En París la línea 14 del metro fue la primera automática. Se construyó a mediados de los años noventa y atraviesa a toda velocidad la ciudad de forma horizontal. La línea, que empieza en la Gare Saint-Lazare finaliza en la parada de Olympiades, en el distrito 13. El barrio en el que desemboca tiene como emblema la nueva sede de la Biblioteca Nacional François Mitterrand y actualmente se ha convertido en el paradigma del París del siglo XXI, apto para las clases medias. Jacques Audiard –con guion de Céline Sciamma– parte de tres historias gráficas del autor americano Adrian Tomine (Amber Sweet, Killing and Dying y Hawaiian Getaway) y lleva a cabo un importante cambio de tono respecto a sus últimas películas. París, distrito 13 no tiene nada que ver con Un profeta o Deepan: no surge ese tono agresivo y a veces grandilocuente que lo ha convertido en un valor de cierto cine medio francés.

Al privilegiar en el título original (Les Olympiades) el urbanismo parisino como punto de partida del relato es evidente que Audiard hace referencia a algo que se transforma y una parte importante de la película transcurre en el sector inmobiliario con sus pisos a punto de ser vendidos.  El universo que describe Audiard en París, distrito 13 es un entorno interracial. Los tres principales protagonistas son de razas y culturas diferentes, la interculturaridad es el tema central de una obra que retrata a gente que intenta encontrar su identidad en su pequeño mundo.

Audiard rueda la película en blanco y negro y busca hacer un retrato de una comunidad a partir de unos personajes que intercambian sus relaciones, muestran sus dudas frente al futuro y su desconfianza respecto un presente que se presenta inestable. En París, distrito 13, los jóvenes estudiantes de clase media deben aparcar sus estudios porque no encuentran un camino a la hora de la inserción en la sociedad, deben compartir apartamento y su vida navega constantemente entre lo sexual y lo social. El cineasta establece un trío de relaciones entre unos seres que ejemplifican ese nuevo París abierto pero contradictorio.

Si la película hubiera sido rodada en los noventa podría ser una historia cercana a Comment je me suis disputé… (ma vie sexuelle) de Arnaud Desplechin, pero estamos en otro mundo. El joven doctorado en literatura debe trabajar en una inmobiliaria, la chica asiática que ha crecido en París se gana la vida pegada al teléfono de un call center y la joven estudiante de derecho ha abandonado sus estudios mientras busca su identidad sexual confesándose con una chica que se gana la vida vendiendo el deseo a través de una webcam. La película deriva hacia la comedia sentimental, filmando las situaciones con madurez de estilo de forma excesivamente plácida. Pero le falta fuerza dramática y visual quizás porque persiste en ella una mirada demasiado externa, como si aquello que Audiard retrata fuera un mundo ajeno, un universo alejado incluso de su propio cine. Es cierto que el cineasta quiere comprender lo que ve, pero al mismo tiempo se hace evidente la constatación de un distanciamiento, como si toda la película fuera el resultado de la mirada de alguien que sabe que el mundo que muestra no le pertenece y que el tiempo ha dejado sus huellas.