan inane en lo estilístico, tan desnortada en sus criterios de planificación, tan arbitraria en su construcción narratológica, tan mecánica en su dramaturgia interna y tan obviamente ilustrativa, haya encontrado un hueco en San Sebastián, que ha abierto con ella —de manera desafortunada— su sección oficial. El argumento de este segundo largometraje de la sueca Isabella Eklöf (basada en una novela autobiográfica, para más señas) habla de pederastia, de la situación emocional de las mujeres nativas en Groenlandia y quizás también, o lo parece, de la desconfianza entre los daneses y la población originaria de aquella enorme y casi congelada isla. Las imágenes del film, sin embargo, retratan a un personaje incomprensible y patético (por mucho que hubiera sido violado por su padre en su adolescencia; por cierto, ¿cómo es que pasan quince años entre la primera secuencia del film y las siguientes, sin que su intérprete aparente haber cambiado apenas…?), interpretado por un actor que se limita a gesticular de forma grimosa durante todo el metraje, y que —de manera incomprensible— propone un retrato aún peor de las mujeres de la historia (de todas las mujeres), que o bien son un ama de casa ociosa  consentidora (la compañera del protagonista), o bien nativas erráticas (la primera ‘conquista’ del personaje) o bien nativas desamparadas y quejumbrosas, a las que la cineasta y los guionistas privan de complejidad y de carácter. El resultado viene a probar, por enésima vez, que el infierno está empedrado de buenas intenciones, que los argumentos ‘importantes’ no hacen una buena película y que una mujer cineasta también puede hacer una película profundamente misógina. Carlos F. Heredero